Covers con historia

El proyecto de Tamari canta “Shav el admatí” de Avihu Medina

A finales de los años setenta y principios de los ochenta, la cultura oriental, conocida en hebreo como mizrají, comenzó a integrarse al canon de "lo israelí". La generación que creció junto al Estado, en lugar de haberlo fundado, buscaba nuevas voces que reflejaran su experiencia. La tragedia del 7 de octubre profundizó algunas divisiones pero también fue la base sobre la cual algunas expresiones artísticas sellaron una comunión entre los oriental y lo occidental de la sociedad israelí.
Por Leonardo Naidorf

Una de las grietas de la sociedad israelí que en los últimos años ha comenzado a cerrarse es la que divide a aquellos judíos que llegaron de oriente, en particular de países árabes y del Magreb y los que llegaron principalmente de Europa conformando la elite intelectual, política y cultura que dio forma al país.

Como ya hemos recorrido en esta columna, no fue sino hasta finales de los años setenta y comienzos de los ochenta que la cultura oriental, en hebreo mizrají, fue integrada al canon de “lo israelí”. La lucha de los Panteras Negras a comienzos de los setenta, combinada con un quiebre de ciertos consensos fundacionales posteriores a la Guerra de Yom Kipur, sumado al cambio de signo político por primera vez en treinta años, fueron el contexto que facilitó la emergencia de nuevos modos de interpelar la realidad en Israel. Eran los tiempos de la generación que no había fundado el Estado, sino que había nacido y crecido junto a él.

Así como del lado askenazí emergieron Arik Einstein, Shalom Janoj e Yonathan Geffen, entre otros como nuevas voces con un sentido más crítico a tono con los tiempos del rock y los movimientos pacifistas, la irrupción de Zohar Argov, como una voz capaz de cautivar con tonada y ritmos orientales combinados con los instrumentos eléctricos dieron voz a una gran parte de la sociedad que no se sentía ni representada ni narrada por los músicos populares hasta entonces. En tanto, para los de origen europeo canciones como “Haperaj Beganí” (La flor en mi jardín) eran lo exótico. Sin embargo, esas nuevas canciones no sólo traían nuevos ritmos y registros vocales. También proponían nuevos universos temáticos y tópicos en los que el amor, el sionismo y lo religioso no representaban esferas separadas, sino un todo que atravesaba la experiencia humana.

El autor de “Haperaj Beganí”, Avihu Medina también pertenecía a esa segunda generación del Estado. Nació el mismo 1948 en Tel Aviv en el seno de una familia arribada desde el Yemen, pero a los 14 años el fallecimiento de su madre significó para Avihu la invitación a salir en busca de nuevos destinos y así fue que se integró al kibutz Kisufim donde se apasionó por la música y el rock que llegaba de Inglaterra.

Rotem Calderón

Luego de su servicio en el Ejército, donde fue comandante de tanques en la Guerra de Yom Kipur y reservista voluntario en la Guerra del Líbano comenzó una prolífica carrera como compositor y luego como intérprete. “No entiendo por qué nos etiquetan como músicos orientales y no como músicos israelíes como el resto” protestaba en una entrevista quien entre 2001 y 2006 presidió la sociedad de compositores AKUM y fue galardonado con el Premio Israel al aporte en la música en 2022. Luchó para que los llamados cantantes orientales tuvieran espacio en las radios y en los escenarios y no se agrandara un lento éxodo en busca de públicos más receptivos.

Entre sus muchas canciones, compuso “Shav el admatí” (Regreso a mi tierra), que describe en primera persona la travesía del pueblo judío que atravesó el desierto en busca de la libertad y el posterior amor por Jerusalem, símbolo del vínculo entre Israel y el pueblo judío.

La tragedia del 7 de octubre de 2023 volvió a unir al pueblo en el dolor y el reclamo por el regreso a casa de los civiles secuestrados en Gaza, de los cuales aún quedan 59 personas esperando ser devueltos a su casa.

Es sabido que la masacre del 7 de octubre afectó en especial a poblados y kibutzim circundantes a Gaza, comunidades de origen socialista y humanista más emparentados con las corrientes migratorias europeas que vieron la posibilidad de construir un destino de convivencia pacífica con los palestinos. Sueños que quedaron pausados en algunos casos, enterrados en otros y sostenidos por pocos cuando la herida sigue abierta.

Entre las víctimas fatales se encontró Tamar Kedem Siman Tov, de 35 años junto a su esposo John y sus tres pequeños hijos asesinados a sangre fría. Tamari, como la conocían en su kibutz Nir Oz, había creado con Sagui Dekel Jen -secuestrado por Hamas y liberado más de un año después -, su hermano Itai y su padre una comunidad para formar y promocionar a los jóvenes artistas de la zona en edad de colegio secundario. La comunidad se llamó Bikurim (frutos) y Tamari fue su directora y alma mater hasta su asesinato.

Conmovidos por la tragedia, sus ex alumnos entendieron que había que recuperar el legado y llevar una voz cantada para que los secuestrados volvieran a casa. Así nació El proyecto de Tamari.

En YouTube y Spotify comenzaron a circular sus covers realizados por estos jóvenes músicos a los que fueron apoyando artistas consagrados como Netta Barzilai (ganadora de Eurovisión) e Idan Raijel.

La mayor parte de las canciones elegidas tienen como tema común el regreso, la libertad, la paz y el amor por la tierra. Pero lejos de seguir sus propias tradiciones familiares, y a tono con los tiempos actuales interpretaron canciones de artistas antes considerados orientales como Amir Benayun o el propio Avihu Medina del cual nos dejaron una hermosa versión de “Shav el admatí” interpretada por Rotem Calderón, en honor a su para Ofer secuestrado y luego liberado.  En una de sus estrofas dice:

Yo sé que este es el camino

Yo sabía que el camino era largo

Por favor D´s mio, ilumina mi camino

Ayúdame porque necesito volver