“Civilización judeocristiana”: profana oración de Netanyahu antes de Pesaj

Desvergonzadamente, Netanyahu acaba de sellar en Budapest su alianza con el líder europeo más autoritario mediante un falaz deseo civilizatorio: No casualmente Netanyahu emprendió su viaje a la Hungría antiliberal dos meses después del triunfo de Trump, y fue declarado huésped oficial del ultranacionalista Viktor Orbán, quien había vaticinado en Budapest el fin de las democracias liberales el día de la investidura del presidente Donald Trump. Pesaj 5785 nos convoca a todos a empezar a reescribir la Hagadá.
Por Leonardo Senkman, desde Jerusalén

No fue suficiente para el líder del extremismo israelí de derecha más radical agradecer el repudio de Viktor Orbán a la orden de arresto emitida por el Tribunal de Justicia Internacional, y el retiro de Hungría como signataria. En su reciente visita de cuatro días al único país de Europa donde no teme ser detenido, el primer ministro del Estado judío decidió sellar una alianza no solo política sino «civilizatoria» con el premier europeo más antidemocrático.

Al invocar «nuestra civilización judeocristiana», Netanyahu resucita este oxímoron para combatir al islam fundamentalista usando el mismo mito religioso-cultural que había sido exhumado durante la Guerra Fría.

En los años 50 del siglo pasado la fabulada «tradición judeocristiana» logró cierto predicamento en la esfera política de EE.UU., en momentos álgidos de la Guerra Fría. Los presidentes estadounidenses Truman y Eisenhower caracterizaron esa guerra como una confrontación de la libertad religiosa y la democracia frente al marxismo ateo soviético. Al enarbolar los valores judeocristianos, ambos proclamaban que se inspiraban en ellos para guiar a EE. UU. en la promoción de la libertad, la democracia, la paz y la tolerancia a fin de combatir el comunismo.

Décadas después, el término «tradición judeocristiana» fue acuñado en el discurso de la derecha norteamericana al surgir los neoconservadores de la escuela straussiana tras los atentados del 11 de septiembre del 2001; durante la despiadada guerra contra el terrorismo a escala global, la divisa fue convertida en una metáfora política al incorporarla Israel en el arsenal de la lucha antiterrorista de Occidente contra el islam y el «choque de civilizaciones» según Samuel Huntington.

En la actualidad, Jürgen Habermas sostiene que el sintagma «tradición judeocristiana» se ha convertido en epónimo de «valores occidentales», y condensarían el legado de la ética judaica de justicia y herencia de la moral cristiana del amor (Habermas, J., 1999, “Time of Transitions”, Polity Press, pp. 150-151).

Comparto la lúcida advertencia de Santiago Modejar Flores: la confluencia entre la doctrina judía y la cristiana políticamente podría ser neutra al inspirarse en ideas genéricas sobre el monoteísmo y la creación; sin embargo, la noción «tradición judeocristiana» se ha convertido en un mito “que elude las profundas distinciones eutáxicas derivadas del judaísmo y de la cristiandad, respectivamente” (S. Modejar Flores, 2El mito de la tradición judeo cristiana”, Posmodernia, 12/12/23).

Resulta obvio que la provocadora alianza civilizatoria judeocristiana proclamada por Netanyahu ante Orbán nada tiene que ver con el diálogo teológico judeocristiano, sino con un mito político. Nada menos que el erudito del Talmud Jacob Neusner lo ha desmitificado por completo: “Teológica e históricamente, no hay tal cosa como la tradición judeocristiana. Es un mito secular favorecido por personas que no son, realmente, ellos mismos creyentes”.

Los creyentes neoconservadores evangélicos que utilizan la tradición judía cristiana de salterio anti secular se proyectan a sí mismos como custodios de la civilización occidental y son base política y religiosa de apoyo al trumpismo en EE. UU. Sus incondicionales aliados son judíos de la derecha estadounidense e israelíes nacionalistas laicos, kahanistas y adeptos del Sionismo Religioso. Tales aliados, cínica o ingenuamente, vienen utilizando esa pretendida tradición civilizatoria para fortalecer sus lazos políticos con las facciones políticas pro-cristianas más antidemocráticas en los EE. UU. y Europa, usufructuando beneficios económicos, militares y políticos sustanciales

No casualmente Netanyahu emprendió su viaje a la Hungría antiliberal dos meses después del triunfo de Trump, y fue declarado huésped oficial del ultranacionalista Viktor Orbán, quien había vaticinado en Budapest el fin de las democracias liberales el día de la investidura del presidente Donald Trump.

“Como dicen en Estados Unidos, fuimos Trump antes de Trump. Somos valientes pioneros, no seguimos tendencias como antes. Por eso los liberales occidentales nos odian con toda su alma”, señaló Orbán, considerado el líder más cercano a Moscú en la Unión Europea.

El día del triunfo de Trump, Orbán calificó a la Unión Europea como «el enfermo de Europa» y aseguró que la batalla entre Washington y Bruselas comenzará “ya mañana”. “Europa se ha aislado del nuevo liderazgo estadounidense, de China, de Rusia y del continente del futuro, África. Si esto sigue así, Europa será la perdedora absoluta del nuevo orden mundial”.

Alianza antidemocrática de Estados iliberales de Netanyahu y Orbán

El líder magiar había declarado en su discurso, luego de los seis meses de presidencia húngara de la Unión Europea, durante el segundo semestre de 2024, que el modelo liberal occidental “ha fracasado” y “se ha derrumbado bajo el peso de sus propios errores”. Aludiendo a la promesa de Trump de terminar con la guerra en Ucrania, declaró: “Solo unas horas más y hasta el sol brillará de otra manera sobre Bruselas, con la llegada del patriótico presidente estadounidense”. (Morena Fernández, “El gobierno de Viktor Orbán: un desafío para la democracia húngara”, Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos, 5/2/25).

