Personalmente, preferiría volver a un modelo
en el que tus reivindicaciones de autoridad
se centren en lo que has hecho en el mundo,
no en lo que el mundo te ha hecho a tí
Susan Neiman
Las lámparas se apagarán en toda Europa,
no volveremos a verlas encendidas en nuestras vidas
Edward Grey
Ministerio de la verdad
La negación de la historia, la falsificación de los hechos, los olvidos convenientes, la defensa de una forma de crueldad que rebasa todas las fronteras imaginadas y el ejercicio político de una singular cobardía que reduce el mundo a una forma religiosa habitada por santos, hicieran lo que hiciesen, y pecadores, hicieran lo que hiciesen, representan una cosmovisión devastadora que solo puede ahondar los conflictos existentes deshilachando, además, cualquier perspectiva esperanzadora sobre la condición humana. Es una imagen extrema de una despiadada teodicea que ya no solo piensa que el mal se justifica porque puede ser el camino al bien, sino que afirma que el mal es el bien.
La materialidad de lo real poco parece importarles a quienes asumen desde una perspectiva teológica, que llaman de “izquierda”, que el Estado de Israel no debería existir. Como miembros del Ministerio de la Verdad, aquel cuyo lema es “La ignorancia es la fuerza”, se dedican a hacer todo tipo de acusaciones falsas y grandilocuentes. Por supuesto que en todas esas declaraciones y denuncias niegan y desconocen la responsabilidad que le cabe a Hamás sobre lo que sucede en Gaza que como fuerza de gobierno y como quien realmente ejerce el poder no promovió el desarrollo con la enorme ayuda financiera recibida, reprimiendo a todo aquel que no se alinea con su islamismo radical para finalmente provocar una guerra que pese a las consecuencias no parecen querer concluir como lo demuestra el hecho de mantener cautivas a las personas y a los cadáveres secuestrados del territorio israelí.
Se crítica a Israel por su respuesta militar tras el ataque del 7 de octubre de 2023. Deberíamos intentar ser honestos con nosotros mismos y preguntarnos qué país no actuaría de esta forma cuando sus ciudadanos son asesinados, violados, apresados y llevados más allá de sus fronteras. ¿Qué país podría eludir la responsabilidad de liberarlos y de lograr, además, las condiciones para que un hecho así no vuelva a ocurrir? La respuesta es: ninguno, lo cual incluye, por supuesto, a Israel. Pero esta afirmación no implica negar la dimensión trágica de la guerra que no tiene atenuante alguno. Sin embargo, no ocurre lo mismo cuando la acción se hace bajo la inspiración de las palabras pronunciadas por Yair Lapid en Alemania en 2014 o si sucede bajo el amparo del pensamiento de Itamar Ben Gvir quien fuera Ministro de Seguridad del gobierno de Benjamin Netanyahu hasta enero de 2025 cuando renunció en oposición a las negociaciones para liberar a rehenes secuestrados el 7 de octubre de 2023. Según Lapid:
“El Holocausto puso delante de Israel un doble desafío: por un lado, se nos enseñó que tenemos que sobrevivir a como dé lugar, y ser capaces de defendernos a cualquier precio. Trenes de carga con judíos jamás volverán a salir desde ninguna plataforma del mundo. (…)
Por otra parte, el Holocausto nos enseñó que no importa bajo qué circunstancias, debemos permanecer siempre como personas morales. La moralidad humana no se juzga cuando todo está OK, se juzga por nuestra capacidad de poder ver el sufrimiento del otro aun en los casos en los que tenemos todas las razones para ver sólo el nuestro.
Una guerra como la que luchamos hoy, que parece probable que continúe, y en la que el mundo civilizado –lo quiera o no– estará involucrado, hace que las dos lecciones que aprendimos del Holocausto estén enfrentadas.
La necesidad de sobrevivir nos enseña a golpear fuerte para defendernos. La necesidad de permanecer morales, aun cuando las circunstancias sean inmorales, nos enseña a minimizar el sufrimiento humano tanto como sea posible.
