Jacob y las tribus de Israel, o el valor de la familia

El mito de Jacob resalta la importancia de la relación con un Dios que promete una morada propia. Su sueño profético en Betel simboliza la preferencia divina por los israelitas y establece una conexión personal y próxima con Dios.
Por Daniel Kriner*

En una ocasión pregunté a mi padre a qué tribu pertenecíamos, y su respuesta fue que éramos de la tribu de Leví.

Como es sabido, cuando se comparte la Torá en el templo, quienes son invitados a sostenerla o leerla pertenecen primero al linaje Cohen (Cohanim), descendientes de los sacerdotes. En ausencia de un Cohen, se llama a los Leví, descendientes de la tribu levita, la misma que desempeñó un rol sacerdotal desde la salida de Egipto.

Esa primera experiencia marcó mi acercamiento personal con las tribus de Israel. Luego hubo otra, que también se encuentra entre mis recuerdos más preciados. Se relaciona con una hermosa medalla de oro conmemorativa de Theodor Herzl, un legado que heredé de mi abuelo Moisés. Esta medalla le fue otorgada en reconocimiento a sus destacadas contribuciones a Israel.

En su anverso, están grabados los emblemas de las tribus de Israel, unos escudos que capturan la esencia distintiva de cada tribu.

Más allá de su intrincado diseño, estos símbolos poseen un profundo valor simbólico y evocador, ya que no solo están tallados en la medalla, sino también en la memoria colectiva y en la historia de la humanidad.

Aun hoy, sabiendo que esta realidad es mayormente una construcción fantástica intersubjetiva, pensar que mi historia se relaciona con hechos ocurridos hace 3500 años me impacta profundamente.

Génesis

El así llamado Génesis, primer libro de la Torá o Pentateuco, relata los mitos hebreos sobre la creación del mundo, el diluvio y la historia de los patriarcas. Se cree que fue escrito entre los siglos VIII y V a.C.

Según la tradición hebrea, se atribuye a Moisés, cuya epopeya habría ocurrido al menos 500 años antes. Abarca desde el origen del universo hasta la bendición póstuma de Jacob, que profetiza sobre sus hijos, los futuros fundadores de las tribus de Israel.

Estos relatos, poblados de personajes que por momentos cuesta seguir, comenzaron como tradición oral, fueron adaptados al ser transcritos. La visión monoteísta predominante moldeó su narrativa, aunque aún quedan vestigios del politeísmo anterior, como el uso del término «Elohim» (forma plural de «El») para referirse a Dios.

Las leyendas del Antiguo Testamento se entrelazan con los mitos de culturas como la sumeria y la hitita, que también narran la creación del mundo y el gran diluvio.

La familia mítica

Aunque conservan ciertos rasgos míticos, las tribus de Israel realmente existieron, y hay evidencia arqueológica que confirma su asentamiento en Canaán antes del 1100 a.C. Ubicar su origen alrededor del 1500 o 1550 a.C., y situar su llegada a Egipto unos años después, es una hipótesis plausible.

Según el relato bíblico, al llegar a Egipto los miembros de la tribu de Israel eran menos de un centenar, pero para el inicio del Éxodo, alrededor del 1300 a.C., históricamente se estima que la población superaba los veinte mil. Al conquistar Canaán, y con la colaboración de otras tribus, se calcula que ya constituían un contingente considerable de aproximadamente doscientos mil integrantes.

El relato de la familia de Jacob resulta, en tal sentido, emblemático, ya que marca el primer acontecimiento bíblico con características y relevancia histórica comprobable.

El relato legendario nos cuenta que Isaac, hijo de Abraham y Sara (quien fue salvado de ser sacrificado), se casó con Rebeca, a quien encontró en Harán, la antigua tierra de su padre. De su unión nacieron dos hijos gemelos, Esaú y Jacob, ambos nietos de Abraham. Los hermanos poseían personalidades muy distintas: Esaú, un cazador rústico y sencillo, era el favorito de su padre; mientras que Jacob, de carácter tranquilo y perspicaz, prefería una vida más sedentaria y contaba con el afecto de su madre.

Esaú, como primogénito por unos minutos, tenía derecho a la herencia familiar, conocida como la primogenitura.

Sin embargo, Jacob, astuto y perspicaz, aprovechó un momento en que Esaú regresó agotado y hambriento de una cacería y le ofreció un plato de lentejas rojas a cambio de sus derechos de primogenitura. Este intercambio le valió a Esaú el apodo de Edom (que significa «rojo» en hebreo) y lo estableció como el antepasado mítico de los edomitas, quienes siglos después habitarían el sur de la actual Jordania.

No fue la única ventaja que obtuvo.

Con el apoyo de su madre, también engañó a su padre Isaac, casi ciego, para obtener la bendición destinada al primogénito. Se disfrazó con ropa de Esaú y cubrió su piel con pieles de cabra para imitar la apariencia de su hermano. Jacob, quien posteriormente sería llamado Israel, se convertiría en el antepasado y patriarca de las tribus israelitas.

