El fin de la guerra no es el principio de la paz

El acuerdo impulsado por Donald Trump entre Israel y Hamás promete la liberación de los rehenes y el fin de la guerra, bajo la supervisión de un nuevo “Consejo de la Paz”. Mientras Israel inicia su retirada de Gaza, el futuro del enclave sigue en disputa: el plan busca reemplazar el poder de Hamás por una administración civil, pero la desconfianza persiste. Entre la esperanza del regreso de los secuestrados y la incertidumbre Palestina por el futuro de la franja, la guerra puede haber terminado, aunque la paz aún parece lejana.
Por Mati Sakkal

“Me enorgullece anunciar que Israel y Hamás han firmado la primera fase de nuestro Plan de Paz. Esto significa que todos los rehenes serán liberados muy pronto e Israel retirará sus tropas a una línea acordada como primer paso hacia una paz sólida y duradera”.

Con este mensaje publicado en X, Donald Trump desató una avalancha de emociones en Israel. La esperanza del regreso de los secuestrados y el fin de la guerra recorrió el país. La primera parte de su anuncio ya está en marcha: mientras estas líneas se escriben, el ejército israelí comenzó su retirada de la Franja de Gaza. Hamás tiene ahora 72 horas -hasta el lunes al mediodía- para entregar a todos los rehenes.

El acuerdo, alcanzado con la mediación de potencias regionales como Catar y Turquía, prevé que, una vez liberados los rehenes, Israel pondrá en libertad a 250 terroristas condenados a cadena perpetua, además de 1.700 gazatíes detenidos tras el 7 de octubre de 2023. Por cada rehén israelí cuyos restos sean devueltos, Israel liberará los restos de 15 palestinos.

Sin embargo, la segunda parte de la promesa de Trump -paz sólida y duradera- genera escepticismo. El acuerdo plantea que la Franja quedará bajo un gobierno transitorio, tecnocrático y apolítico, dirigido por un comité palestino integrado por profesionales locales y expertos internacionales. Este comité tendrá a su cargo la gestión diaria de los servicios públicos y municipales, con el objetivo de garantizar estabilidad y funcionamiento básico mientras se reconstruye el territorio.

La supervisión estará en manos de un nuevo organismo internacional: el Consejo de la Paz (Board of Peace), presidido por el propio Donald Trump y con la participación del ex primer ministro británico Tony Blair. Este consejo funcionará como autoridad transitoria hasta que la Autoridad Palestina complete un programa de reformas y esté en condiciones de retomar el control administrativo y de seguridad del enclave.

La guerra llegó a su fin, pero Hamás sigue presente en Gaza. La muerte de Michael Mordechai Najmani, un soldado israelí de 26 años asesinado por un francotirador de Hamás en la ciudad de Gaza minutos antes del comienzo del alto el fuego, lo demuestra con crudeza. Aunque debilitado, Hamás conserva capacidad de daño y control sobre el territorio.

“No aceptaremos ningún control extranjero ni el desarme”, afirmó Ossama Hamdan, alto funcionario de Hamás. Tal vez sus palabras busquen condicionar las negociaciones, pero para el aparato de seguridad israelí -que analiza tanto capacidades como intenciones-, el mensaje es claro. Israel ha diezmado la infraestructura militar de Hamás, pero no su ideología ni su voluntad de destrucción. En palabras del propio Hamdan: “Ningún palestino aceptará deponer las armas. Los palestinos necesitan resistencia”.

Si realmente hablamos de lo que los palestinos necesitan, deberíamos situarnos en la vereda opuesta a lo que propone Hamás porque los intereses de Gaza son diferentes a los de Hamás. Fue esta organización la que desató una guerra brutal, asesinando y secuestrando civiles, y condenando a su propio pueblo a la destrucción y la muerte. Por eso, voces como la del abogado gazatí Moumen Al-Natour, que se atreven a hablar sin miedo -o dispuestos a pagar el precio- ven en el plan de paz de Trump un camino hacia la libertad y la estabilidad para la población oprimida por Hamás.