Nuestra prueba moral no se lleva a cabo en un laboratorio esterilizado, ni sobre una página de algún filósofo. En las últimas semanas, nos hemos visto frente a la prueba moral bajo intensos combates. Miles de cohetes fueron disparados contra nuestros ciudadanos y terroristas armados cavaron túneles próximos a nuestros jardines de infantes con el objetivo de matar o secuestrar a nuestros hijos.
Nuestra prueba moral, incluso en estas circunstancias, es continuar, pero distinguiendo entre enemigos e inocentes. Cada vez que un niño muere en Gaza, me rompe el corazón. Ellos no son Hamas, no son el enemigo, son sólo niños”.[1]

El pensamiento de Itamar Ben Gvir, por otra parte, no tiene ningún tipo de ambigüedad y no permite cuidado alguno porque sostiene que la salida de los palestinos y el restablecimiento de asentamientos israelíes en el territorio es “una solución justa, moral y humana”.
Tras esta valoración, podemos sostener que las concentraciones con grandes banderas cuatricolores, no como reclamo por un Estado Palestino sino como llamada a la desaparición de Israel (tal el lema “Palestina libre”), son la expresión de un antisemitismo que no está volcado contra la religión o la “raza”, sino contra un Estado para los judíos. Son, por otra parte, actos narcisistas de consumo moral para engrandecimiento del propio ego que se percibe justo y bueno pero que en los hechos destruye el valor de cualquier forma de acto político que pudiese resolver el drama que sufre la población palestina. Hemos de considerar, además, que estos infundados juicios condenatorios hacia Israel, a toda una nación ni tan siquiera a su gobierno, se enuncian desde la singularidad de vidas confortables y desde lugares en los que no se arriesga absolutamente nada, tal como hiciera la actriz Cate Blanchett luciendo un vestido de alta costura con los colores de la bandera palestina en el insoportable mundo glamoroso del festival de Cannes. De interesarles realmente el sufrimiento del hombre común, del palestino que vive en Gaza, habrían dejado de lado cierta comodidad ideológica para reclamar, como afirmamos antes, por el más directo opresor de la población quien, ejerciendo el gobierno no tiene en sus miras crear ningún Estado por mucho que a algunos mandatarios de países democráticos les guste jugar con esa ilusión. Hamás representa otros intereses regionales y no son, precisamente, los más urgentes para la población palestina. Como dice en su carta fundacional, su máximo objetivo, el más importante, es la desaparición del Estado de Israel, no la creación de uno propio. Sus políticas de terror están en función de esta premisa y si para ello deben sacrificar a los habitantes de Gaza, a los que dicen proteger, lo harán. Por ello, las manifestaciones “a favor de Palestina” confunden los hechos y terminan siendo solo un apoyo a un grupo islámico fundamentalista que gobernando no impulsó un desarrollo civil de la zona sino el despliegue de recursos bélicos construyendo, entre otras obras, una costosísima red de túneles para protección de sí mismos pero no de la población, hecho refrendado por los propios dichos de Musa Abu Marzook -prominente miembro del Buró de Hamás- en declaraciones que formulara el 27 de octubre de 2023 al medio Rusia Today[2]. Diseñaron y desarrollaron estas obras, dejando a casi todos los habitantes librados a su suerte pese a que tenían planes para la concreción de un acto terrorista tan violento que sin cortapisa alguno solo se lo podía considerar un hecho de guerra. No fueron pocos los que quisieron justificar el despiadado ataque a la población civil de Israel como un acto de liberación territorial, haciendo caso omiso de que el territorio de Gaza no estaba ocupado y que secuestrar, violar, torturar y asesinar no son nunca actos de liberación. Por otra parte, recordemos que Israel se retiró unilateralmente de la Franja de Gaza en 2005, sin ninguna clase de acuerdo, reprimiendo incluso a los colonos israelíes asentados allí para que abandonaran el lugar. Se podrá argumentar que el bloqueo hace las veces de una ocupación, pero recordemos que tal hecho adquirió importancia con la toma del poder por Hamás y su oposición a la existencia de Israel y recordemos también que si hablamos de bloqueo esto incluye a Egipto. Hamás hace todo lo posible por agudizar las dimensiones del conflicto, promoviendo la radicalización de la sociedad israelí, dándole aire a los sectores más fundamentalistas. Ese es su interés. Por ello, es un acto contra la población de Gaza que no se señale a Hamás por su responsabilidad en la tragedia bélica que se desarrolla. Es del mismo tono malicioso la connivencia de muchas instituciones y organismos comprometidos con los derechos humanos en relación con los asesinatos, las violaciones y los secuestros del 7 de octubre de 2023.
