De la salida del desierto a la conquista de un desierto ajeno

Las relaciones entre Marruecos e Israel están marcadas por un crecimiento económico significativo, pero también por tensiones geopolíticas y cuestiones de soberanía que podrían complicar aún más la situación diplomática de Israel en la región.
Por Federico Glustein

En diciembre de 2020, Marruecos e Israel retomaron relaciones en el marco del acuerdo a tres bandas con Estados Unidos, en el que el entonces presidente norteamericano Donald Trump reconoció también la soberanía marroquí sobre el territorio del Sáhara Occidental, disputado entre Marruecos y los saharauis del Frente Polisario. Desde entonces, las visitas a Marruecos de ministros y altos cargos israelíes han sido constantes. En ellas, los dos países firmaron decenas de acuerdos y memorandos de entendimiento en ámbitos civiles y militares. La relación diplomática avanza, pero lenta. En noviembre del 2021, el entonces ministro de Defensa israelí, Benny Gantz, firmó en Rabat un memorando de entendimiento con su homólogo marroquí sobre cooperación militar. El acuerdo sin precedentes incluye alianzas en materia de inteligencia, industria y formación militar y facilitaría la adquisición de armamento israelí. En 2023 en otra jugada inesperada, el Gobierno de Israel encabezado por Netanyahu, reconoció formalmente la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental, un territorio en disputa, recibiendo la condena enérgica de la vecina España y de su presidente, Pedro Sánchez, quien sufre de la poca efectividad en su política exterior para evitar el avance marroquí.

Asimismo, continuaban fructíferamente diversas relaciones y vínculos políticos, económicos y comerciales por canales paralelos a estos acuerdos. Según datos del Instituto Abraham para los Acuerdos de Paz, el comercio bilateral entre Marruecos e Israel alcanzó los 7,8 millones de euros en junio de 2024, lo que representa un aumento del 124 % en comparación con junio de 2023. Durante los primeros seis meses de 2024, el comercio entre ambos países sumó un total de 48,9 millones de euros, lo que supone un incremento del 64 % respecto al mismo periodo del año anterior. Se estima que durante 2024, podrían haber superado los 100 millones de euros.

Todo esto fue el comienzo de una operación que será mucho mayor en términos económicos, pero mucho más polémica, en términos geopolíticos. Marruecos ha otorgado a la empresa israelí NewMed Energy y a la marroquí Adarco Energy una licencia para la exploración y explotación de gas en aguas del Sáhara Occidental. La firma definitiva del acuerdo se llevó a cabo a finales de febrero de 2025, permitiendo la exploración en 17 bloques marinos, en un área de 34.000 kilómetros cuadrados, situados entre el sur del cabo Bojador y Dajla por un periodo de ocho años. El proyecto, bautizado como Bojador Atlántico, fue acordado en diciembre de 2022; sin embargo, recién pudo ver la luz oficialmente dos años después, cuando fue publicado en el Boletín Oficial, que es el aval para comenzar cualquier instancia legal. El problema: son aguas en conflicto con España, ya que, al estar ubicadas frente a la costa del Sáhara Occidental y a 200 km de las Islas Canarias, España las considera legalmente aguas territoriales de su soberanía.

Los planes iniciales estimaban que la prospección y las primeras perforaciones exploratorios se llevarían a cabo en el plazo de dos años. El acuerdo se produce en una coyuntura marcada por el intento del régimen alauita de competir con Argelia, importante productor de gas regional y parte interesada del otro bando del conflicto, con la construcción de un gasoducto entre Nigeria y Marruecos que atravesaría la costa del Sáhara Occidental y de cuya viabilidad cuestionan los expertos.

En el año 2020, Netanyahu celebrando la decisión de normallizar las relaciones con Marruecos.

