Digresión sobre Pésaj, liberación y libertad de expresión

La libertad es un concepto central en la modernidad emancipadora, vinculada a la abolición del Antiguo Régimen y a la lucha contra la opresión. La libertad no debe ser vista como una noción abstracta o ideal, sino como un derecho que no puede ser otorgado por una autoridad, ya que esto contradice su esencia. La violencia y la intimidación son identificadas como mecanismos que impiden la verdadera libertad, transformando su significado en un término que puede ser utilizado tanto para la emancipación como para la opresión.
Por Alejandro Kaufman

Cerca de las fechas que el calendario de Google denomina “Pascuas judías”, las fiestas de Pésaj, el ejercicio de algunas líneas sobre la noción de libertad surge con naturalidad y se destaca en tiempos en que el presidente libertario de la Nación argentina confunde el nombre de pila del Libertador de la Patria … y en tanto que un presidente anterior, también amante de la libertad, comentó una vez ante el soberano de aquellos de quienes nos habíamos liberado cuánta angustia nos habría causado la propia liberación nacional*, … pues, la cuestión está sin dudas planteada también en esos términos.

La libertad es una palabra clave de la modernidad emancipadora, tanto porque, si así la definimos, reconocemos entonces que la emancipación, la liberación -del Antiguo Régimen- es su llave, y adelantamos que el significado moderno de libertad no es una condición ideal, abstracta, utópica, futura, cristalizada. Libertad no puede ser una noción dependiente de una autoridad que la dispense por la contradicción inconciliable que implicaría. Por lo mismo, y dado que la violencia instaura sometimiento mediante la intimidación, la palabra libertad no puede ser pronunciada como una cifra que en la práctica ocasione los efectos contrarios de lo que pregona.

Si existe este conflicto entre palabra y sentido es porque la modernidad emancipadora movilizó multitudes mediante la abolición de la esclavitud. Quienes fueron despojados de la propiedad de cuerpos ajenos, comprados en mercados o arrancados a lejanos territorios mediante criminales secuestros masivos, no quedaron para nada conformes, al menos en parte, y se apropiaron de la palabra libertad solicitando el derecho de expresar sin restricciones la restitución de aquello que había quedado prohibido.

Dicho desde ahora, entre conjetura y ficción plausible para especular con algunas nociones, la gran nación del Norte americano, confiada en la consistencia y estabilidad de su institucionalidad normativa, fue dispendiosa en cuanto a la libre expresión de esos amos despojados de sus propiedades esclavas. De este modo produjo una esfera pública considerada ejemplar, no obstante sus diversos y numerosos claroscuros, y dejó habilitada la herencia de la esclavitud bajo la nómina del racismo. Despertar de las nuevas formas de sujeción que sucedieron a la esclavitud fue una forma de resistir a tales violencias sociales, y también la forma de demandar el goce del derecho establecido de la libre palabra también para luchar contra esos Amos resentidos por la liberación de los esclavos.

Postulemos aquí un modo narrativo aproximado para explicarnos cómo libertad se convirtió en un término que puede referir a la liberación de la esclavitud y de otras sujeciones como las de la explotación y de género, o en su contrario, libre expresión para los Amos que procuran la restauración de un régimen de sujeción que, aunque no reproduzca de modo idéntico el perdido, es decir, aunque haya sido afectado su derecho a la propiedad privada de cuerpos vivos de personas humanas y de sus vientres, como se decía, tengan el derecho de defender públicamente con palabras aquellas ideas, enunciados y aun medidas concretas que permitan una restauración, aun cuando no sea “completa” sino hasta moral.

«Israel en Egipto», óleo de Edward John Poynter, 1867.

Hemos experimentado en la Argentina idénticas o muy similares experiencias con la palabra libertad. La mayor de ellas fue una masacre de centenares de personas en una plaza pública para derrocar a un líder popular que se exilió voluntariamente, y durante una década y media fue obligatorio omitir su nombre para denominarlo tirano prófugo.

Libertad de los amos, entonces para esclavizar y someter.

Un capítulo actual de esta saga se apropia de la Torá, de la Hagadá, y libertad es que los hebreos salieron de Egipto, se liberaron de la esclavitud, no porque se liberaron de la esclavitud sino porque eran anarcocapitalistas que no querían pagar impuestos, identificando de manera brutalmente ignorante y con mala fe, la sujeción tal como se practicaba en la antigüedad con sus regímenes de soberanía, respecto de la organización social y fiscal moderna. Una, en tiempos en que la esclavitud era norma, la otra, en que la esclavitud fue abolida. Y esto con el respectivo asesoramiento experto.

Recordar esta historia, recordemos, es porque la experiencia hebrea y sus textos sagrados son una fuente de múltiples confluencias en el mundo en que vivimos, no solo de la Modernidad, que sería inconcebible sin su fuente y sin su Éxodo -inspirador no solo también de todas las teologías políticas vigentes e históricas en medio mundo- sino de todas las memorias que nos constituyen en nuestros tiempos, con olvido de todo ello también.

Esa historia, o si se quiere fábula o mito -no es relevante su veridicción porque se trata de lo que nos conforma como sociedades-, se recuerda todos los años, incluso en su derivación cristiana, como sabemos. Y lo que se recuerda es la liberación de la opresión, no los intereses de los Amos. Y la liberación es una meta que no se alcanza nunca y hacia la que siempre se concurre en una condición de errancia, aun si se permanece en el mismo lugar, porque hay también una errancia espiritual.

Y la liberación de Egipto no fue para acceder a la “libertad” sino para honrar el Pacto y sus Obligaciones, una de cuyas versiones modernas bien se puede llamar Justicia social. Mayúsculas porque nos encontramos ante actos de profanación y tergiversación de Estado, porque quienes no casualmente reivindican un anterior Terrorismo de Estado, que además fue una cumbre antisemita histórica, ahora ejercen de esta manera el poder institucional del Estado, y usan facsímiles de la Torá para dar órdenes misteriosas desde redes sociales. Todo ello no puede ser sino agravio antisemita, como sea que se lo reconozca u omita.

Y para culminar estas líneas, digamos que esa prensa que, además, cómo nos íbamos a liberar de tal referencia, fue cómplice y condición de posibilidad de aquel terrorismo de Estado, se auto percibió libre incluso durante aquel terrorismo de Estado, libre porque lo que quería decir no era lo que la censura no quería que se dijera. Era libre de decir lo que no estaba prohibido decir. Y ese estigma le quedó pegado a esa prensa hasta la actualidad en que procede parte de ella a cimentar un Estado enloquecedor orwelliano, justamente contrario a un proceso de liberación, es decir, una condición de sujeción creciente totalitaria. Y sí, gozamos de la libertad de publicar estas palabras.

* En un reciente discurso Javier Milei llamó “Juan” José de San Martín al Libertador. En el bicentenario de la Independencia, en Tucumán, Mauricio Macri dijo ante el Rey de España, invitado a la conmemoración: “Claramente, deberían de tener angustia (los independentistas) de tomar la decisión, querido Rey, de separarse de España”.