Entre la promesa de igualdad y la ausencia de mediación histórica

Una ética sin política: crítica al universalismo abstracto de Peter Beinart

Peter Beinart, en su libro "Ser judío después de la destrucción de Gaza: un ajuste de cuentas", propone una solución ética y binacional al conflicto israelí-palestino. Leonardo Senkman lo abordó recientemente en nuestras páginas, en un artículo que tuvo gran repercusión. Ahora, Guillermo Atlas retoma el debate y advierte que ignorar el conflicto real desarma toda posibilidad de una solución viable y contrasta esta perspectiva con la política de compromisos imperfectos que defendía Amos Oz.
Por Guillermo Atlas

“El sionismo es la expresión de nuestro hartazgo de ser gobernados por goim”
Human Values and the Jewish State (Yeshayahu Leibowitz, pp. 115–117)

El último libro de Peter Beinart ha reabierto un viejo dilema del pensamiento judío progresista: ¿es posible reconciliar los principios éticos del judaísmo con el nacionalismo político encarnado en el Estado de Israel? En Being Jewish After the Destruction of Gaza, Beinart intenta responder a esta pregunta desde una posición radicalmente ética. Su gesto ha sido celebrado por sectores del judaísmo diaspórico como una muestra de valentía moral; sin embargo, su propuesta también despierta interrogantes sobre los límites de una ética sin política.

El libro ha sido recibido por amplios sectores del progresismo judío como un ajuste de cuentas valiente con las derivas del sionismo hegemónico y la política israelí en Gaza. En su reciente artículo en Nueva Sion, Leonardo Senkman lo celebra como una renovada “responsabilidad ética” del judaísmo diaspórico y destaca su llamado a refundar el Estado de Israel sobre bases igualitarias y binacionales.

Sin negar el coraje ni la honestidad intelectual que recorren el texto de Beinart, este artículo propone leer su proyecto desde otra perspectiva: la de los límites de una ética sin política, de un universalismo abstracto que, al prescindir del conflicto histórico concreto, termina por desarmar la posibilidad misma de una solución democrática viable.

El gesto ético y sus límites

El gesto de Beinart es significativo. No se limita a denunciar la ocupación: la declara parte estructural del proyecto sionista o del “régimen israelí”, al que caracteriza como etnocrático. En ese marco, el sionismo progresista y democrático que durante décadas sostuvo la existencia de un “Israel dentro de la Línea Verde” como expresión legítima de la autodeterminación judía queda deslegitimado. Beinart propone, en cambio, un modelo binacional que garantice la plena igualdad entre judíos y palestinos, una suerte de “Segunda República” fundada sobre principios universales y post o metaétnicos.

Peter Bainart, en una charla en la Universidad de Harvard

Pero ese gesto —ético, valiente, incluso profético— se encuentra atravesado por una tensión no resuelta: la disolución de la pregunta nacional en la promesa moral. En nombre de la justicia, Beinart suspende las coordenadas históricas del conflicto y proyecta una forma de redención secular, en la que judíos y palestinos compartirían soberanía en un mismo marco estatal. Lo hace sin discutir cómo podría garantizarse la seguridad, la representación y la reparación histórica de ambas comunidades en una estructura binacional. En ese vacío institucional e histórico, su propuesta corre el riesgo de convertirse en una consigna edificante, más próxima al testimonio moral que a un proyecto político realizable.

La comparación bíblica: Korach o Moisés

Al invocar a Korach, el rebelde bíblico que desafió la autoridad de Moisés, Beinart introduce una parábola sobre la herejía moderna: la idolatría del Estado. En su lectura, la soberanía judía ha devenido un sustituto de la fe, una religión civil que traiciona los fundamentos éticos del judaísmo. Beinart aduce que este nuevo dogma laico ha llevado a muchos judíos a abandonar los valores éticos esenciales del judaísmo.

Beinart argumenta, además, que esa idolatría estatal abre paso a justificaciones morales para la opresión. Asimismo, señala que el lavado de manos moral frente a la tragedia de Gaza está enraizado en una concepción del pueblo judío como eternamente víctima, incapaz de reconocer su rol como victimario, y que solo una visión de reconciliación histórica, basada en igualdad jurídica y dignidad humana, puede reencauzar el judaísmo y la convivencia en la región.

