El Día del Perdón fui invitada a participar en un encuentro cuya convocatoria ligaba esta fecha con la consigna “individualismo o comunidad. Reflexiones sobre los tiempos que corren”. A continuación, comparto unas palabras que escribí partiendo de la idea de que se trata de un día de reflexión que pertenece a un calendario y el calendario es metáfora, símbolo de comunidad. Las fechas de conmemoración son fechas de reunión, en general festivas, muestran la regularidad de un calendario y de un tiempo propio. Este es el caso, pero también podemos decir que no lo es.
Primero quiero decir por qué pienso que es el caso. El Día del Perdón, cuyo nombre en hebreo es Iom Kipur, remite al tiempo, un tiempo marcado por acontecimientos, un tiempo grupal, a la vez que un espacio intraétnico. Digo esto porque el nombre mismo “Iom” kipur, a diferencia de otras festividades de la tradición judía, lleva el término día, y nos ubica explícitamente en una dimensión temporal, un calendario, en un calendario propio.
En el siglo XIX Émile Durkheim usaba este concepto de calendario para explicar los vínculos que unen a los miembros de una sociedad. Se refería a un calendario entendido no solo como forma de medir el tiempo, sino como una herramienta que ordena la vida social y ritual de un colectivo, de una comunidad, de un pueblo.
Dentro de lo que se llamó la Sociología del tiempo, el calendario fue concebido como un producto social que no solo organiza, sino que también refleja y refuerza la unidad y el sentimiento de comunidad, ya que su origen está en la conmemoración social de fiestas y ritos religiosos que imprimen el sentido del tiempo en la conciencia colectiva.
Como señaló este sociólogo, al destacar -a través del calendario- fechas consideradas diferentes, importantes, con sus rituales específicos, especialmente los religiosos, las sociedades se reafirman y fortalecen los lazos que las cohesionan. La repetición de estas actividades en forma cíclica crea y renueva el sentido de identidad compartida. A diferencia del almanaque, que marca un devenir lineal donde se inscribe una sucesión de días que conforman un determinado año, el calendario propone y marca un tiempo circular en el cual se repite todos los años lo mismo, y en ese volver a vivir se regenera la comunidad, se reafirma y reproduce.
La concepción de tiempo, que puede parecer una experiencia individual basada en la apreciación de lo natural, emerge de la repetición de prácticas sociales. En ese sentido, podemos decir que el calendario es una operación cultural fundamental de creación de comunidad, así como la comunidad es fundamental para la existencia del calendario, porque hace que el tiempo volátil, efímero y coyuntural del sujeto, no se desbande del tiempo colectivo que el calendario cultural propone. A través de las fechas compartidas se puede establecer un sentido del tiempo común que permita estructurar la vida social así como lo hace, por ejemplo, el calendario familiar.
Hasta acá intenté diferentes maneras de abonar la hipótesis de la regularidad del calendario cultural, que remite a la pertenencia étnica o nacional. Pero si la historia del grupo étnico entra en conflicto, también lo hará el calendario, lo que en un momento fue un festejo o un momento de cohesión, luego se tornará un problema, y luego será rechazado y motivo de diferencias.

Shakespeare pone en boca de Hamlet una afirmación que viene a cuento: el tiempo está fuera de lugar, o el tiempo está fuera de quicio, y lo está por un crimen. Hannah Arendt la cita en algunos textos. Y cuando la leo evoco un video con que me topé en el Museo Judío de Berlín, donde ella aparecía repitiendo ad infinitum una sola frase: “Esto no debió haber sucedido”.
El tiempo se salió del calendario porque pasó algo que no debió haber sucedido. Iom kipur se enfrenta a esa paradoja. Hay un tiempo que no es regular. Pasó algo que no debió haber pasado y trastoca esa temporalidad que cumple determinadas reglas. Cuando se produce este desvío, el calendario puede hacer dos cosas. O ignorar y seguir repitiéndose como si nada que le concierna hubiera sucedido (nos perdonamos y seguimos igual), o adoptar una actitud reflexiva, reescribirse, entendiendo que ya no alcanza porque hay fechas que lo descomponen. En el caso argentino el 24 de marzo es paradigmático.
Walter Benjamin, en sus tesis sobre la historia, advertía que los calendarios “no miden el tiempo como los relojes: son monumentos de una conciencia histórica”, que el día con el que comienza un calendario oficia de compendio histórico acelerado. Ese día es el mismo que vuelve siempre bajo la forma de festividades que son fechas de recordación.