En “apoyo” a los palestinos se desestiman los crímenes de Hamás al tiempo que se reclama contra la propia existencia del Estado de Israel. Son muchas las razones y causas a considerar cuando intentamos entender estas posiciones, pero hay una en particular que nos interesa por ser a la vez poderosa, dramática y persistente. Puede que con esta sesgada mirada hacia Israel ciertos sectores altamente educados de las sociedades democráticas estén intentando saldar viejas culpas y deudas éticas por los crímenes cometidos en su mundo ilustrado. Para liberarse de ese pasado, muchos jóvenes, intelectuales y varios funcionarios de distintos gobiernos parecen suponer que lo sucedido antaño con las poblaciones judías de Europa, por criminal que haya sido, no fue del todo irracional dado que, inspirados por el antisemitismo que hoy reverdece, parecen sugerir que aquellos judíos llevaban oculto en su interior al mismo victimario que los asesinaba y que por ello solo pudieron crear un Estado “opresor”. De allí la continua acusación de “nazi” a Israel o la afirmación, plagada de ignorancia, falsedad y malicia hecha por el presidente de Colombia, Gustavo Petro, al afirmar que Gaza es Auschwitz. De esta forma, el odio y la condena a Israel actuarían como un bálsamo que absolvería al mundo cultural europeo, lo que incluye a América, de los crímenes cometidos contra los judíos en los países dónde se supone que eran ciudadanos protegidos por leyes y compromisos éticos comunes.
Abogar por la desaparición de Israel -un hecho perverso sobre la nación que fuese tampoco ayuda a las víctimas de la guerra que viven en Gaza- desde un punto de vista práctico solo puede lograr lo contrario porque fortalece al fundamentalismo islámico, cuya vitalidad opresora sobre los propios palestinos se nutre de fogonear el conflicto, y porque empuja a Israel a una zona de aislamiento donde no hay interlocutores posibles, dándole voz y fuerza a los sectores nacionalistas más radicalizados. En casi todas las críticas, no parecen ser los padecimientos de la población palestina los que importan sino el cuestionar toda legitimidad sobre la existencia del Estado de Israel. En su libro La tiranía de la culpa. Un ensayo sobre el masoquismo occidental, editado en 2006, el filósofo francés Pascal Bruckner ofrece una visión descarnada de lo que ocurre hoy en el Cercano Oriente y a la que nadie puede acusar de idealizar de forma alguna al Estado de Israel. Según su análisis:
“Dos intereses convergen en esta obsesión monomaníaca con el Cercano Oriente: permite al mundo árabe transformar el Estado judío en una cómoda distracción de su miseria y sus frustraciones (el rechazo de Israel es el afrodisíaco más potente de los musulmanes, bromeó Hassan II), y permite que parte de Europa se limpie de sus pasadas ofensas contra el judaísmo. La condena de Israel, verdadero leitmotiv, especialmente en el Ministerio de Asuntos Exteriores francés, se supone que equivale a una exoneración de los crímenes cometidos anteriormente contra los judíos. Como si los descendientes lejanos de los judíos que fueron deportados a los campos de exterminio nazis fueran ahora los equivalentes de los verdugos que gasearon a sus antepasados. Sionista: durante mucho tiempo como adjetivo fue sinónimo de infamia en el vocabulario de la propaganda comunista. El propio Stalin lo utilizó, junto con el término “cosmopolita”, para justificar la vasta persecución antisemita que comenzó a finales de la década de 1940 y continuó hasta su muerte. Pero el término “sionista”, que para la izquierda europea se ha convertido en un insulto e incluso una obscenidad, ha prosperado en el mundo árabe musulmán, que lo ha importado sin discriminación de toda la propaganda antisemita europea.
