Milei y las mujeres

Violencia simbólica, ataques discursivos y silencios cómplices: la conflictiva relación entre el presidente Javier Milei y las mujeres que alzan la voz contra su gobierno.
Por Laura Haimovichi

Los llamados «incels» son célibes involuntarios que “habitan los rincones más oscuros de Internet y están unidos en su violenta misoginia (…)  Son perdedores confesos que desean, a toda costa, la disponibilidad sexual de las mujeres y, sin embargo, al mismo tiempo, expresan disgusto por la promiscuidad. Se sienten, maliciosamente, con derecho a recibir sexo y atención de lo que perciben como el sexo más débil. Su agresión acumulada ha llevado a estos hombres solitarios y odiosos a una violencia extrema. En sus propias palabras, han armado la guerra de género”.

Este es un fragmento de la novela negra Los que odian a las mujeres, de Pascal Engman. Egman es un escritor sueco que ha escrito una trilogía del género policial. La protagonista es de este libro es Vanessa Frank, una detective que investiga los asesinatos que se cometen contra las mujeres.

“¿Hay un líder o son simplemente varios grupos caóticos sin relación entre sí? La pregunta que Vanessa Frank debe hacerse es: ¿qué haces cuando el odio echa raíces? Si más de uno de ellos es capaz de asesinar, ¿podrían ser capaces de un tiroteo masivo organizado?

¿Puede la ficción ayudar a comprender un fenómeno de la realpolitik? ¿Ayuda a develar un concepto como incel, que se popularizó durante la muy comentada e impactante serie de Netflix Adolescencia, donde Jamie Miller, de 13 años, era acusado de asesinar a una chica de su misma escuela?

Puede. A veces, la ficción se adelanta a lo real o trae sus resonancias. El arte de escribir -los autores- tiene esa capacidad al ejercer su oficio. Incluso, más allá de su voluntad o de la propia percepción del trabajo intelectual que realizan.

Es difícil establecer cuándo comenzó el conflicto entre el actual presidente de la Argentina y las mujeres (también con los integrantes del colectivo LGBT+). También lo es precisar sus causas totales. Pero su expresión está a la orden del día, y los ejemplos sobran.

No se puede negar, además, que cierta tensión entre una parte del movimiento feminista -que excluyó a los varones de su lucha- también está en la etiología del problema. Aunque no explica el resentimiento ni las emociones extremas que surgen de Milei y sus seguidores, afines al rechazo y maltrato hacia mujeres que se expresan en contra de las acciones del gobierno.

Artistas en la mira: cuando el poder responde con burla y hostigamiento

A poco de asumir el cargo, el mandatario se refirió a Lali Espósito como “Lali Depósito”, sugiriendo que ella había recibido, durante gestiones anteriores, altas sumas de dinero por sus actuaciones en recitales organizados por el Estado. Cuando la intérprete presentó el clip de su canción Fanático, lo hizo grabando las imágenes en un depósito, como una forma de ironizar sobre el modo despectivo con que el presidente se había referido a ella. Y comenzó el cruce: idas de malos tratos, vueltas con la sutileza y el arte de la broma.

Se espera que en un régimen democrático el pueblo y sus artistas puedan ejercer la libertad de expresión que avala la Constitución, en tanto derecho ciudadano. También, que el presidente elegido en las urnas priorice y vele por el bienestar de las personas que gobierna, y que esto ocurra dentro y fuera de las redes sociales, donde discurre buena parte de los días de Milei.

En el tema musical de Lali, la cantante utiliza metáforas y referencias -explícitas y no tanto- para criticar lo que percibe como un hostigamiento permanente del titular del Poder Ejecutivo hacia su persona:

Viene a buscarme, se come mis sobras. Lo tengo encima, parece mi sombra. Es mi fanático, me vuelve loca. Toda la noche me sueña y se toca, dice el estribillo, y exhibe en el video un estilo rockero de los años noventa.

“Su mayor fantasía es un día ser yo”, entona con su carisma habitual, mientras aparece un hombre, con patillas y chaqueta de cuero negra, hablando y gesticulando de manera efusiva, mientras ella lo observa aburrida. Ese sujeto del video evoca al presidente.

