La narrativa del Éxodo habla de un grupo sometido a un régimen opresor que logra escapar y emprende un largo camino hacia la tierra prometida. No es una historia mágica, sino de lucha, liderazgo y decisiones difíciles. Moshe no era un profeta sobrenatural, sino un hombre que se atrevió a decir “no” a la injusticia y exigió dignidad para su pueblo.
Pesaj nos llama constantemente a no naturalizar la esclavitud, literal ni simbólica. Nos recuerda que ninguna opresión es eterna y que la libertad es un valor que requiere compromiso, vigilancia y responsabilidad colectiva. En un mundo atravesado por crisis políticas, sociales y morales, Pesaj advierte que las cadenas pueden tener distintas formas y que el camino hacia la libertad es frágil.
Este año, Pesaj encuentra a Israel herido tras el brutal ataque de Hamás en el sur del país el 7 de octubre de 2023. Desde entonces, la sociedad vive una angustia persistente: 59 secuestrados aún permanecen en Gaza y su ausencia atraviesa a toda la población. Las familias, organizadas en grupos civiles, tomaron el centro del discurso público. Su lucha encarna el espíritu de Pesaj: personas que no se resignan, que exigen la liberación de sus seres queridos y enfrentan al poder con la voz firme de quienes ya no pueden esperar.
Las imágenes de madres, padres, hermanos y hermanas acampando frente a la residencia del primer ministro nos recuerdan que la libertad no es un valor abstracto, sino una urgencia concreta. ¿Qué significa ser libres mientras hay compatriotas en cautiverio? ¿Qué responsabilidad compartida tenemos como sociedad frente a su destino? Las preguntas que plantea Pesaj – ¿por qué esta noche es diferente?, ¿por qué recordamos la opresión? -se vuelven dolorosamente actuales.
La crisis política agrava el panorama. En las últimas semanas, Netanyahu intentó destituir a Ronen Bar, jefe del Shabak, figura clave en la seguridad nacional. La medida se interpreta como parte de una estrategia para debilitar a quienes percibe como obstáculos para su permanencia en el poder. Bar, además de liderar investigaciones sensibles, fue una de las voces internas que advirtió sobre los riesgos de continuar con la guerra sin contemplar el costo humanitario y diplomático.
A lo largo de los últimos años, Netanyahu ha señalado distintos “enemigos internos” cada vez que su posición política se ve comprometida. En su discurso, jueces, periodistas, altos funcionarios de seguridad, reservistas críticos y manifestantes por la democracia son presentados como desleales o incluso peligrosos. En lugar de asumir responsabilidad o construir consensos, ha preferido instalar un clima de sospecha permanente, donde quien cuestiona es marcado como traidor.

Esta lógica de gobernar desde el miedo, con un relato de Israel rodeado de enemigos y traicionado desde dentro, no es nueva, pero en tiempos de guerra se vuelve aún más peligrosa. Al prolongar el conflicto con Gaza -cuando había chances reales de una tregua- Netanyahu no solo busca evitar elecciones o satisfacer a sus socios de extrema derecha: también refuerza la narrativa del “combate existencial”, donde todo cuestionamiento es una amenaza. Así, la guerra deja de ser un medio y se convierte en un fin: una excusa para no rendir cuentas, silenciar opositores y desviar la atención del caos interno y de los rehenes.
Cada vez más sectores del pueblo israelí rechazan esta deriva. Las protestas en Tel Aviv y Jerusalén no son solo por los secuestrados: también rechazan una política de guerra sin salida, guiada por intereses personales y cálculos políticos. Harta del cinismo y del sacrificio inútil, la ciudadanía empieza a recuperar su voz. Exige que se defienda la vida antes que el poder, y que se gobierne con responsabilidad. Frente al plan de Netanyahu de eliminar todo lo que lo incomoda, la sociedad responde con memoria activa y una lucha que, como en Pesaj, no se resigna a vivir bajo ningún faraón.
No solo se lucha contra el faraón, sino también contra la tentación de volver atrás, de cambiar libertad por una aparente estabilidad. En el desierto, el pueblo duda, se queja, teme. La libertad no es fácil: exige pensamiento crítico, coraje y sostener el conflicto sin perder el rumbo ético. Miles de israelíes se movilizan cada semana por la democracia. Las protestas contra la reforma judicial, que debilita el poder de la Corte Suprema, han unido a sectores diversos. Pesaj, en este contexto, es una oportunidad para renovar ese compromiso: entender que no hay libertad sin justicia, ni justicia sin instituciones fuertes. La democracia no es un regalo, sino una construcción colectiva que requiere vigilancia constante.
El seder de Pesaj, con su estructura cargada de simbolismos, también nos enseña el valor de la memoria activa. No recordamos el pasado por nostalgia, sino para entender el presente y actuar en consecuencia. Así como se narra la historia de la esclavitud y la salida de Egipto, hoy podríamos agregar nuevas preguntas a la mesa: ¿cómo nos aseguramos de que todos los ciudadanos, sin distinción, puedan vivir con dignidad? ¿Qué cadenas persisten en nuestra sociedad? ¿Qué nuevos “faraones” debemos enfrentar?
Pesaj es también una celebración de comunidad. Nos sentamos alrededor de una mesa, leemos juntos, cantamos juntos, preguntamos juntos. Es un ritual que, incluso en contextos laicos, invita a pensar en términos colectivos. No hay libertad individual sin libertad colectiva.
En estos días marcados por el dolor, la división y la incertidumbre, el mensaje de Pesaj puede ser un faro. Nos recuerda que hemos sido esclavos y que, por eso mismo, tenemos la responsabilidad de no ser indiferentes frente a ninguna forma de opresión. Que la lucha por la libertad no es una etapa superada, sino una tarea permanente. Que la democracia no es un paisaje fijo, sino un camino lleno de obstáculos, dudas y aprendizajes.
Que esta Pesaj nos encuentre del lado de quienes no se resignan, de quienes siguen preguntando, luchando, caminando.
Jag Jeirut Sameaj