En las horas posteriores al ataque terrorista en Washington, llamé y envié mensajes a amigos en la ciudad para asegurarme de que estaban bien. En nuestras breves conversaciones, todos parecían ofrecer la misma respuesta: conmoción, tristeza, rabia, pero sin sorpresa. El asesinato de una joven pareja que trabajaba para la embajada israelí, afuera de un evento comunitario en el Museo Judío de la Capital, estaba trágicamente en línea con lo que muchos judíos estadounidenses temían que eventualmente podría ocurrir, en medio del aumento del odio antisemita desde el 7 de octubre.
La falta de sorpresa proviene de dos factores principales. Primero, en los últimos 20 meses, desde el estallido de la guerra en Oriente Medio, ha habido numerosos intentos de ataques terroristas contra objetivos israelíes y judíos en todo el mundo. El mes pasado, hubo un intento de ataque contra la embajada israelí en Londres. Por separado, las autoridades del Reino Unido arrestaron a miembros de una célula terrorista iraní que planeaba un ataque más amplio contra objetivos judíos. Antes de eso, las embajadas de Israel en Estocolmo y Belgrado fueron atacadas, y un adolescente fue arrestado en Alemania por planear un ataque contra la embajada en Berlín. Estos son solo los incidentes conocidos públicamente.
La principal diferencia entre estos intentos y el devastador ataque en Washington es escalofriantemente simple: esta vez, el terrorista tuvo éxito. Al igual que los sistemas de defensa aérea de Israel han logrado interceptar la mayoría de los misiles lanzados por terroristas hutíes en Yemen –con uno que logró impactar el aeropuerto de Ben-Gurión–, este ataque marca el que atravesó las capas de seguridad preventiva. Después de que tantos otros complots en todo el mundo fueron frustrados, uno finalmente se llevó a cabo, con consecuencias horrendas.
Otro detalle clave distingue este ataque de los demás: aunque el terrorista, Elias Rodríguez, de 30 años, de Chicago, asesinó a dos empleados de la embajada israelí, no está claro si sabía que trabajaban para la embajada. Lo que sí sabía, sin duda, era que estaban asistiendo a un evento organizado por el Comité Judío Americano en un museo judío.

La segunda razón para la falta de sorpresa es el aumento descontrolado de la retórica antisemita violenta en los EE. UU. desde el 7 de octubre. Aunque hay muchas razones legítimas para criticar a Israel y sus acciones militares en Gaza, gran parte del discurso en los EE. UU. ha ido más allá de la crítica política hacia un antisemitismo abierto, amplificado por peligrosas teorías de conspiración. Los llamados a «globalizar la Intifada» y la glorificación de Hamás, no a pesar de –sino debido a– sus atrocidades del 7 de octubre, han hecho que un ataque como este sea una cuestión de cuándo y dónde.
El ataque no es una llamada de atención para los judíos estadounidenses. Han estado completamente alerta y han advertido sobre este peligro creciente durante mucho tiempo. Este es el ataque terrorista más mortífero contra la comunidad judía estadounidense desde la masacre de 2018 en la sinagoga Tree of Life, en Pittsburgh. Esa tragedia obligó a las instituciones judías de todo el país a desviar recursos hacia la seguridad, que de la noche a la mañana se convirtió en el problema más urgente de la vida comunitaria.
Las cosas empeoraron aún más después del 7 de octubre, cuando los incidentes y sentimientos antisemitas en los EE. UU. alcanzaron niveles históricos. El miedo al terrorismo dirigido contra las comunidades judías alcanzó un pico no visto en décadas. En el último año, he visitado muchas comunidades judías en los EE. UU., y no recuerdo una sola que no tuviera guardias armados en la entrada, cámaras de seguridad recién instaladas y otras medidas tomadas para prevenir ataques.
El ataque en Washington obligará a las comunidades judías a repensar sus estrategias de seguridad, ya de por sí estiradas, y hará que una situación que ya era difícil sea aún más desafiante. Políticamente, también es probable que impulse a la administración Trump a intensificar los esfuerzos para arrestar y deportar a estudiantes extranjeros que participaron en manifestaciones antiisraelíes en campus universitarios y a intentar prohibir las organizaciones detrás de dichas protestas.
En resumen, 20 meses después del 7 de octubre, la guerra ha llegado al corazón de Washington. La vida judía en los EE. UU. nunca volverá a ser la misma.
Nota: la foto de portada es de la detención de Elías Rodríguez, autor del atentado.