Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande.
Génesis 12
Sumeria, la cuna de la civilización donde nació Abraham, es una de las primeras sociedades organizadas conocidas por la humanidad, surgida hace aproximadamente seis mil años en la región de Mesopotamia, hoy conocida como Irak. Varias ciudades-Estado florecieron en esta región, desarrollando una población sedentaria que aprendió a dominar la agricultura, cultivar cereales y domesticar animales, como ovejas y cabras. La escritura, una invención revolucionaria creada para complementar la lengua oral, surgió en esta época como respuesta a la necesidad de registrar y resolver situaciones complejas en una sociedad en evolución. Las civilizaciones sumeria, acadia, babilónica y egipcia se caracterizaban por la presencia de un regente todopoderoso, una aristocracia guerrera y sacerdotal, una clase trabajadora dedicada a labores manuales y una clase esclava que sostenía la estructura social.
La civilización sumeria, con más de dos mil años de historia en la época de Abraham, representa la infancia de la humanidad. Sus registros no comerciales se centran en la genealogía de sus reyes, relegando a las personas comunes a un segundo plano. Abram, antes de ser conocido como Abraham, vivía en Ur, una ciudad situada cerca de territorios dominados por tribus nómadas. Después de la tercera dinastía de Ur, surgieron los amorreos, quienes vivían cerca de las fronteras del imperio y eventualmente se infiltraron progresivamente en la sociedad sumeria. Estos amorreos, inicialmente nómadas, se convirtieron en sedentarios en Canaán y en pastores nómadas que recorrían el desierto. Abram, un amorreo y semita, formaba parte de una civilización que posteriormente originó Babilonia y tuvo al famoso legislador Hammurabi. Abram es un personaje con la capacidad de elegir su propio destino, viviendo una vida con y sin deidades.
El personaje y la historia
El camino de Abram se inicia en Ur, casi en el extremo sur de la Mesopotamia, y continúa hasta Jaram, casi en el extremo norte. Luego se dirige hacia el delta del Nilo (Zoan), pasando por Canaán (Siquem) para finalmente acabar nuevamente en Canaán, específicamente Hebrón, donde muere.
Este itinerario comprende el pasaje por las grandes ciudades sumerias al sur de la Mesopotamia (Uruk, Larsa y Nippur), las asirias (Babilonia), Akkad y el delta de Egipto, a través de la tierra prometida para finalmente volver y morir en Israel. Es un viaje civilizatorio, que recorre las primeras tres grandes culturas de la humanidad y posiblemente el primer imperio (Akkad). Hay en su peripecia una libertad intrínseca, la del protagonista que decide por motu proprio ir y venir donde él decida.
Por un lado, en su itinerario Abram vuelve a sus raíces nómades, tanto al ir hacia Jaram, al norte, como hacia Canaán, donde se encontrarían los orígenes de los amorreos.
Por otro lado, el relato bíblico trata de una familia, incluyendo a sus mujeres y una detallada cronología de sus ancestros. Algo muy diferente a los relatos sumerios que solo enumeran reyes y períodos. Por primera vez se registra una historia de vida que nos muestra una dimensión histórica completamente diferente, una que resalta a un individuo, su familia y su tribu, una dimensión de la individualidad inexistente en la historia anterior sumeria.
Además, el relato bíblico nos da indicios de que Abram era un jefe tribal relativamente importante, capaz de movilizar trescientos dieciocho hombres para liberar a Lot, su sobrino, cuando aquél queda cautivo. Y también el hecho que tuviera una relación cercana con el faraón egipcio nos muestra que no estamos hablando de un nómade solitario.
Abraham es el jefe de un clan.
Dios y el sacrificio
En el libro del Génesis, Dios se presenta como guía de Abram, como una voz que lo guía en su camino y le manda salir de Jaram, donde se había establecido y prosperado, para ir hacia la tierra prometida.
En una segunda instancia, Dios y Abram establecen un pacto de sangre, me refiero a la circuncisión. En ese preciso momento Abram se torna Abraham. He aquí el otro génesis, la marca imborrable, fundante en la historia del pueblo judío, que evidentemente tiene raíces históricas ancestrales y que diferencia a este clan de todos los otros clanes.
