Así comienza la reciente solicitada firmada por destacados intelectuales judíos franceses de izquierda indignados para denunciar la complicidad de la izquierda con discursos y actos antisemitas en su país. Los denunciados pretenden desmentir la acusación mediante el subterfugio de que son anti-sionistas -no antisemitas- cuando critican los crímenes de la guerra devastadora de Israel en Gaza.
La solicitada de Le Monde demuestra que ahora acontece a la inversa de antes: las usinas del odio en la izquierda son las que propagan, desde el Primer Mundo al Sur Global, discursos antijudíos a escala mundial con una perversidad desconocida desde que Tzahal lanzó su guerra de venganza contra Hamas.
Recordemos que el campo de la izquierda tiene extensos anales de odio ideológico durante su militancia política, particularmente desde que denunciaba los crímenes del stalinismo. Pero, a diferencia del odio actual de la izquierda que demoniza a Israel, entonces ni los trotskistas ni los socialistas anti comunistas proclamaban la destrucción de la URSS en su condena por los crímenes de Stalin.
El objetivo de aquella “Oposición de Izquierda” a partir de octubre 1923, durante el último periodo de la vida de Lenin, se proponía reformar la política del Partido Comunista en la Unión Soviética y luchar por una línea correcta en el Comintern, contraria a la emergente burocracia conservadora y nacionalista liderada por Joseph Stalin.
Esa meta de la Oposición de izquierda de reforma política se sostendrá luego de 1934 durante la despiadada represión de Stalin. Su discurso de odio no exigió terminar con el Estado soviético pese a haber decretado expulsiones masivas del partido y de la Comintern; deportaciones y más de un millón y medio de opositores arrojados a campos de concentración, amén que 700.000 serán directamente ejecutados.
Fuera de la URSS la izquierda toleró el derecho al disenso y de apasionadas discusiones políticas contra los comunistas. Completamente diferente, hoy numerosos judíos y sionistas de izquierda temen de identificarse como tales para discutir con militantes de izquierda en Francia, -y también en países latinoamericanos-, cuando gritan “Palestina Libre desde el Rio hasta el Mar”.
Judíos franceses tienen miedo aun por mucho menos frente a la violencia de extrema izquierda antisionista, tal como es denunciada por la reciente solicitada:
“Estamos angustiados al ver que nuestros amigos y familias temen por sus hijos cuando son insultados o amenazados en la escuela. Atónitos al ver que muchos ya no se atreven a expresarse cuando hablan con sus colegas, o llegan hasta ocultar su judaísmo en el lugar de trabajo. Cuando nos enfrentamos a esvásticas y pintadas antisemitas dibujadas en nuestras ventanas y buzones, nos encontramos con el silencio, la negación y la indiferencia de la extrema izquierda”.
El campo de la izquierda anti sionista, ayer y hoy
Después del XX Congreso del Partido Comunista de la URSS que reveló al mundo en 1956 todos los crímenes de Stalin, los discursos de odio de la izquierda anticomunista occidental omitían la exigencia de poner fin a al Estado soviético. A ninguno se le cruzaba por la cabeza terminar con la URSS pese a que sabían de las purgas y de los así llamados Juicios de Moscú, esos tribunales fraudulentos entre 1936 y 1938, en los que fueron juzgados culpables y ejecutados todos los miembros del Comité Central bolchevique de 1917, entre ellos numerosos judíos.
Previsiblemente, numerosos “camaradas de ruta” se negaron a creer en los crímenes estalinistas porque atribuían su persistente denuncia a la confrontación anticomunista durante la Guerra Fría, y al sionismo “aliado del imperialismo norteamericano”.
A algunos intelectuales de larga trayectoria comunista -como el filósofo alemán judío Enst Bloch, quien repudió los crímenes estalinistas, pero rehusó romper con el marxismo-, les disputaron su pertenencia a la izquierda e, incluso, fueron vituperados como miembros de la “estéril ortodoxia talmúdica” (sic).

Hoy son contados con los dedos los Ernst Bloch en el campo marxista: por el contrario, la gran mayoría de filósofos de izquierda de su calibre intelectual hoy están dispuestos a difamar al sionismo y a Israel para demostrar ser “políticamente correctos”.
Leamos cuán profundamente indignados se sienten los intelectuales judíos franceses por la actual mala fe de la izquierda: “Nos habíamos acostumbrado a ver cómo las redes sociales se convertían en cloacas del odio antijudío, nos habíamos resignado a las bromas nauseabundas que pasan por humor. Pero nada nos había preparado, judíos de izquierda, para la deserción de intelectuales y pensadores con buena conciencia y virtud, que, en lugar de luchar con nosotros por la paz, nos aislaron y estigmatizaron, sin examinar los presupuestos de sus atajos y amalgamas. La palabra ´sionista´ se ha convertido en un insulto. Sólo a los judíos que se declaran ´anti-sionistas´ se les perdona ahora ser judíos”.