¿Qué crimen no se la imputado al sionismo en los medios de comunicación de estos países? Ha sido acusado de ser “una forma de racismo y discriminación racial”, como se afirmó en una resolución adoptada por la Asamblea General de la ONU el 10 de noviembre de 1975; Se le ha acusado de haber creado a Hitler de la nada y de haber inventado el mito del Holocausto para atraer jugosos negocios. Pero también de ser responsable de los atentados del 11 de septiembre (se supone que el Mossad advirtió a todos los judíos de Nueva York que no fueran a trabajar a las torres esos días), de haber creado el virus del SIDA para eliminar a la humanidad o a la raza negra, de haber provocado el tsunami de diciembre de 2004 mediante una explosión nuclear, de haber creado la gripe aviar para debilitar a África y Asia, y de haber pagado subrepticiamente las caricaturas de Mahoma publicadas en Dinamarca para fomentar el conflicto entre cristianos y musulmanes, como afirmó el ayatolá Jamenei en febrero de 2006.

En adelante cualquiera que considere aceptable la noción de un Estado judío será denunciado como sionista porque Israel sería culpable de ser Estado. ¡Si el sionismo no existiera, habría que inventarlo! No se trata de minimizar la tragedia palestina, negar la ilegitimidad de la ocupación o subestimar la brutalidad de la represión, a menudo desproporcionada, de la Intifada o la destrucción cruel e inútil que sufrió la población civil, ya sea palestina o libanesa. Sin embargo, sigue habiendo algo sorprendente en centrarse exclusivamente en esta región en detrimento de otras. El Estado de Israel está lejos de ser irreprochable; desde el principio, se construyó sobre la base de una expropiación favorecida por las guerras que sus vecinos le han librado, ha tenido su cuota de fanáticos y extremistas, mantuvo vínculos perversos con los regímenes del apartheid en Pretoria y Rodesia, y sus armas han producido daños profundos. El ejército ocasionalmente cometió terribles errores, pero es engañoso tratarlo como si fuera un anexo de un malvado imperio estadounidense. No importa cómo uno lo aborde, siempre se supone que Israel es el alborotador, el agente de división, el que impide la universalidad, concordia, retrasa el tiempo bendito de la armonía; en definitiva, es la espina clavada en el costado de la humanidad. Sin él, el mundo estaría mejor porque esta pequeña tierra nos pone a todos en peligro. Constituye incluso la principal amenaza a la paz mundial, según una encuesta realizada para la Comisión Europea en noviembre de 2003. Ahora sabemos que la necesaria solución del problema palestino, es decir, la creación en Gaza y Cisjordania de un Estado con fronteras y derechos reconocidos no garantizará la paz a Israel, como tampoco pacificará a los cruzados del Profeta que están librando la guerra contra Occidente. Tenemos que trabajar por este fin justo, pero sin ilusiones”.[3]
El odio a Israel, y como veremos más adelante al mundo judío en general, es la declaración de una derrota porque es la manifestación de un ideal político que renuncia a toda aspiración de igualdad universal para refugiarse en una lógica de identidades y odios tribales. A quienes propalan y enuncian estas formas sutiles de viejos prejuicios no les preocupan los seres humanos cualesquiera sean sino los que son de tal o cual condición. El racismo no murió, solo mutó para convertirse en un tipo de defensa y ofensa tribal.
