El 9 de noviembre de 1989, el mundo observaba con una gran sorpresa como el Muro de Berlín que había separado a Alemania en dos Estados se desplomaba, sin disparar un solo tiro. Solo con la libre voluntad de los alemanes de ambos lados del muro que habían decidido acabar con la separación física de su nación. El mundo se dirigía hacia el fin de la Unión Soviética y el fin de la guerra fría vislumbraba un mundo más orientado hacia las libertades civiles. Alemania, protagonista estelar de la historia del siglo XX, una vez más escribía un capítulo de la misma al iniciar un proceso de reconciliación, unificación y de construcción de una nueva nación de manera pacífica. Pero lo que poca gente pudo advertir en ese momento es que los acontecimientos sucedidos a partir de esa fecha serían las semillas del actual siglo XXI, que vivimos con crisis y desconcierto mundial.
Lo que se inició como una gran fiesta popular provocó un proceso de discusiones entre las dos todavía existentes repúblicas (República Federal de Alemania y República Democrática de Alemania) para avanzar en la reunificación. Recién el 31 de agosto de 1990, se firmó el Tratado de Reunificación entre los dos Estados y con sus posteriores ratificaciones entrará en vigencia la adhesión de la RDA a la RFA (de hecho, el 3 de octubre es una fecha donde en la actualidad se conmemora oficialmente el “Día de la Unidad Alemana”). Esta transición llevó a que durante varios meses hubiera problemas de orden político y social en Alemania Oriental debido a la falta de legitimidad de las autoridades políticas de aquel Estado frente a sus ciudadanos. Lo viejo todavía no terminaba de morir y lo nuevo todavía no terminaba de nacer.
La desintegración del Estado de la RDA en funciones clave, como el asegurar el orden público, abrió la puerta a la proliferación de todo tipo de actividades (desde ocupación de edificios públicos con idearios autogestionarios hasta la aparición de grupos de extrema derecha neonazis). La toma del edificio central del ministerio de Seguridad (Stasi) en enero de 1990 fue un ejemplo de la descomposición de las fuerzas de seguridad de la RDA en todos sus niveles. Esa descomposición alimentó las energías de los grupos de extrema derecha que surgían como los hongos, que han salido de la tierra para traducir su veneno en violencia y eso se materializó en el mismo año de la toma de la Stasi. Antonio Amadeu, un inmigrante angoleño de 28 años que vivía en Eberswalde (localidad que formó parte de la RDA) fue atacado el 25 de noviembre de aquel año por un grupo de 50 ultraderechistas con bates de beisbol hasta dejarlo en coma y finalmente fallecería de las heridas el 6 de diciembre. Este asesinato se considera el inicio del terrorismo de extrema derecha en la actual Alemania unificada. Desde 1990 hasta el 2023, fueron asesinadas 198 personas por acciones del terrorismo ultraderechista.
A la xenofobia que comenzaba a azotar a la antigua RDA, también habrá que sumarle un elemento que cambiaría definitivamente a ese territorio: la transición de una economía planificada a una economía de mercado. Fue una prioridad del entonces Canciller de la Alemania Federal, Helmut Kohl, quien en un discurso realizado el 28 de noviembre de 1989 ante el Bundestag (el parlamento alemán), enunció diez puntos para superar la división de los dos Estados y en referencia al tercer punto afirmó claramente que “Hay que desmantelar la economía planificada burocrática”.

Con ese fin es que las autoridades políticas de la RDA, elegidas en elecciones libres en 1990 y bajo el liderazgo de la CDU (Unión Demócrata Cristiana de centroderecha), propusieron la creación de una agencia fiduciaria que los alemanes del este denominarían “Treuhandanstalt”. Bajo este paraguas legal se impulsaron privatizaciones y cierres de empresas pertenecientes a la estructura económica de la RDA que se consideraban que no eran sostenibles económicamente. En poco tiempo, miles de trabajadores eran sumergidos en el desempleo o en el mejor de los casos, en la reconversión laboral. De casi 10 millones de trabajadores existentes en 1990 se pasó a poco más de 6 millones en 1995 cuando la agencia finalizó el trabajo propuesto. La pérdida de trabajo para millones de personas que bajo la RDA tenían garantizado un rumbo de vida con certezas, que produjo el pasaje a una sociedad donde había que luchar por conseguir hasta el más mínimo centavo, llevó a un trauma colectivo. Este trauma se hizo más evidente con un fenómeno demográfico que pocas veces se ha visto en la historia, una salida masiva de mujeres hacia la parte occidental.
En la RDA, las mujeres tenían un mayor protagonismo en el mundo del trabajo y de la educación y se alejaron con mayor contundencia de los roles tradicionales que existían en la RFA. Las necesidades económicas al igual que la ideología comunista de la RDA impulsaban el avance de la mujer en varios ámbitos de la sociedad, que se tradujo en una preparación profesional e intelectual muy valorada. Por esta razón, al mismo tiempo que millones de hombres trabajadores se quedaban sin empleos industriales en la RDA, las mujeres en búsqueda de un futuro mejor lograron ir a occidente, obtener empleos mejores remunerados y construir una nueva vida familiar. Para los hombres que antes habían perdido el trabajo, el fin de su relación con sus parejas fue otro golpe muy duro de digerir que también tendría consecuencias en el futuro. Este es otro de los grandes traumas que la economía de mercado generó en la RDA.
Pero el último elemento poderoso es el cambio demográfico del este de Alemania, ya que entre 1991 y 2017, 3,7 millones de antiguos residentes del este se trasladaron a occidente, mientras que solo 2,4 millones (entre personas que retornaron a su lugar de origen e inmigrantes) fueron a vivir al este. Este desequilibrio generó una sensación de malestar en un sector de los alemanes del este que vieron cómo se desintegró una sociedad que les proveía certezas, pasando a una donde todo se convirtió en competencia de mercado. La sensación de sentirse ciudadanos “de segunda clase” al pertenecer a las regiones más pobres del país, creó las condiciones para un aumento de las ultraderechas.
35 años después de la reunificación de Alemania, la extrema derecha -que en 1990 solo estaba conformada por grupos pequeños de violentos que ejercían el terrorismo- hoy es la primera fuerza política (Alternativa para Alemania – AFD) en la antigua RDA. En las elecciones generales de todo Alemania obtuvo el 20,8 por ciento (8.148.284 votos). Las incertezas en el futuro han desembocado en estancamientos económicos, desigualdades sociales, desocupación, xenofobia y oposición a la nueva agenda de derechos.
Este coctel explosivo no es solo propiedad de Alemania. Francia, Italia, Estados Unidos y viniendo más cerca de nuestras latitudes, la propia República Argentina, han caído en esta depresión social que solo constituye un peligroso avance de lo terrible que puede ser el mundo en los próximos años. Es necesario comprender las causas de esta realidad para poder enfrentar a los nostálgicos de Hitler, Vichy, Mussolini, Charles Lindbergh o de Jorge Rafael Videla. Las fuerzas democráticas tienen el deber de recordar las lecciones de la historia para impedir que vuelvan a sucederse los horrores del siglo XX. Es que al igual que en el siglo pasado, Alemania sigue siendo una nación que con cada capítulo escribe la historia de la humanidad y es en esa parte del mundo donde podemos encontrar el huevo de la serpiente.