Si bien un análisis histórico sobre el acto de la circuncisión nos lleva a pensar que la misma tuvo su verdadero origen en Egipto, donde, según historiadores como Heródoto, era una práctica bastante común, no podemos saber con seguridad cómo y dónde se originó, es evidente, o cuanto menos indudable, que su valor simbólico profundo se desarrolló conjuntamente con la historia del pueblo hebreo, cuyo primer elegido es Abram.
Esta alianza no tiene intermediarios, lo que la diferencia completamente de los ritos sumerios hechos por los sacerdotes para calmar a los dioses. Este dios es diferente, exige obediencia y fidelidad, es casi como un dios propio, internalizado.
Finalmente está el tema del sacrificio que el nuevo dios le exige a Abraham, relacionado con el pedido para que sacrifique a Isaac, su hijo con Sara, la matriarca, engendrado en la vejez de ambos, luego de que Sara fuera considerada estéril. Es decir, el sacrificio del hijo más deseado.
Pero es más que eso. Es una prueba póstuma de la fidelidad entre Dios y su pueblo. Porque al relato del horror del filicidio se le suma la trama, la tragedia de la muerte del infinitamente deseado. No existe peor sacrificio que el exigido y aun así Abraham obedece.
A último momento, Dios le envía un ángel que lo detiene y le dice que no debe dañar a Isaac. Abraham entonces encuentra un carnero y lo sacrifica en lugar de su hijo. El relato es sobrecogedor y su intención es clara.
El pacto con Dios debe ser cumplido a ultranza por los hebreos y es lo que este clan originalmente beduino hace hasta los días actuales, donde ya no queda ninguna de las grandes civilizaciones de aquel tiempo, salvo esta tribu.
La familia
Desde el comienzo, cuando abandona a sus padres y se va con su esposa (Sara) y su sobrino (Lot) a Canaán, siguiendo por su reclamo a Dios de tener descendientes, hasta que concibe, primero con una esclava llamada Agar, a su primer hijo, Ismael, que posteriormente será considerado el padre de la civilización árabe, y luego a Isaac, con su tan amada mujer Sara; la familia con sus antecesores y sucesores cobra una importancia inédita e innovadora. Su historia genera algo que era aparentemente casi inexistente en las culturas lindantes.

Cuando Abram va a Egipto, antes del pacto sanguíneo con Dios, le pide a Saray (nombre original, antes de convertirse en Sara), que es una mujer bellísima, que diga que es su hermana si desean acostarse con ella. Abram se lo pide para que no lo maten, He aquí que el faraón decide comprar a Saray para que sea parte de su harén y Abram recibe a cambio de ella cuantiosos animales y siervos.
Luego de dos años el faraón se entera de que Abram y Saray eran marido y mujer y le pregunta a Abram porque no le contó la verdad, y le ordena llevarse a Saray y salir de Egipto. El relato no hace mella a la cuestión central de la importancia de la familia a los ojos de Dios y de los hombres, primero porque acontece antes del pacto y segundo, porque es considerado como la argucia de un beduino para sobrevivir bajo el orden de un regente.
Volviendo al tema de la familia, Isaac será el padre del patriarca Jacob que engendrará a doce hijos que darán nombre a las doce tribus de Israel. Entre ellos estará José que, como veremos cuando tratemos de Moisés, se asentará de forma exitosa en Egipto.
La concepción de Isaac es de una importancia vital en el relato y en la historia del pueblo hebreo, y el sacrificio exigido y luego redimido toma características únicas que nos muestran la importancia vital de la familia y del pacto, que van a caminar juntas por todo el transcurso de la historia hebraica. El deseo de tener un hijo con Sara y su concreción demarcan la consanguinidad y el derecho consuetudinario de los judíos y de la humanidad. La familia y la descendencia toman una importancia trascendental.
Si el sacrificio de Isaac a manos de Abraham hubiera tenido efecto, jamás habrían existido las doce tribus. El mito construye el origen del judaísmo como un sacrificio libertado.
Luego de la muerte de Sara, Abraham se volvió a casar y tuvo seis hijos más. Vemos que, en realidad, la familia retratada en la Biblia es más una familia idealizada que real.
Según el relato bíblico, Abraham murió a los ciento setenta y cinco años de edad y fue enterrado en Hebrón.
¿Cuál tribu?
El relato bíblico nos muestra un personaje con características nómades con apego a su clan, y nos muestra su incansable caminar. La tribu nómade amorrea fue coterránea de las civilizaciones sumeria, asiria y egipcia, y está relacionada geográfica y culturalmente con la posterior cultura aramea, que comparte con los hebreos un habla.