En el discurso de Orbán reverberaba en los oídos de Netanyahu la crítica hacia enemigos comunes, porque también Netanyahu es odiado por los liberales occidentales, especialmente por negarse a parar la guerra más larga y sangrienta de la historia de Tzahal, que sigue diezmando impunemente a gazatíes civiles, crímenes de guerra mediante.

Sin dudas, la sinergia entre ambos líderes demagógicos que ahora pactan su alianza no surge por la hipócrita voluntad compartida de resucitar a la civilización judeocristiana: ambos gobiernos populistas de derecha radical están comprometidos, cada uno en su país, con la revuelta ultranacionalista contra las instituciones democráticas del Occidente liberal.

Antes que las reformas de Netanyahu, Orbán ya había empezado a eliminar los pesos y contrapesos institucionales, la dominación de los medios y del discurso público, así como la corrupción política centralizada a fin de capturar el Estado húngaro por parte del partido hegemónico Fidesz. En julio de 2014, Orbán ya había declarado sus intenciones de construir un Estado iliberal y aprender de Estados iliberales competitivos como Singapur, China y Rusia.

Asimismo, Orbán se anticipó a Netanyahu y es su modelo para emprender reformas antidemocráticas en el Poder Judicial. No solo amenazó a la Corte Constitucional Independiente con que si tomaba alguna decisión en contra de su gobierno reduciría aún más las competencias del tribunal; ya en abril del 2011 se adoptó rápidamente una nueva Constitución, sin la aquiescencia de la oposición, ni una participación de la sociedad civil más amplia o un debate parlamentario adecuado.

Entre las leyes más controversiales de Orbán se destaca la reducción de la edad de retiro obligatorio de jueces, llevándola de 70 a 62 años, lo cual resultó en el retiro anticipado de muchos jueces experimentados, incluido el presidente del Tribunal Supremo. Esto se interpretó como un intento del partido de gobierno Fidesz por reemplazar a jueces establecidos con magistrados más afines a su agenda política.

No sorprende, pues, que expresiones tales como democracia y valores liberales estuvieran ausentes del discurso de Netanyahu en Budapest. En cambio, las sustituyó con reiteradas proclamas de librar batalla para “defender nuestra civilización común” en Europa, y aludiendo a abstractos “entramados culturales” de ambos países: “Estamos comprometidos a hacerlo. Al hacerlo, también estamos protegiendo a Europa. Puede que haya algunos en Europa que no lo entienden, pero Viktor Orbán lo comprende. Entiende esta batalla común por nuestros valores, por nuestros intereses y por nuestra seguridad en común. Quiero agradecerle por ello”, finalizó Netanyahu.

Posdata

La escritora israelí Shosana Smith titula su oración pascual en el periódico Haaretz (11/4/25) en vísperas de la noche del Seder: «Esta noche todos estamos abandonados».

Shohana empezó a reescribir la Hagadá para conmocionar al pueblo que aún sigue creyendo que Pesaj puede continuar siendo la fiesta de la libertad sin el regreso de los cautivos, mientras algunos se engañan con Netanyahu, quien días antes en Budapest había resucitado la «civilización judeocristiana»

El primer ministro debería también escuchar la pregunta de Shoshana para que, en vez de alegrarnos en el Seder, sintamos vergüenza: “¿Qué diferencia hay en esta noche de otras noches? ¿Qué ha cambiado esta noche de la noche del Seder hace un año, cuando todavía estábamos en shock? No soñábamos más que el Señor nos hacía regresar a Sion: ¡estábamos atónitos! ¿Cómo es posible, nos preguntamos, cómo es posible que haya llegado el Día de la Libertad y ellos -nuestros padres, nuestros hermanos y hermanas, nuestros hijos, nuestros soldados, nuestros muertos- todavía estén allá?”

En su nueva versión de la Hagadá, Shoshana nos hace sentir responsables a todos, no solo al perverso gobierno al que no le importa abandonar a nuestros cautivos.

“Esta noche todos estamos leudados, infectados por el mal y por nuestra impermeable cerrazón cuya oscuridad no la incendiamos junto al jametz. No es el momento, dijimos, qué más da, dijimos. Hemos preferido silenciar a quienes protestan”.

Pesaj 5785 nos convoca a todos a empezar a reescribir la Hagadá.

Me gustaría empezar con la prescripción de quemar todo jametz en vísperas de Pesaj, cambiando la oración sobre “la levadura que todavía puede haber en mi casa, que no he visto o no he descartado”. En vez de rezar: “será suprimida como si no existiera, como el polvo de la tierra”, yo voy a dejar, por el contrario, que el jametz fermente y acidifique nuestro hogar hasta obligarnos a salir todos a la calle para exigir la liberación de nuestros rehenes.

Por eso, yo también cambiaría la prescripción sobre la keará, el plato del seder que contiene seis elementos simbólicos: hierbas amargas, hueso de cordero, huevo, rábano picante, verduras, dulce de dátiles. Pero no basta con que el séptimo elemento sean apenas tres matzot que se colocan en un plato adicional: hay que poner 59 matzot para servir a nuestros rehenes aún cautivos en Gaza.

Y junto a la siempre esperanzada oración de la Hagadá: “En cada generación cada persona debe considerarse como si ella misma hubiera salido de Egipto”, osemos en este Pesaj desesperanzado añadir una imprecación esperanzadora: ¡Israel, que salió de Egipto, debe también hoy salir de Gaza junto con todos sus cautivos!