Los cautivos y la continuación de la guerra son el chaleco antibalas de Netanyahu.
Por difícil que sea decirlo, la frase anterior es quizás la llave para comprender la conducta del primer ministro israelí y de su gobierno de derecha, extrema derecha y derecha mesiánica.
No haría una afirmación de esta clase sin haber llegado a la conclusión basada en hechos y acciones y no meramente en opiniones. Tampoco digo esta frase con facilidad, que quizás contradice el sentido común de la fidelidad del mandatario hacia su pueblo, y seguro que no cuando se trata en realidad del primer ministro de mi nación.
La gravedad de la afirmación requiere intentar ahondarse en los motivos que tiene Netanyahu para continuar la guerra hasta lo que él denomina “la victoria absoluta”, y por ende retrasar la fase B del acuerdo con el Hamás.
Es ineludible la obligación de remarcar el hecho de que el Hamás es una organización terrorista, fundamentalista, cruenta y malvada, y que está interesada en ver la destrucción del Estado de Israel, junto con todo el eje que incluye a Hezbollah en el Líbano, los Hutíes en Yemen, el Yihad islámico, todos ellos comandados por Irán.
Diré más aún, los terroristas del Hamás que incursionaron en Israel el 7 de octubre del 2023 y quienes los apoyaron, merecen la pena capital. Repetidamente demostraron su capacidad de mal y su crueldad, sean los propios hechos del ataque a mi región (vivo en el Kibutz Gvulot, apenas a pocos kilómetros de la Franja de Gaza), cómo el trato con los cautivos a lo largo de estos 500 días de guerra, según se revela en las últimas liberaciones.

Habiendo dicho esto, me queda absolutamente clara la culpabilidad de esta organización terrorista y del eje comandado por Irán por estos días que vivimos no solo en Israel sino en el mundo todo. Queda absolutamente claro que no tenemos una real injerencia por sobre el Hamás y sus intenciones genocidas.
Tampoco se puede avanzar sin decir duras palabras acerca de la tragedia humanitaria que viven los gazatíes no involucrados, desterrados dentro de su propia tierra, sufriendo cuantiosas pérdidas humanas y la destrucción del 70% de la Franja.
Sin caer en discusiones semánticas, se trata de una situación acuciante, y que traerá como consecuencias una o dos generaciones de humanos que odiarán a Israel.
Habiendo dicho esto quisiera detenerme punto por punto en los motivos por los cuales enuncié la frase que abre esta esquela:
- Netanyahu está en juicio, inculpado por severas causas, e inclusive sospechas de nuevas infracciones que podrían agregarse agravando más su situación judicial.
Si bien Netanyahu declaró que va a poder seguir liderando el estado en situación de guerra y a su vez presentarse en las audiencias judiciales cuando sea necesario, no solo queda claro que esto es irreal, sino que recientemente demandó del juzgado reducir la frecuencia de su testimonio.
Esto transforma al proceso judicial en un derrotero cuya finalización no se ve, y por lo tanto no pone en riesgo su cargo actual.
A todo esto, podríamos agregar que también su mujer está siendo juzgada por algunos casos -y por otros investigada-, de manera que el chaleco de balas es no solo personal del primer ministro sino también de su propia familia, muy especialmente de su hijo Yair que se encuentra confinado en Miami, y no se presentó al reclutamiento debido a la guerra. - La continuación de la guerra, y la extensión de la crisis humanitaria por los cautivos israelíes en manos del Hamás u otras organizaciones terroristas palestinas evita la formación de una Comisión de investigación judicial, que tendría plena autoridad de revisar no solamente el fracaso militar, sino las circunstancias políticas que llevaron a la situación en que Israel pueda ser atacada de la manera qué ocurrió.
El hecho de que “la guerra aún no terminó, y no terminará hasta la victoria absoluta” constituye el argumento central para el Gobierno de evitar toda clase de investigación que pueda inculparlos y responsabilizarlos por la tragedia, y esto a pesar de la voluntad popular de que una comisión de esta índole sea creada inmediatamente. - La debilidad política Netanyahu y su coalición de gobierno ante demandas cruzadas entre los partidos de derecha y de derecha mesiánica, y los partidos ortodoxos. Los primeros demandan la recolonización de la Franja de Gaza, demanda que empeoró ante las declaraciones del presidente Trump acerca de la migración -voluntaria o no- de la mayoría de la población de Gaza, y -para que esto sea posible- la erradicación de las organizaciones armadas y la instalación de un gobierno militar parecido al existente antes de los acuerdos de Oslo. En otras palabras, luego de la retirada israelí del 2005, volver a conquistar la Franja ampliando la ocupación. De más está decir que todo esto tiene que ver con la visión mesiánica de la pertenencia absoluta de las tierras de Israel en manos del pueblo judío, evitando toda solución al problema palestino.
En tanto las demandas de la derecha nacionalista y mesiánica son fundamentalmente territoriales, la demandas de los partidos ortodoxos son de índole principista y se encarnan en dos puntos centrales: no a la ley del reclutamiento obligatorio que agregaría 7000 soldados por año al Ejército de Israel, y la continuación del apoyo económico existente a quienes estudian (y también a quienes no estudian) Tora.
Lo expuesto coloca a Netanyahu, por un lado, ante una disyuntiva respecto a su capacidad de gobernar frente las presiones de ambos flancos, y por el otro ante la capacidad de maniobrar entre las demandas, prometiendo “solucionar el problema” a ambos. Todo esto bajo el amparo de la situación bélica reinante. - A pesar de existir una demanda popular de realizar elecciones inmediatas y de esta manera cambiar el curso de las políticas gubernamentales o ratificarlo, para Netanyahu y su gobierno queda muy claro que no va a haber elecciones mientras la guerra continúe, y de esta manera salvaguarda su poder.
Como podemos ver, todos estos temas -de altísima tensión política pero antes que nada de profundo contenido humano- confluyen en la decisión de Netanyahu de no declarar un cese de la guerra que abriría paso a un acuerdo de liberación de todos los cautivos: los vivos regresando a sus familias y a la rehabilitación; y los muertos, a sus sepulturas.