En ese sentido, siguiendo a Huber y Mauss, podemos decir que hay una continuidad narrativa que vincula Rosh haShaná con Kipur, pero no solo son importantes las fechas, sino también los lapsos entre las fechas, que están marcados por el sentido que le otorgamos a estas fechas. Entre ambas fechas atravesamos los Iamim Noraím, otra vez la mención de los días (Iamim es el plural de Iom), y luego hay otro lapso relevante que continúa un poco más hasta el fin de Sukot, período en el que se define, se sella, nuestro futuro próximo, individual pero también comunitario. Porque lo relevante es, por un lado, que atravesamos lo mismo en el mismo momento, y por otro, por la repetición que establece una dimensión temporal y a la vez atemporal donde el individuo que será reinscripto en el libro de la vida puede ser leído como metáfora de la comunidad.
Tomando esto en consideración, la convocatoria a pensar en términos de una oposición binaria individualismo/comunidad es buena para pensar, pero a los oídos de una antropóloga suena un poco tramposa. Propongo, más que el individuo o el individualismo vs la comunidad, el entre dos, el individuo en la sociedad, en compañía.
Hace muy poco, a partir de la difusión de la serie El Eternauta, volvimos a escuchar que “nadie se salva solo”. En un período en el que parece exaltarse el individualismo más allá de las fronteras étnicas, esta consigna tuvo un impacto singular. Me parece interesante traer aquí la idea de un viajero en el tiempo, en un tiempo eterno. Hay en el calendario que emula los ciclos de la naturaleza una pretensión de eternidad, que siempre se vuelva a empezar sin solución de contigüidad, sin fin. Recuerden que el subtítulo del texto original de Héctor Germán Oesterheld era “Memorias de un navegante del porvenir” y este «navegante del tiempo, viajero de la eternidad», que se cansa de peregrinar en soledad durante siglos, necesita que el guionista escuche su relato. El guionista, a su vez, replica esa historia «tal como él me la contó». No es una historia de la tradición judía, pero hay algo de reunirnos a volver a contarnos eventos del pasado que nos caracteriza.
El calendario puede ser visto como una narrativa que obliga a hacer circular ciertos relatos, sobre todo las fechas evocativas. Ese relato tiene contenidos fijados a través de las generaciones, pero es abierto también a nuevas incorporaciones. El 7 de octubre ha quedado inscripto en el calendario de las fechas dolorosas. Tomer Faur, en una entrevista reciente de Kevin Ary Levín contó que, al enterarse de la posible cercanía de un acuerdo, la respuesta de un grupo de familiares fue “Sheejeianu vekimanu vehiguianu lazman haze”. Si bien esta oración no es exclusiva de estas fechas, también se dice para marcar la llegada a este momento especial. Está en plural, podría referirse a un logro personal, pero la fórmula está en plural. Sin embargo, cabe preguntarnos si alcanza con inscribir una única fecha. Lo que no debió haber sucedido es el 7 de octubre y todo lo que vino después y continúa hasta hoy. Nos preguntamos cómo saldar las deudas con lo que pasó, pero el tiempo está fuera de lugar porque mientras estamos acá, es Iom kipur, pero el tiempo está fuera de quicio y el horror sigue sucediendo. Está pasando ahora. Si el tiempo no estuviera fuera de quicio este sería un Iom kipur más. Pero no lo es.
La tradición se recrea, junto a los saludos que reiteran la fórmula tradicional del Gmar jatimá tová, o jatimá tová… que seas inscripto/a en el libro de la vida, circulan reversiones: “para este año estamos esperando una sola firma” o “Gmar a miljamá, jatimá al asaká”, juegos de palabras que reorientan el sentido hacia el deseo de que se firme el acuerdo y se termine la guerra.
No hay una salida individual, la salida es colectiva. Estamos iniciando hoy un nuevo ciclo común. Más que expresar el deseo de que se nos inscriba en el libro de la vida, quiero terminar con el deseo de que podamos reinscribirnos en el libro de la vida, con esfuerzos colectivos que no lleven a la muerte y la disolución sino al reencuentro y a una paz con justicia.
* Susana Skura es Antropóloga y Mg. en Análisis del Discurso por la Universidad de Buenos Aires, donde se desempeña como profesora de Antropología Lingüística, Discurso, imagen y alteridad y Etnolingüística, y coordinadora del Área de Investigaciones en Judeidad y Artes del Espectáculo. Ha publicado libros, compilaciones y artículos en español, inglés y francés.