La licencia permite a las empresas realizar un análisis geológico y geofísico durante 30 meses y si los resultados son positivos, se procederá a las primeras perforaciones exploratorias. NewMed y Adarco se reparten un 37,5% de participación cada una, mientras que el Gobierno de Marruecos conservará el 25% restante. La compañía israelí NewMed es propiedad del magnate israelí Yitzhak Tshuva, mientras que Adarco Energy pertenece al empresario judío marroquí Yariv Elbaz. Vale aclarar que Tshuva estuvo envuelto en una polémica por un crédito del banco Leumi en 2013 por una deuda con una quita de casi el 50%, inédita por ese entonces, mientras que Elbaz está acusado de ser el facilitador de los Acuerdos de Abraham a cambio del reconocimiento norteamericano de la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental. Casualmente, tanto Tshuva como Elbaz tienen vínculos comerciales con Jared Kushner, yerno de Trump.

En 2021, Rabat concedió otra área de explotación en aguas saharauis a las empresas israelíes Ratio Petroleum y Navitas Petroleum. Esta zona, denominada Dajla Atlántico, abarca 110.000 kilómetros cuadrados. Las concesiones de esta licencia aún no han sido publicadas en el Boletín Oficial, lo que impide a las empresas iniciar la exploración en esas aguas.

La ministra de Transición Energética y Desarrollo Sostenible marroquí, Leila Benali, informó recientemente a la prensa: «Juntos, nos une una visión compartida para desarrollar los recursos energéticos de la región y promover soluciones sostenibles. Seguimos confiando en que esta asociación impulsará un progreso impactante, generará un valor duradero y contribuirá a construir un futuro energético próspero y sostenible para Marruecos», confirmando lo avanzado de los proyectos en conjunto.

Más allá de un vinculo comercial que pudiera parecer a simple vista y sin mucha lectura algo habitual, la “subterraneidad” de la política respecto a territorios en disputa u ocupados por parte de Netanyahu no es de extrañar. El avance sobre Cisjordania es constante e incluso promocionado por sus socios Itamar Ben Gvir y Betzalel Smotrich, la ultraderecha ortodoxa que quiere eliminar todo rastro palestino. En ese sentido, no es casual que Israel haya avanzado en sus vínculos con Marruecos, tanto por su fortaleza económica como por sus conflictos territoriales que, curiosamente, tienen algún rastro de similitud con Israel.

El estatus legal del territorio y la cuestión de la soberanía se encuentran en su gran mayoría bajo el control de Marruecos, pero el Frente Polisario, que constituyó en 1976 la República Árabe Saharaui Democrática, lo disputa. Desde entonces, los dos bandos se han enfrentado militar y diplomáticamente en varias ocasiones y con diversos grados de intensidad. Por su parte, la ONU nunca ha reconocido los Acuerdos de Madrid entre España, Marruecos y Mauritania y, por tanto, solo reconoce como potencia administradora a España, dejando a las naciones africanas por fuera del control de ese territorio. 

Asimismo, la ONU reconoce al Frente Polisario como único representante del pueblo saharaui. Lejos de considerar al Frente Polisario como un actor independiente, Marruecos considera que este es solo una herramienta de Argelia ya que, sin la ayuda diplomática, financiera, militar y logística de este país africano, no habría ninguna cuestión saharaui.

Marruecos se enfrenta al revés de las sentencias del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, que tumbaron los acuerdos pesquero y agrícola con Bruselas y que pusieron el foco en el expolio de los recursos naturales del Sáhara Occidental.  Parte de Europa, Israel y Estados Unidos están convencidos del potencial económico del Sahara Occidental y sus recursos naturales, sin pensar en temas soberanos. Sin embargo, la cuestión de la soberanía no puede ser ajena a la economía, dado que hay cientos de miles de personas que pugnan por su hábitat en ese territorio. Para el Frente Polisario, el conflicto en el Sáhara Occidental es sobre todo una cuestión de autodeterminación de los pueblos.

Lo que tenemos aquí, además de relaciones económicas, es otro eventual dolor de cabeza para Israel. Ya con el roto vinculo con España se suma el conflicto por el permiso a inspeccionar aguas en disputa, en un territorio eventualmente ocupado y con naciones que se ponen de diversos lados, casualmente, como en el conflicto con Gaza. ¿Tiene sentido sumar otro dolor de cabeza en términos diplomáticos?

Netanyahu sigue sumando para el historial.