Este relato destaca la astucia del hermano menor para sobreponerse al mayor en cuestiones de herencia y bendición.

Para evitar que Esaú, lleno de resentimiento, tomara venganza contra Jacob, Rebeca decidió enviarlo a Harán, donde encontraría esposa entre los descendientes de Nacor, hermano de Abraham.

La Torá simboliza, a través de esta historia, la hermandad entre los pueblos semitas, a pesar de sus diferencias. Los medianitas y edomitas, que habitaban lo que hoy conocemos como Arabia Saudita y Jordania, posiblemente colaboraron con los israelitas durante el éxodo y la conquista de Canaán.

La narrativa también resalta cómo el pueblo de Israel se distingue de sus vecinos por su naturaleza más apacible y sutil.

Betel

Cuando Abraham adoptó a un dios cananeo, evocó las rutas de los amorreos nómades. Por su parte, Jacob, nacido en Canaán, al iniciar su travesía de unos ochocientos kilómetros hacia el noreste estableció una relación privilegiada entre Dios y su tribu, identificando un lugar sagrado para su clan.

Jacob soñó con una escalera que conectaba la tierra con el cielo, con Dios en lo alto. Convencido de que aquel lugar era sagrado, lo llamó Betel, que significa “casa de Dios”. Este nombre proviene de las palabras hebreas ‘Bet’ (casa) y ‘El’ (Dios). ‘El’ era el dios supremo del panteón cananeo, considerado creador de todas las criaturas.

La ‘morada divina’ que Jacob visualizó puede interpretarse como un templo o santuario, mientras que la imagen de la escalera evoca un zigurat.

Este sueño simboliza el acceso directo de Jacob a Dios, marcando una conexión trascendental. En aquel tiempo, varias tribus se originaron en Canaán, y adoraban los dioses cananeos entre ellas los amorreos, jebuseos, fenicios y filisteos, que fueron relevantes históricamente.

Al definir la “morada divina”, Jacob señaló lo que sería el hogar de su tribu, que aspiraba a apropiarse de esas tierras.

La narrativa bíblica refleja así la transición de una tribu nómada a una que se arraiga en su tierra, marcando el nacimiento de Israel mediante la unión de un pueblo, un espacio geográfico y un derecho divino.

Jacob y sus descendientes

Jacob llegó a Harán, donde formó su familia al unirse con dos esposas, Lía y Raquel, hijas de Labán, el hermano de su madre Rebeca, además de dos concubinas.

Según relata la Torá, al llegar a Harán, Jacob conoció a Raquel junto a un pozo y, cautivado por ella, accedió a trabajar siete años para casarse con ella. Sin embargo, tras cumplir este período, Labán engañó a Jacob entregándole a Lea en lugar de Raquel. Jacob aceptó casarse con Lea, pero nuevamente trabajó otros siete años para finalmente casarse con Raquel, quien era su verdadero amor.

Cabe mencionar que la prohibición bíblica de casarse con dos hermanas, consignada en Levítico 18:18, “No tomarás a la hermana de tu esposa como rival mientras viva”, surgió tiempo después de esta historia.

Jacob trabajó veinte años al servicio de Labán: catorce por sus esposas y seis más para obtener su propio rebaño, logrando prosperar como criador. Con el tiempo, la relación entre Jacob y Labán se tornó conflictiva, llevándolo a huir con sus esposas, hijos y ganado.

Durante su estadía en Harán, Jacob tuvo numerosos hijos que formaron las tribus de Israel, siete con su primera esposa Lea (entre ellos Rubén el primogénito, Judá y su única hija Dina), dos con Zelfa, la sierva de Lea, dos con Raquel (José y Benjamín, el único que nació en Canaán) y dos con Bala la sierva de Raquel.

La narrativa bíblica ilustra el origen patriarcal y tribal de Israel, marcado por la figura de un dios cananeo y por los lazos familiares inquebrantables entre las tribus. Estos vínculos permanecieron durante la estadía en Egipto y el éxodo, cimentando los fundamentos de la nación israelita.

Retorno de Jacob

Jacob regresó con gran incertidumbre. Su séquito, compuesto por esposas e hijos, se encontraba en una posición vulnerable, y los desafíos del camino, como cruzar ríos, ponían a prueba su fortaleza.

Aunque Esaú, establecido al sureste de Jordania, no guardaba rencor y lo recibió con generosidad y cortesía, Jacob no podía evitar desconfiar de las intenciones de su hermano. Por ello, lo persuadió de regresar a su tierra mientras él, por su parte, optó por asentarse con su familia en Canaán.

El Génesis 33:18 recoge este momento: “Jacob llegó sano y salvo a la ciudad de Siquén, en la tierra de Canaán… y acampó frente a la ciudad”. Siquén, ubicada en la región montañosa cercana a la actual Nablus en Cisjordania, se encontraba entonces bajo el dominio de los amorreos, los antiguos cananeos.