El divorcio del marxismo con el sionismo socialista es de larga data y algunas celebres polémicas doctrinarias han mostrado que, pese a haber sido calificados algunos sionistas de izquierda del kibutz Artzi de odiosos adversarios ideológicos, no fueron excomulgados completamente del socialismo. Pero desde que la extrema derecha sionista nacionalista y religiosa mesiánica en Israel logró el poder mediante elecciones democráticas, no solo es anatematizada la socialdemocracia sionista sin tapujo alguno, también se pretende justificar la desaparición del Estado judío. La vengativa guerra de Tzahal en Gaza. respuesta por el genocida asalto el 7/10 del fundamentalista Hamás, es excusa irremisible de la extrema izquierda para reclamar el ajuste de cuestas histórico por el pecado contra natura de que haya sido reconocido por el derecho internacional el único Estado judío en el mundo.
La solicitada se pregunta: “¿Cómo llegó una parte de la izquierda a deslegitimar el único Estado judío del mundo? En la posguerra se redibujaron muchas fronteras en Asia, Europa y Oriente Próximo. Israel formaba parte de este vasto movimiento y surgió al amparo del derecho internacional, en un territorio más pequeño que Bretaña. Esta parcela de tierra fue el único refugio para los supervivientes de la Shoah y los refugiados de los países árabes que esperaban, uniéndose a los cerca de 500.000 judíos que ya vivían allí, poder construir por fin un futuro sin amenazas ni pogromos. Deslegitimar a Israel es negar a estos refugiados y a sus descendientes el derecho a vivir. Confundir a Israel con sus asentamientos ilegales es, una vez más, convertir a los judíos, a todos los judíos, en los principales culpables de la historia. Nos asombra que los progresistas, que denuncian el aterrador número de civiles muertos y heridos en Gaza, un número que nos horroriza tanto como a ellos, se olviden de denunciar a Hamás.”
Ahora bien: hemos de ser conscientes que estas tradicionales solicitadas (o cartas públicas) firmadas solamente por prestigiosas intelectuales judías, como las académicas Eva Illouz y Annette Wieviorka, no son eficaces. Hoy se requiere otra estrategia de respuesta a discursos de odio anti-sionistas y judeofóbicos propalados por redes transnacionales que defienden la legitimidad de la causa palestina utilizando estrategias políticas y mediáticas de deslegitimación del estado de Israel. Otra estrategia alternativa en las redes capaz de enfrentar en el mismo plano de la política simbólica los íconos difamantes y diatribas como “Israel, Estado apartheid”, o “Sionismo = genocidio”; simétrica, pero inversamente, también se debe abandonar la Hasbara sionista (contra-propaganda anti-difamatoria con fines de esclarecimiento), al abusar de la política simbólica “victimológica” que homologa la masacre del 7/10 a la Shoah, además de equiparar a todos los terroristas fundamentalistas anti israelíes de nazis.
Posdata
En su célebre libro de filosofía Espíritu de utopía, hoy casi olvidado, el marxista Ernst Bloch recuperaba expresamente la utopía para el pensamiento marxista, al confiar en la potencialidad humana de “volver real lo que es posible”. O como afirmaba: “El hombre es aquello que tiene todavía mucho ante sí. Lo verdaderamente propio no se ha realizado aún ni en el hombre ni en el mundo, se halla en espera, en el temor a perderse, y en la esperanza de lograrse”.
También los sionistas socialistas que inventaron el kibutz como “un no fracaso ejemplar” (según la definición de Martin Buber) lograron hacer posible la utopía sionista de Hertzl “Si queréis no será una leyenda”; pero también se hallaban en espera, en el temor a perderse.
Algunos de los jalutzim posiblemente habrían leído en el kibutz la metafísica de Bloch sobre “el todavía-no-llegado-a-ser” y la conciencia anticipadora del nuevo hombre en una sociedad sin clases sociales. Y quienes en la sociedad kibutziana sin clases sabían leer en alemán, posiblemente descubrieron una clave de respuesta a las preguntas de Bloch: “¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Qué esperamos? ¿Qué nos espera?” con que inicia su otro gran libro El principio esperanza.
La clave del abordaje que Bloch desarrolla a lo largo de su obra entera la formula así: “Soy. Pero no me tengo. Por eso ante todo devenimos”.
Una promesa imposible de imaginar para los dogmáticos reduccionistas del materialismo dialectico de su época.
Hoy los dogmáticos reduccionistas del materialismo dialectico antisionista procuran silenciar a judíos de izquierda indignados, “la única minoría que, si expresa su sentimiento de exclusión y protesta por ser estigmatizada, es acusada a cambio de explotar su sufrimiento”, como finaliza la solicitada publicada en Le Monde.