Fascismo: lo viejo, lo nuevo y el futuro

El fascismo no vuelve igual: muta, se adapta y reaparece en nuevas formas políticas. En un contexto global marcado por democracias iliberales, nacionalismos agresivos y el avance de las tecnologías digitales, Bernardo Sorj propone un análisis riguroso que diferencia discursos, prácticas y condiciones históricas. Frente al uso indiscriminado del término, el autor invita a repensar cómo defender la democracia desde una mirada crítica y plural.
Por Bernardo Sorj

El tema del fascismo es vasto, y dado los límites de un artículo breve, me ceñiré a proponer algunas tesis que, espero, puedan contribuir al debate.

1. El pasado como referencia, pero con precaución – Cuando la historia nos enfrenta a cambios bruscos, buscamos referencias en el pasado para entender el presente. Este camino es inevitable, pero con dos condiciones:

a) No olvidar que el pasado nunca se repite, por lo que debemos preguntarnos qué hay de nuevo.

b) Reconocer que el fascismo fue un fenómeno histórico con características variadas en cada país y que, además, evolucionó en cada caso.
c) Estamos en medio de la tormenta, con baja visibilidad, lo que nos lleva a aferrarnos a lo conocido.

2. El uso político vs. el análisis riguroso del término «fascista» – Debemos distinguir entre el uso político del término «fascista» —que busca generar repulsa y movilizar apoyos— y el análisis teórico en el marco de las ciencias sociales. Aquí me interesa este último, aunque cabe señalar que el uso excesivo del término para caracterizar opositores por parte de grupos progresistas puede ser contraproducente. El agonismo sin matices y cerrado al debate destruye la cultura democrática.

3. Discurso fascista vs. gobiernos fascistas – Es crucial diferenciar entre discursos con elementos «fascistas» y la práctica efectiva de los gobiernos. Por ejemplo, las declaraciones de Jair Bolsonaro cuando era diputado —como su apología de la tortura o proponer asesinar opositores — pueden ser calificados de fascistas, pero su gobierno, pese a su intento de golpe de estado postelectoral, no lo fue. Quizá convenga hablar de políticos y gobiernos con tendencias fascistizantes.

4. La dimensión normativa: democracia liberal y derechos humanos – Parto de la defensa de la democracia liberal y los derechos humanos. Desde esta perspectiva, el fascismo es una de las formas en que la democracia es atacada, como también lo hacen ideologías como el comunismo o el integrismo religioso. Aunque Hannah Arendt agrupó estas corrientes bajo el concepto de «totalitarismo», aquí me centraré en las tendencias totalitarias de derecha.

5. Valores centrales del fascismo – A pesar de su diversidad, el fascismo se orienta por algunos temas básicos:

  • Nacionalismo xenófobo y racista.
  • Conservadorismo reacionario.
  • Ataque a las instituciones democráticas (en particular la separación de poderes), la libertad de prensa, intelectuales y artistas.
  • Disposición a usar la violencia para amedrentar/eliminar opositores o destruir instituciones.

6. Fascismo vs. democracias iliberales actuales – Muchas características fascistas aparecen en gobiernos como los de Putin (Rusia), Erdogan (Turquía), Netanyahu (Israel), Orbán (Hungría), Modi (India) o Trump (EE.UU.). Sin embargo, ninguno ha cristalizado un régimen fascista como los del pasado. La ciencia política los define como democracias iliberales, un concepto estático que no capta su dinámica oscilante entre autoritarismo y democracia.

