En las últimas semanas, diversos factores llevaron a un cambio importante en los términos en los cuales se habla de las condiciones de vida en Gaza y, por extensión, sobre la guerra. Es necesario retroceder un poco en la historia para entender cómo llegamos a la situación actual: desde el quiebre del cese al fuego a mediados de marzo (consecuencia de la decisión documentada de Netanyahu de negociar un cese al fuego temporal con liberación parcial de los secuestrados, y no un fin de la guerra con la liberación de todos los secuestrados), se impuso un bloqueo de 78 días, en los que no ingresaron a Gaza alimentos, medicamentos ni otros suministros básicos. El racional detrás de esta estrategia era una versión modificada de la “presión militar” que había sido ejercida durante 2024, según la cual Hamás cedería en las negociaciones y hasta ofrecería su rendición incondicional si la situación en la Franja se volvía insostenible.
La presión militar regresó —ahora con la promesa de mayor eficiencia por no tener que ocuparse de otros frentes de batalla en el norte—, pero se le sumó un deterioro en las condiciones de vida, que podía al mismo tiempo presentarse como un punto adicional de presión para algunos, pero también como una estrategia más a largo plazo para una extrema derecha en el gobierno (representada por Ben-Gvir y Smotrich) que ostenta fantasías de limpieza étnica y repoblamiento judío de Gaza. Fuera de los evidentes problemas morales de la estrategia, la idea de que la presión militar o humanitaria haría que Hamás cediera en la negociación parte de la base de que a Hamás le importa el bienestar de la población gazatí, o que sus líderes están atravesados por los mismos problemas que la población en general.
Importó poco, en los espacios de toma de decisiones, que la gran mayoría de la sociedad israelí, según todas las encuestas, rechaza este tipo de estrategias y hace tiempo quiere terminar la guerra. Importó poco también el grito de los rehenes liberados, que afirmaron que el hambre afecta especialmente a los 50 rehenes todavía en Gaza. Y, hasta hace muy poco, también importó poco la condena internacional. La realidad es que todas estas estrategias han evidenciado a lo largo de casi dos años una especie de pensamiento mágico sobre la forma en que esta guerra puede terminar, que viene imponiéndose por sobre la racionalidad y el pensamiento a largo plazo que entiende que la diplomacia es imprescindible para permitir una retirada israelí de Gaza que establezca condiciones de seguridad.
Nuevos actores, nuevas tácticas: entre la catástrofe y el control
La crisis actual se acelera en mayo, con la combinación de dos acontecimientos: el cambio de estrategia militar con el lanzamiento de la operación Carros de Gedeón (Merkavot Guidón) y el inicio de las operaciones de una oscura entidad creada con apoyo israelí y estadounidense, llamada Fundación Humanitaria de Gaza (GHF). Con el propósito anunciado de evitar una catástrofe y de quitarle el poder de distribución a Hamás, GHF creó cuatro centros de distribución de alimentos, todos ubicados al sur de la Franja. Esta ayuda es esencial, dado que 21 meses de operativos israelíes destruyeron toda capacidad productiva en Gaza, y los alimentos que se ofrecen en el mercado privado presentan un aumento de precios promedio del 4000 %. Inmediatamente llegaron las críticas: su nula dispersión territorial (la cual abre la posibilidad de vincularla con el objetivo de traslado de la población), la insuficiencia de la cantidad de ayuda (“una gota en el océano”, según Tom Fletcher, jefe de ayuda humanitaria de la ONU), la ausencia de algunos suministros y nutrientes esenciales y la imposibilidad de cocinar la comida entregada ante la destrucción de la mayoría de la infraestructura gazatí. Un episodio particularmente conflictivo fue el de informes de muertos y heridos en los alrededores de los puntos de distribución, sobre los cuales Israel y GHF negaron su involucramiento. La ONU informó que no colaboraría con el nuevo esquema de distribución, lo que llevó a una situación en la que toneladas de alimentos quedaron atascadas en la frontera entre Israel y Gaza, mientras la misma ONU denunciaba la crisis dentro del territorio.