Aboga por un solo Estado —no segregado— en Israel/Palestina, con ciudadanía plena para todas las personas, inspirado en ejemplos de reconciliación como Sudáfrica e Irlanda.

No por azar recurre, en varios pasajes, a Yeshayahu Leibowitz como guía moral y ética. Cabría recordar que este pensador se oponía tajantemente a la concepción de que la teoría y la práctica sionistas estuviesen necesariamente o esencialmente ligadas con la noción de ser una “luz para las naciones”. Leibowitz rechazaba todo intento de dotar de un aura religiosa al Estado de Israel.

Amos Oz: política como compromiso imperfecto

Es aquí donde conviene recuperar la figura de Amos Oz como contrapunto. Para Oz, el conflicto no es una parábola del bien y del mal. En realidad, es una tragedia histórica entre dos pueblos con derechos y miedos, con relatos en pugna y traumas irreductibles. En textos como Contra el fanatismo o Una historia de amor y oscuridad, Oz insistía en que la solución debía ser imperfecta, dolorosa, pero concreta: la partición, el reconocimiento mutuo, la renuncia a los sueños absolutos. “No hay justicia completa en el mundo, solo compromisos parciales entre justicias en conflicto”, escribió. Frente al maximalismo —ya sea mesiánico, religioso o moral—, Oz defendía la política como arte de lo posible, no como escenario de redención.

La propuesta de Beinart, en cambio, parece reponer una lógica mesiánica de otro orden. No se trata ya del mesianismo territorial del sionismo religioso, sino de un mesianismo moral que pretende superar las formas nacionales a través de una ética universal. Pero ese universalismo, que resuena con fuerza en ciertos sectores de la diáspora estadounidense, elude las condiciones históricas, sociales y afectivas del conflicto. No interroga las razones del fracaso de esa opción binacional en el pasado. No responde al temor real —no inventado, real— de millones de israelíes ante la desaparición del marco nacional que los protege. No se pregunta qué formas de representación política podrían garantizar esa igualdad deseada sin reproducir nuevas formas de dominación.

Beinart imagina un “Estado para todos sus ciudadanos”, sin preguntarse si las sociedades implicadas están dispuestas a compartir un relato común del pasado. Algo que Amos Oz y otros pensadores del conflicto entendían como una condición necesaria para cualquier forma de convivencia política duradera.

Amos Oz

Sin embargo, como dice el autor australiano Michael Visontay, esta cuestión “elude la pregunta incómoda que él mismo plantea en el título de su libro: cómo deberían los judíos —y el mundo—, en su búsqueda de una paz justa y duradera, superar el obstáculo que representa el rol ilegítimo pero innegable de Hamas como abanderado de la causa palestina” (Jewish Independent).

Hacia una izquierda con responsabilidad política

Peter Beinart ha escrito un libro necesario, incómodo, valiente. Pero una izquierda democrática no puede limitarse a enunciar principios: debe ofrecer caminos. La solución binacional, tal como la propone, corre el riesgo de convertirse en un espejismo tranquilizador: una promesa ética sin anclaje político, una fórmula abstracta que ignora las condiciones materiales, históricas y afectivas del conflicto.

Frente a eso, conviene recuperar la mirada de Amos Oz, que concebía la política como el arte de los compromisos imperfectos entre justicias en disputa. No hay solución mágica ni horizonte redentor: lo que hay es la posibilidad —siempre frágil— de acuerdos que reduzcan el sufrimiento, reconozcan al otro sin negar la propia identidad y establezcan formas de convivencia sostenibles.

La responsabilidad política comienza allí donde la ética deja de ser un principio abstracto y se transforma en un compromiso con lo posible.

Una izquierda democrática debe partir de la ética, pero no puede detenerse allí. Solo cuando la justicia se encarna en instituciones, decisiones difíciles y límites asumidos, puede dejar de ser un ideal abstracto para convertirse en un horizonte político.