Luces y sombras
Las palabras de Edward Grey, ministro de asuntos exteriores de Gran Bretaña en la antesala de la Primera Guerra Mundial, no han perdido vigencia. Por supuesto que no significan lo mismo ayer que hoy, pero su cadencia rima con los acontecimientos presentes y nos conmueven frente a la pérdida del entendimiento. En 1914 el mundo europeo renunció a la razón para someterse a la furia de sentimientos nacionalistas que lo condujeron a una guerra que imaginaron corta y exitosa. Grey sabía que no sería así. Lo que en un primer momento iba a durar solo unos meses se extendió por cuatro años provocando una destrucción material y personal inimaginada. Varias generaciones perdieron su destino. El drama no concluyó allí. En poco más de una década el nazismo tomaría el poder obligando a una nueva guerra que llevaría la muerte y el exterminio a una eficacia burocrática y tecnológica que nadie se hubiese animado a predecir. Aunque las investigaciones históricas nos permiten comprender la secuencia de sucesos que llevaron al quiebre de una sociedad que prometía valiosos logros culturales y sociales, algo incomodo permanece frente a tanta inútil destrucción. Puede que lo podamos resumir en la forma de un interrogante: ¿cómo es posible que una sociedad mutile y ampute de modo amplio y sin mayor resistencia sus mejores perspectivas y sacrifique en ello el devenir de las nuevas generaciones?
La guerra en la Franja de Gaza descorre el velo sobre los engaños morales de un mundo que necesita idealizar la condición de víctima en lugar de buscar compromisos políticos, difíciles, complejos y muchas veces ambivalentes pero que pueden brindar condiciones que les permitan a esas mismas víctimas liberarse de tan esterilizante condición. Es bajo esta visión que se acusa a Israel de todo tipo de crímenes extremos como el genocidio o el apartheid, que en su inconsistencia e irracionalidad terminan por arrastrar hacia el fondo del pantano otros cuestionamientos que son legítimos como los que se hacen en relación con los asentamientos de los colonos en Cisjordania. Bien haría el gobierno de Sudáfrica y el gobierno español, que lo secundó en la falaz denuncia de genocidio, en reflexionar sobre los efectos y significados de sus acusaciones que van seguidas del apoyo a regímenes y movimientos fundamentalistas que oprimen a sus propios ciudadanos o habitantes, y que condenan cualquier forma de cultura que no responda a la Sharia.
Estos “fiscales” parecen querer definir un nuevo estatus del bien que no sería otra cosa que avalar el poder que se ejerce de modo autoritario e indiscriminado en nombre de víctimas; las cuales, por supuesto, han de permanecer en ese lugar, real o imaginario, del que jamás deberán liberarse, para no socavar el estado de las cosas.
Frente a toda esta tragedia de confusas y difamatorias denuncias e imputaciones. Frente al apoyo a actos terroristas en los que se violó, mató y secuestró. Frente al resurgimiento del antisemitismo y a la llamada a la destrucción del Estado de Israel, refrendada incluso en su momento por la entonces vicepresidente segunda del gobierno español Yolanda Diaz. Frente a la confusión intencionada sobre los “refugiados” (ver el libro La guerra del retorno de Einat Wilf y Adi Schwartz) y a la desgracia que la guerra acarrea a la mayoría de los palestinos e israelíes. Frente a las irresponsables declaraciones del presidente de los Estados Unidos Donald Trump de desplazar a la población palestina de la Franja de Gaza y frente al silencio sobre las víctimas de conflictos como el de Siria o Sudán nos preguntamos: ¿qué luces de nuestro mundo son las que están languideciendo con el riesgo de apagarse?
[1] Vease https://www.youtube.com/watch?v=crIKfuUX5PE (consultado 13 de marzo de 2025)
[2] Véase la entrevista concedida por Abu Moussa Marzouk, miembro del buró de Hamás al medio Rusia Today el 27 de octubre de 2023.
https://www.youtube.com/watch?v=0ry8V4ppJBk&t=1s&ab_channel=AIJAC (consultado 13 de marzo de 2025)
[3] Bruckner, P. (2010) The tyranny of guilt. An Essay on Western Masochism, Princeton: Prineceton Universitiy Press, pp. 62-64.