El colapso humanitario toma cuerpo: cifras, imágenes y presión global
Tras semanas de advertencias de la crisis en ciernes, los datos actuales —incluso si podemos disputar parte de ellos— hablan por sí mismos: 127 muertos por desnutrición (85 de ellos, niños) en las últimas semanas. La Organización Mundial de la Salud habla de 17.000 personas que requerirán tratamiento por desnutrición en los próximos meses si la situación no cambia. Todavía no ha declarado una hambruna generalizada en Gaza, pero advierte que esto es inminente en el norte del territorio si no hay un cambio de política claro. Las imágenes de la realidad en Gaza ya trascienden fronteras y están a disposición del mundo, incluida la población israelí y los grandes centros de poder internacional. Incluso aliados cercanos de Israel, como Donald Trump, advirtieron sobre el peligro del hambre en Gaza, y Barack Obama rompió un largo silencio para expresarse sobre el tema. Ni responsabilizar a la ONU ni cuestionar la veracidad de los datos e imágenes eximió a Israel de su responsabilidad por la situación ante los ojos del mundo. Presente la realidad de Gaza por primera vez en la conversación mainstream israelí, decenas de miles de israelíes se manifestaron por el fin de la guerra en Gaza, y no por un cese al fuego temporal, sino a través de un acuerdo que permita el regreso de los secuestrados. Hasta voceros informales del gobierno, como el periodista Amit Segal, advirtieron que los informes sobre el hambre no eran meramente propaganda de Hamás y Al Jazeera, y que debían ser tomados con seriedad. Esta conversación pública sobre una guerra que hace tiempo parece ser su propio objetivo está influenciada por la muerte de casi 900 soldados, 28 más que murieron por suicidios, y 18.500 heridos. Actos difundidos de antisemitismo y hostilidad hacia israelíes alrededor del mundo también contribuyeron a la concientización de que la imagen de Israel está severamente deteriorada a nivel global.

Tras las repercusiones internacionales, el gobierno israelí debió cambiar de estrategia. Aunque negó en un video en redes sociales la existencia de hambre y de una política de hambreamiento, se anunció el ingreso de más ayuda humanitaria, el apoyo israelí para expandir los esfuerzos de desalinización de agua en Gaza, la creación de nuevos “corredores humanitarios” para permitir el ingreso de camiones de la ONU dentro de Gaza y, por primera vez desde el inicio de la guerra, la distribución aérea de alimentos a través de paquetes lanzados desde aviones.
No es casual que la decisión llegue ahora. El Parlamento israelí se encuentra en receso de verano, conteniendo así las críticas dentro de la coalición gubernamental a la decisión de “suavizar” la actitud ante Gaza. Incluso desde la población civil, hay sectores que se oponen a cualquier alivio a los gazatíes que no se traduzca antes en la liberación de los secuestrados o en la rendición de Hamás. Pero el tiempo no parece estar del lado israelí: es tan evidente el fracaso de la estrategia que, por estos días, Hamás no solo no hizo renuncias, sino que endureció su propia postura. La organización terrorista, a través de sus representantes en Doha, pide ahora, por cada secuestrado, la liberación de más prisioneros palestinos que en los dos acuerdos de cese al fuego anteriores, una señal de que perciben el creciente aislamiento israelí como una ganancia que puede ser explotada en las negociaciones.
Un fracaso político que arrastra a todos
Se puede discutir hasta el hartazgo la distribución exacta de responsabilidades que llevó a esta situación, que representa un fracaso moral que erosiona la legitimidad inicial con la que Israel ingresó a la guerra tras la masacre del 7 de octubre. Pero parece indiscutible, a más de 660 días desde el comienzo del conflicto, que el hambre en Gaza y la tragedia que se vive hoy evidencian otro fracaso del gobierno de Netanyahu: el de ofrecer un horizonte político que permita terminar la guerra, liberar a los secuestrados, reconstruir Gaza y retomar un proceso diplomático que ponga fin a esta pesadilla. La disposición de Netanyahu a no cerrar nunca nada que pueda prolongarse en el tiempo es conocida desde hace años. Pero en este caso, una guerra que la mayoría de la sociedad israelí percibe como carente de objetivos de seguridad, y que el mundo hace tiempo percibe como un acto de agresión, está destruyendo la vida de los gazatíes y condenando a Israel al lugar de paria internacional. Quizás, por primera vez en mucho tiempo, esta transformación en los términos de la conversación pública en Israel, junto con una renovada fuerza en las protestas y una presión creciente por parte de sus aliados, pueda finalmente cambiar esta realidad.