El surgimiento del antisemitismo moderno constituyó un fenómeno inescindible de las profundas transformaciones que Europa atravesó en las últimas décadas del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Aquel período fue el escenario de una acelerada integración de buena parte de los judíos europeos a la vida económica, cultural, científica y política de sus respectivos países. Pero el alcance de este proceso de integración y la creciente importancia de la presencia judía en los más diversos ámbitos de la vida europea resultaron factores que contribuyeron al incremento de las fricciones con diversos grupos de la población.
Los judíos chocaban y competían ahora con aquellos que previamente los habían odiado o temido en términos religiosos o tradicionales. El mismo proceso que permitió la integración de los judíos a la vida europea alimentó al moderno antisemitismo como ideología y como inspiración de movimientos políticos y sociales que entre 1870 y 1880 emergieron en numerosos países europeos, contribuyendo a la puesta en debate de la cuestión judía.
Mientras en Europa oriental, el antisemitismo resultó -en gran medida- el fruto de políticas gubernamentales deliberadas, destinadas a acusar a los judíos por las crisis políticas y económicas y a identificar a los israelitas como exclusivos portadores y beneficiarios de las ideas liberales y democráticas impugnadoras de los regímenes monárquicos, en Europa occidental resultó un elemento central de agitación de las derechas conservadoras, resultando el caso Dreyfus en Francia un momento central para entender la asociación entre el nacionalismo reaccionario y el antisemitismo.
Como ha señalado Zeev Sternhell, el antisemitismo fue un aspecto capital de la revolución política y social de la derecha. Aunque existieron manifestaciones de antisemitismo en determinados sectores de la izquierda europea desde fines del siglo XIX y el fenómeno se agigantó con el estalinismo, no caben dudas de que la familia política de la extrema derecha hizo del antisemitismo un aspecto central de su retórica y su práctica, que culminó con el desarrollo de la Shoá por parte del régimen nazi y sus aliados.
Después de la Shoá: condena, memoria y revisión
El fin de la Segunda Guerra Mundial trajo cambios fundamentales: en primer lugar, porque la casi unánime condena a las expresiones de la extrema derecha conllevó la de su antisemitismo, a la par que las profundas transformaciones de la Iglesia Católica en la posguerra -y sobre todo a partir del Concilio Vaticano II- promovieron una positiva revisión de los elementos teológicos y rituales que habían promovido con anterioridad un antijudaísmo de cariz religioso. En buena parte de occidente, el desarrollo del estado de bienestar y el desarrollo de movimientos de afirmación de los derechos civiles promovió un combate más general contra el racismo, incluyendo al antisemitismo. Ello se profundizó cuando, a partir de los años sesenta, la Shoá se fue convirtiendo -después de haber sido ignorada u olvidada- en el referente central de la memoria pública de Occidente, en un modelo paradigmático de genocidio y victimización, en la cúspide de la religión civil de la memoria.

Esta situación se fue modificando por motivos complejos desde la década de 1980, en parte como derivaciones del derrumbe del bloque soviético y la emergencia en el este europeo de regímenes que apelaron a una memoria en la que se enaltecieron regímenes anticomunistas, algunos de ellos marcadamente antisemitas, en parte debido a que, en el seno del predominio conservador desplegado en esa etapa, lograron alcanzar cierta relegitimación algunas de las experiencias de extrema derecha pretéritas. Pero estas transformaciones anunciaban una aun mayor, ya que en el siglo XXI, una parte considerable de las extremas derechas y la casi totalidad de los movimientos iliberales que alcanzaron el poder en distintos lugares del mundo, mostraron -con la excepción del caso de Turquía- no solo una altísima adhesión a las políticas de los gobiernos de derecha y extrema derecha de Israel, sino que además se presentan como adalides en la lucha contra el antisemitismo.
Se cierra así un paradójico círculo, ya que son ahora los grupos de extrema derecha, los conservadores más radicales, los integrismos cristianos, los sectores que en Europa pretenden cerrar las puertas a la inmigración, los que asumen ahora la defensa de Israel y de los judíos. No es difícil advertir el papel que en este posicionamiento tienen los cambios geopolíticos del último cuarto de siglo, los posicionamientos de Israel en ese ámbito, la creciente islamofobia de esas derechas radicalizadas. Y son estas derechas radicales, en Israel o en Estados Unidos, en Argentina o en Brasil, las que no dudan en calificar como antisemitas a todo aquel que levante su voz contra las políticas israelíes de largo plazo o contra el arrasamiento de la población y el territorio de Gaza en la actual guerra. La banalización de este uso insostenible no impide empero su efectividad, ya que la asociación del término antisemita con las políticas de exterminio nazi conlleva un tono moral insoportable para sus destinatarios.
Un concepto en disputa: antisemitismo, Israel y libertad de expresión
Es que, como todo concepto complejo, el de antisemitismo remite a una diversidad de sentidos que posibilitan a su vez usos no solo distintos sino contradictorios. De hecho, la Declaración de Jerusalén sobre el antisemitismo, elaborada en 2020 por un grupo de relevantes académicos de diversos países del mundo, y publicada en 2021, se formuló entre otros motivos como una respuesta a la definición de antisemitismo de la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto (AIMH) en 2016, y sus implicaciones para la libertad académica y la libertad de expresión. En efecto, los signatarios de esta declaración entienden que la definición de la AIMH, adoptada entre otros por los gobiernos de Estados Unidos y Argentina, resulta confusa y ha generado controversias. Dicha definición incluye 11 ejemplos de antisemitismo, 7 de los cuales se centran en el Estado de Israel. En el preámbulo de la declaración de Jerusalén se afirma que al poner un acento exagerado en ese foco se percibe la necesidad de clarificar los límites del discurso y la acción política legítimos respecto al sionismo, a Israel y a Palestina, con el doble objetivo de fortalecer la lucha contra el antisemitismo aclarando qué es y cómo se manifiesta, y de proteger un espacio para un debate abierto sobre la controvertida cuestión del futuro de Israel/Palestina. Como expresó Michel Walzer, la Declaración de Jerusalén, en definitiva, “Ofrecía crear cierta distancia, nada más, entre el antisemitismo y las batallas entre Israel y Palestina” (ver aquí).
Sin desconocer, por supuesto, que existen de hecho críticas a Israel que se formulan en los tonos conspirativos o de culpabilización colectiva que asumen la retórica y los tópicos del más tradicional antisemitismo del siglo XX, el corazón del debate de nuestros días acerca del sentido del antisemitismo reside en los modos en que el concepto se vincula, solapa o diferencia de las críticas al gobierno israelí o al movimiento sionista. No es un problema semántico: en este debate se juega la verdadera lucha contra el antisemitismo tanto como la libertad de expresión y las libertades académicas y el derecho a una visión del pasado y el presente al margen de las manipulaciones facciosas.
* Doctor en Historia, Profesor de la UNGS, Investigador de CONICET