Ambos idiomas, hebreo y arameo, son lenguajes muy cercanos y existen varios fragmentos del antiguo testamento escritos en arameo. Muy probablemente los hicsos (termino que significa “señores extranjeros”), quienes gobernaron Egipto entre aproximadamente 1700 y 1570 a.C., fueran amorreos o descendientes de alguna otra tribu emparentada con ellos. El Abraham mítico fue el jefe de su clan, y por eso se lo identifica comúnmente como el patriarca de los judíos a través de Jacob, pero también de los árabes, a través de Ismael. Ambas tradiciones consideran que Ismael fue el primer hijo de Abraham, pero mientras que en la tradición judía se le da una preferencia a Isaac, los musulmanes escogen a Ismael, que fue el hijo que Abraham tuvo con su sirvienta personal Agar, cuya relación, según el Pentateuco, Sara propició para que Abraham tuviese descendencia.
Siguiendo el relato bíblico, Abraham fue también el patriarca de la tribu de los madianitas. Porque tras la muerte de Sara tomó como esposa a Quetura, y tuvo con ella seis hijos, entre ellos Maidan, patriarca de los madianitas. Se suele ubicar a los madianitas entre el sur de Canaán y el norte de Arabia, separados del Sinaí por un estrecho brazo del mar Rojo, al este del golfo de Aqaba. Jetro, el suegro nada menos que de Moisés, pertenecía a esta tribu nómade y politeísta. Los primeros relatos bíblicos nos muestran cómo Abraham fue el patriarca de varias naciones y religiones, mostrando más profundamente su verdadero valor como una figura mítica.
Conclusiones
El relato bíblico de Abraham debe ser interpretado a partir de dos niveles. Un primer nivel es el de los conceptos y valores que nos trae. El segundo está atravesado por lo que el relator de la historia intenta provocar y comunicar. Por mi parte, dos son los valores que intenté extraer al volver a contar este relato.
Leyendo el mito de Abraham estamos por primera vez ante un relato que cuenta la historia de un hombre y su familia, que no es ni rey, ni noble, ni sacerdote; un hombre común que desafía el orden civilizatorio vigente, y lo desafía escogiendo su propio camino y destino.
Estamos, como nunca antes, frente al concepto de libertad. Lo que posibilita este cambio son dos nuevos elementos o conceptos: como dije, la libertad y también, y a la par de esta liberación, una nueva mirada sobre el tiempo, donde el protagonista deja de estar sujeto al tiempo monótono y circular de las primeras civilizaciones antiguas para definir su propio tiempo y cómo lidiar con el mismo sin una autoridad real o sacerdotal que lo tenga bajo su yugo. El alma indómita y rebelde lo lleva a nuevos e insospechados lugares.
El itinerario de emancipación de Abraham es sublime y probablemente como vimos remite a la trayectoria de muchas de las tribus nómades que Abraham representa. Abraham es el patriarca de los nómades semitas, ya sean amorreos, por su nacimiento, hebreos, por la descendencia de Isaac con su primera esposa Sara, arameos por su idioma, madianitas por su segunda esposa o árabes siglos después, por su hijo con su esclava Agar. Todos ellos están todos hermanados en la figura de Abraham.
La fuerza inconmensurable del pacto de sangre, que históricamente fue probablemente posterior, y resultado de la convivencia con Egipto, nos habla además de una mirada más específica de la narrativa y de su intencionalidad. La representación de ese pacto selló definitivamente la historia hebraica y su fidelidad monoteísta.
Las leyendas del libro Génesis inauguraron nuevos valores, que dieron un nuevo sentido a la vida humana; y los relatores siglos después narraron estos mitos, no solo para recontar la leyenda sino también para incorporar una nueva dimensión espiritual que integró los valores de la nueva era.
* Contador público. Tiene estudios de psicología, filosofía e historia. Reside en Brasil. Este artículo forma parte de un libro sobre los personajes, relatos y relatores bíblicos de próxima aparición. (Contacto: Agencia Ayesha de Servicios Culturales – Ir a página del Autor. Mail: ayesha@ayesha.com.ar).
Imagen de portada: «Abraham ve la tierra prometida», de Julius Schnorr von Carolsfeld.