Los fanáticos de ambos polemizaron tras los lamentos de Lali por la victoria del entonces candidato ultraderechista durante las elecciones primarias de agosto de 2023. «Qué peligroso. Qué triste», señaló ella. Milei respondió que no la conocía. Espósito criticó al Gobierno en el Cosquín Rock, que se celebra en los veranos cordobeses: «Esto que somos los argentinos, esta unión que genera el arte, la música, la cultura, nadie nos lo va a sacar jamás».

Voces bajo fuego: mujeres que no callan frente al rugido del trono

Otro episodio reciente de misoginia y malos modales: el presidente arremetió contra la periodista María O’Donnell, conductora de Tarde para nada (Radio con Vos), al compartir un tuit ofensivo de su asesor Santiago Oría, director de Realización Audiovisual de Presidencia, quien la llamó “pelotuda”, “estúpida” e “imbécil”. El agravio, en lugar de ser repudiado, fue avalado.

El periodista Marcelo Longobardi -no precisamente peronista ni de izquierda, pero respetuoso de las instituciones- se preguntó: ¿Cuál es el límite del maltrato contra las mujeres y el periodismo por parte del presidente? Calificó el hecho de “gravísimo” y denunció la complicidad de funcionarios y periodistas oficialistas que eligen callar.

El ataque fue respuesta a una editorial crítica de O’Donnell. El insulto buscó descalificarla por disentir del discurso oficial.

Justicia al servicio del miedo, escarmiento como espectáculo

Algo similar ocurrió con el apoyo del presidente a un Poder Judicial poco o nada independiente. La militante opositora Alexia Abaigar fue detenida tras un operativo encabezado por el Ministerio de Seguridad, la Policía Federal y la jueza federal Sandra Arroyo Salgado, con allanamientos en distintos puntos de la provincia de Buenos Aires. El pedido partió del diputado libertario José Luis Espert, conocido por su lema “cárcel o bala” para quienes se apartan de la ideología dominante.

Además de Abaigar, incomunicada en el penal de Ezeiza, otras cuatro personas fueron detenidas. La cacería fue consecuencia de una denuncia del legislador, por la colocación de bosta frente a su casa junto a un pasacalle agrediéndolo.  

“Wiñazki, Feinmann y Majul tienen acceso a mi expediente y yo no: están atentando contra mi derecho a la defensa”, reclamó Alexia.

Cuando la crítica incomoda, la respuesta es difamación

Julia Mengolini fue blanco de otro ataque violento. Miles de cuentas de trolls, bots pagos, dirigentes libertarios de alcance nacional y el propio Milei -quien publicó un centenar de tuits sobre ella- articularon una mentira sobre su vida privada, deslegitimaron su palabra e intentaron manchar su figura pública.

Mengolini, como en las situaciones antes mencionadas, representa la posibilidad de decir que el ataque a los derechos, la violencia que parece haberse instalado, no debe aceptarse ni ser ignorada. La guerra comunicacional se ha instalado: no hay que permitir que avance, aunque resulta tan complejo como difícil ponerle freno.

Las acciones de un presidente son ejemplificadoras. La gente las tiene en cuenta, las considera, las imita, las rechaza; no siempre las evalúa racionalmente. Hay una adhesión o un repudio emocional hacia ellas, por múltiples razones que sería muy extenso describir en un artículo. Sin embargo, al tratarse de quien conduce el destino del país, al mandatario le cabe una responsabilidad mayor en sus dichos y gestos, tal como debería ocurrir (y muchas veces ocurre, aunque no siempre) con el padre y la madre al interior de una familia y ante la mirada de los hijos.

Soportar los cuestionamientos de periodistas, artistas y ciudadanos de a pie: de eso se trata una verdadera democracia. No de autoritarismo ni de desconocer las normas de convivencia y lo que indica la ley mayor.

La fragilidad con la que se vive hoy -no solo a nivel material sino también simbólico- tiene consecuencias no deseables. La visibilidad y multiplicación de estas situaciones puede ser un límite a lo irracional, a la furia infantilizada, a toda embestida entre lujurias y represión.

No llores por mí, Argentina.