Al-Natour relató con valentía la existencia de centros de tortura contra opositores a Hamás dentro de hospitales gazatíes, y cómo él mismo fue víctima de uno de ellos. “Sueño con el día en que israelíes puedan visitar la Franja de Gaza como amigos, y que el enclave deje de estar gobernado por el terror”, expresó.

Las palabras de Al-Natour resuenan como advertencia y esperanza: hay palestinos que desean otro futuro, pero viven bajo la represión de Hamás. De allí la importancia de despojar a la organización de su poder y permitir el desarrollo de una nueva realidad en Gaza, basada en los principios delineados por el programa de Trump.

Sin embargo, este plan fue duramente criticado por manifestantes en Estados Unidos y en varias capitales europeas, quienes durante meses exigían el fin inmediato de la guerra -aun sin la devolución de los rehenes-. Tras el anuncio, sorprendentemente declararon su oposición al alto el fuego, calificándolo de proyecto colonialista impulsado por Trump para continuar el “genocidio palestino”, cuando en los hechos el acuerdo puso fin a los combates.

Quienes verdaderamente buscan un futuro mejor para los palestinos -con desarrollo económico, empleo, dignidad y alejados de la violencia- deben comprender la importancia de debilitar a Hamás y fortalecer a las voces moderadas. Si Hamás continúa en el poder, las escuelas seguirán adoctrinando para el odio, la ayuda humanitaria continuará desviándose hacia el reclutamiento de jóvenes combatientes, y los gazatíes permanecerán atrapados en un ciclo interminable de opresión y violencia.

¿Y qué necesitan los israelíes?

La respuesta inmediata es clara: el regreso de los secuestrados. Esa es la prioridad y el sentimiento predominante en una sociedad que ha soportado dos años de guerra en siete frentes, con misiles cruzando sus cielos a diario.

El mayor logro israelí ha sido conseguir que los rehenes regresen dentro de las primeras 72 horas del acuerdo, algo que parecía imposible, ya que implicaba que Hamás cediera su carta más valiosa en la negociación. La cuestión de los rehenes está en el corazón del ethos israelí: “no dejar a nadie atrás”. Este principio sustenta el contrato social entre el Estado y sus ciudadanos -la promesa de que, sin importar lo que ocurra, el país hará todo lo posible para protegerlo-

Esa promesa se quebró el 7 de octubre, y solo el regreso de todos los cautivos podrá comenzar a cerrar la herida. A lo largo de la guerra, ese contrato tambaleó. Muchos cuestionaron al gobierno por no priorizar la liberación de los rehenes o por insistir en que solo la presión militar podía traerlos de vuelta, cuando en más de una ocasión esa presión derivó en la muerte de secuestrados.

La realidad es que fue la combinación de presión militar, decisiones políticas regionales y el diseño de un plan concreto y real para el “día después” en Gaza lo que permitió poner fin a la guerra y asegurar la devolución de los secuestrados. A menos que el actual acuerdo haya sido impulsado en gran medida por funcionarios israelíes, hasta el acuerdo presentado por Trump, Israel aún no había ideado un plan propio que responda a las propuestas regionales o que defina una alternativa viable para el día después.

Este plan, desarrollado con la mediación de Estados Unidos, Catar, Turquía y otros países árabes, y aceptado por Israel, devuelve protagonismo a la diplomacia y fija un límite claro al poder militar. Hamás no puede ser erradicado únicamente por la fuerza: su caída requiere también acuerdos políticos.

El fin de la guerra no es, necesariamente, el comienzo de la paz. Representa cosas distintas para cada lado.

Para los israelíes, simboliza el regreso de los secuestrados, aun a costa de liberar terroristas y aceptar que Hamás siga existiendo en Gaza. Para los palestinos, significa el fin de los bombardeos, aunque con una cifra devastadora de víctimas y una Franja arrasada.

La clave estará en la diplomacia y en la implementación de los veinte puntos elaborados por Trump para el futuro de Gaza, que buscan establecer nuevas reglas de juego entre israelíes y palestinos, dejando a Hamás fuera de la ecuación. Pero algo es seguro: con los secuestrados de regreso en sus hogares, las disputas sobre el futuro podrán discutirse -por fin- con mayor tranquilidad.