7. ¿Por qué la extrema derecha no se define como fascista?  – Podemos identificar cuatro razones:

a) La democracia y los derechos humanos siguen siendo el horizonte deseable para la mayoría de la población, lo que obliga a la extrema derecha a moderar su discurso si quiere ampliar su base  electoral.
b) El  fascismo histórico movilizaba el miedo al comunismo y a los sindicatos, apoyándose en el empresariado y la pequeña burguesía;    hoy, la extrema derecha tiene enemigos más difusos:  los emigrantes, ambientalistas o feministas.

c) Factores geopolíticos: el fascismo surgió tras la Primera Guerra Mundial en países derrotados como Alemania o insatisfechos con las negociaciones de postguerra, como Italia. Hoy, el nacionalismo se alimenta de la percepción de pérdida de relevancia global (en Europa o Rusia), de poder relativo (EE. UU.), y de una crisis del orden global que alimenta sueños de grandeza regional (Turquía, Israel). En casos como Brasil, el bolsonarismo inventa enemigos como el «comunismo» o China para suplir la falta de bases geopolíticas para su nacionalismo.

d) La democratización aumentó las expectativas igualitarias, reduciendo el atractivo de sistemas jerárquicos como el fascismo. Si bien con importantes diferencias nacionales, en general la base social de la extrema derecha combina:

  • Sectores religiosos conservadores.
  • Trabajadores y pequeños propietarios marginados por las transformaciones económicas, sea por la globalización o el cambio tecnológico.
  • Una variedad de grupos resentidos por el aumento de la desigualdad y la baja movilidad social, agravado por la incapacidad de los partidos tradicionales para dar respuestas a sus expectativas.

8. El rol de las nuevas tecnologías – La Internet creó un nuevo ecosistema de comunicación que al mismo tiempo es más inclusivo pero también permite también recopilar información para manipular y controlar la población con una eficacia inimaginable para los sistemas totalitarios tradicionales.

Mirando hacia el futuro usando el retrovisor

Este breve resumen de similitudes y diferencia entre el pasado y el presente nos lleva a algunas conclusiones sobre cómo enfrentar el futuro.   

Del pasado, quizás la más importante lección para pensar actualmente es de orden política: no entrar en el juego de polarización promovido por la extrema derecha. No olvidemos que el partido comunista alemán siguió las instrucciones del Komintern y catalogó a  la socialdemocracia de social-fascista. En el juego de polarización, el grupo que se apoya en los grupos económicos dominantes y el poder del estado tiene más posibilidades de triunfar. Afirmar el pluralismo, promover el debate de ideas, no tratar todo disenso como fascista es fundamental para enfrentar la extrema derecha, tanto desde el punto de vista de los principios como por pragmatismo. Si en algún punto se hacen necesarias las líneas rojas, ellas deben ser trazadas con cuidado.    Caso contrario, nos transformamos en un espejo de lo que combatimos. 

En segundo lugar, debemos entender los problemas reales y fragilidades de la democracia actual y buscar nuevas respuestas. Hoy, los extremistas no atacan a los sindicatos (y/o las cooperativas agrícolas, como en Italia) y sí -en cambio- a las organizaciones de la sociedad civil, que son el principal canal de expresión de los movimientos sociales progresistas. Acontece que la sociedad civil es extremamente frágil, pues está muy fragmentada y no tiene relaciones orgánicas con el público que pretende representar. Debemos pensar en redes que aumenten la eficacia y la colaboración entre ellas.

En tercer lugar, debemos avanzar en la reflexión sobre cómo recuperar una relación virtuosa entre democracia y capitalismo. Nociones como post-capitalismo generan la ilusión de un más allá indefinido, alejándonos de los desafíos  del  más acá en el cual vivimos. Debemos avanzar una reflexión capaz de promover programas realistas, que tengan en cuenta la preocupación de los ciudadanos, fundada en valores, pero sin prejuicios  ideológicos cargados del pasado, mostrando que la democracia es el mejor instrumento para defender los intereses de la mayoría de la población.

En cuarto lugar, las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, aún más con el uso de la inteligencia artificial y su impacto en todas las esferas de la vida, exige un esfuerzo de repensar y actualizar las practicas sociales que fortalezcan los valores sobre los cuales se fundamenta la vida democrática, la libertad, la justicia social y la autonomía individual. En suma, pensar la sociedad contemporánea exige un esfuerzo mucho más amplio que los desafíos, sin duda reales e ineludibles, de enfrentar la ascensión de tendencias fascistas.