No obstante, el intento de Jacob de asentarse en Siquén se vio gravemente perturbado por un suceso trágico: su hija Dina, fruto de su unión con Lea, fue secuestrada por Siquén, hijo de Hamor y gobernante local. En un esfuerzo por resolver el conflicto, Hamor ofreció a Jacob un acuerdo matrimonial entre su hijo y Dina. Pero Simeón y Leví, hermanos de Dina, impusieron como condición la circuncisión de todos los hombres de la ciudad. Aprovechando la vulnerabilidad de estos durante su recuperación, los dos hermanos lanzaron un ataque implacable, aniquilaron a todos los varones, saquearon los bienes de la ciudad y rescataron a Dina.

Este episodio, cargado de simbolismo, ilustra las complejas relaciones entre Jacob y su tribu con las naciones vecinas, además de los retos inherentes a establecerse en tierras fértiles. Asimismo, pone de relieve la lealtad y el espíritu protector que marcarían a los descendientes de Jacob durante los siglos venideros.

Bala y Rubén

Mientras Jacob y su familia vivían en la región entre Belén y Hebrón, un suceso desafortunado dejó una huella en la narrativa familiar. Según Génesis 35:22: “Durante su estancia en esta región, Rubén se acostó con Bala, la concubina de su padre, y Jacob lo supo”.

El texto no profundiza más, como si los autores del Génesis hubieran preferido evitar los detalles de este incidente. Sin embargo, este episodio puede interpretarse como un intento temprano de Rubén por consolidar su liderazgo dentro de la tribu. En la antigüedad, tomar el harén de un predecesor era una acción simbólica que legitimaba una rebelión y marcaba el inicio de un nuevo liderazgo.

Al inicio de la historia tribal, la tribu de Rubén probablemente gozaba de gran influencia. Como primogénito de Israel, Rubén habría sido el líder natural de la alianza tribal en sus primeras etapas. Sin embargo, se sugiere que pudo haber existido un conflicto entre Rubén y Jacob, en el cual este último prevaleció. Este evento marcó un punto de inflexión en la historia de Rubén y su tribu, que perdió su preeminencia.

Cuatro siglos más tarde, durante la conquista de Canaán, la tribu de Rubén desempeñó un rol secundario y, con el tiempo, desapareció como entidad predominante. Este hecho no solo influyó en el destino de Rubén, sino que también tuvo repercusiones significativas en la configuración política y social del Israel tribal.

La bendición de Jacob

Ya anciano, Jacob, a invitación de José, se trasladó a Egipto, donde vivió sus últimos años. Consciente de que su hora final se acercaba, pidió a José que llevara a sus hijos ante él. José presentó a Efraím y Manasés, quienes recibieron la bendición de su abuelo. En ese acto, Jacob los adoptó como propios, transformándolos en los antecesores de dos de las tribus de Israel: Efraím y Manasés, conocidas en conjunto como las “tribus de José”.

El relato de la bendición póstuma de Jacob, si bien presentado como una profecía, en realidad constituye una historia retrospectiva, reinterpretada por los cronistas bíblicos para ajustarse a los acontecimientos históricos. Las doce tribus de Israel, representadas más tarde por regiones específicas del territorio cananeo, encuentran en esta narrativa sus raíces comunes.

En su bendición, Jacob predice el éxito de la tribu de Judá, de la cual descenderá el rey David, y vislumbra también el futuro de las demás tribus. Este momento marca el cierre del legado de Jacob y el inicio de una nueva etapa en la historia de los israelitas.

Conclusión

A pesar de las adversidades que enfrentó Jacob -ser el hijo menor, ser engañado por su tío, huir de su hogar y enfrentarse a su propio primogénito-, la familia emerge como el pilar central de su narrativa. Su lealtad y cuidado hacia sus hijos y esposas destacan a lo largo de su historia, donde la unidad familiar se mantiene firme frente a las dificultades externas.

La vida de Jacob está marcada por un esfuerzo constante y una lucha incesante para superar los obstáculos. Desde su disputa con su hermano Esaú por la primogenitura, pasando por su arduo trabajo para casarse con la mujer que amaba, hasta su reconciliación con Esaú y su retorno a Canaán, Jacob demuestra una persistencia y determinación encomiables.

El mito de Jacob resalta la importancia de la relación con un Dios que promete una morada propia. Su sueño profético en Betel simboliza la preferencia divina por los israelitas y establece una conexión personal y próxima con Dios.

Jacob, se nos presenta como un hombre de una personalidad compleja; un hombre sensible y batallador, con virtudes y fallas, cuyas experiencias transformadoras definen su destino.

Su historia es la de un padre prolífico, el padre de la nación israelita y, en muchos sentidos, el padre simbólico de quienes reflexionamos sobre nuestra tradición. Finalmente, la vida de Jacob nos invita a explorar la riqueza de la condición humana y su intrínseca conexión con lo divino.

* Contador público y consultor en finanzas internacionales y administración empresarial. Ha estudiado Psicología, Filosofía e Historia. Reside en Brasil. Este artículo es parte de un libro inédito sobre los personajes, relatos y relatores bíblicos. Derechos disponibles para su publicación.  (Contacto: Agencia Ayesha de Servicios CulturalesIr a página del Autor. Mail: ayesha@ayesha.com.ar).