Para ver en el 20° Festival Internacional de Cine judío en la Argentina (FICJA), en el Cinemark Palermo, del 13 y el 19 de noviembre

Pintar el alma

Ganadora del premio a Mejor Película en el Festival de Cine Judío de Miami 2022, “El nuevo Mordejai” (EE. UU., 2021), de Marvin Samel, entrelaza los traumas del Holocausto con los desafíos del presente. Entre risas, recuerdos y pantallas, la película indaga en los lazos familiares, el paso del tiempo y la posibilidad de volver a empezar.
Por Ana Wortman

La marca del Holocausto nazi sigue constituyendo un puntapié para nuevas narraciones a través de la literatura, películas, obras de teatro, etc. Es interesante ver cómo la historia no se cuenta siempre de la misma manera. Nos preguntamos entonces ¿hay algo nuevo para decir del pasado y más aún de la tragedia y del horror? Nos parece importante señalar que probablemente estos sean los últimos relatos construidos en relación a sus sobrevivientes, los cuales eran niños en los años 30 y 40 en Europa, hijos o nietos de los protagonistas directos.

Lo novedoso, o al menos un territorio poco transitado por la ficción, es la manera en que se aborda la responsabilidad de Stalin en la persecución de las comunidades judías de Europa Oriental, especialmente las de Polonia. En la historia de Mordejai se muestra -a través de un lenguaje de animación- cómo su familia fue atravesada por el pacto Hitler-Stalin, que dividió a Polonia en dos. Habitualmente, esa partición se menciona en relación con otros países de Europa Oriental, mientras que se conoce más ampliamente el destino de las comunidades judías que quedaron bajo dominio nazi y fueron enviadas a campos de concentración. En cambio, aquellas que quedaron del lado soviético -como la de Mordejai- fueron deportadas a trabajar a Siberia.

Así, Mordejai perdió a su madre, que permaneció en la zona controlada por Hitler, mientras él pasó su infancia en un orfanato. Más tarde emigró junto a su padre a Israel, donde su primer recuerdo es haber recibido un fusil apenas llegado, una imagen que alude tanto a su desencanto con el proyecto migratorio como a su posterior participación como soldado en la Guerra de los Seis Días. Tras un tiempo en Israel, se trasladó a Nueva York, donde trabajó como plomero y pintor.

A diferencia de otras películas filmadas en los EE.UU. sobre aspectos de la numerosa presencia de la comunidad judía y de su importancia en la conformación de la sociedad americana durante el siglo XX, en particular en NYC, aquí se hace referencia a una parte de la comunidad que no se piensa como inmigrantes sino como sobrevivientes del Holocausto.

Entre el dolor y la ironía

Sin embargo, a pesar de la tragedia que atraviesa sus vidas -marcadas por pérdidas, muertes, soledad y dificultades-, la comedia, como lenguaje, suele ser un recurso característico de las ficciones vinculadas a la cultura judía. Los conflictos entre padres e hijos, las tensiones en los matrimonios de larga convivencia o en las parejas jóvenes con hijos pequeños, suelen narrarse en clave humorística. Ese tono no le resta profundidad a los conflictos, sino que expresa una manera sabia de transitar la vida, muy propia de la tradición judía: una convivencia constante entre el dolor y la ironía.

Esa combinación de humor y sufrimiento atraviesa también la historia de Mordejai. En la relación con su hijo aparecen ecos de la dureza de su propia infancia: él desea ofrecerle una vida diferente, pero termina transmitiéndole, sin proponérselo, la misma rigidez. Así lo narra Marvin, su hijo y a la vez director de la película, quien recupera esos recuerdos en momentos clave marcados por decisiones económicas y emocionales.

A lo largo de la película se entrelazan los recuerdos trágicos de la infancia de Mordejai con situaciones presentes: la convivencia con su esposa, afectada por el Alzheimer; la relación con su hijo, involucrado en un emprendimiento fallido -una fábrica de habanos- que no hace más que generar conflictos. A Mordejai lo atormenta no poder recordar el rostro de su madre, asesinada en el campo de concentración de Treblinka, una ausencia que se vuelve un trauma difícil de sobrellevar.

Como suele ocurrir en gran parte del cine estadounidense, los personajes se enfrentan a deudas hipotecarias, presiones financieras y la frustración de no alcanzar el éxito económico. En este caso, el fracaso del negocio del hijo se convierte en una fuente adicional de tensión: su esposa, agotada por la crianza de los mellizos y abrumada por las deudas, encarna el desgaste emocional que atraviesa a toda la familia.

Una reconciliación simbólica

Aquellos recuerdos que atormentan a Mordejai comienzan a transformarse a partir del encuentro con las nuevas tecnologías. Su hijo, preocupado por su aislamiento, lo acompaña a comprarse un iPhone, indignado de que aún use “un celular con botones”. Desde entonces, Mordejai inicia una relación de amistad con la vendedora del local, quien le da lecciones periódicas sobre cómo aprovechar las funciones del teléfono y recibe, como agradecimiento, platos típicos de la cocina judía -tan presente en la gastronomía estadounidense-.

Esa relación, que en un principio despierta sospechas y celos en su esposa por la diferencia de edad entre ambos, adquiere luego un sentido más profundo: la joven confiesa ser nieta de un jerarca nazi recientemente fallecido, responsable de las muertes en Treblinka, donde fue asesinada la familia de Mordejai, incluida su madre. El vínculo entre ambos se convierte entonces en un gesto de reconciliación simbólica, un intento de reparar, desde el encuentro humano, las heridas del pasado.

Mordejai también establece una conexión con otro vendedor, esta vez de auriculares, que lo reintroduce en la música klezmer. Al principio, el viejo pintor no comprende la utilidad de las nuevas tecnologías, pero tanto el teléfono como los auriculares terminan siendo vehículos de bienestar y transformación. Su rostro cambia, y con él, su manera de estar en el mundo. La película muestra cómo incluso las experiencias más siniestras pueden ser resignificadas: Mordejai pasa de ser un simple pintor de paredes a un artista de galería, en una Miami donde el arte se vuelve una forma de redención.

Su esposa, atravesada por el dolor, los celos y la inseguridad ante el paso del tiempo, también vive su propio proceso de recuperación. Tras un episodio de confusión y extravío, en el que deambula en estado de inconsciencia por una autopista, logra lentamente reconstruir su equilibrio emocional y comprender el verdadero sentido del vínculo entre su marido y la joven vendedora. Juntos asisten a la inauguración de la muestra de arte de Mordejai, donde él, finalmente, logra recordar el rostro de su madre a través de la pintura.

Como es habitual en el cine estadounidense, cada situación -ya sea cómica o dramática- se expresa musicalmente. En este caso, destaca la cuidada selección sonora que combina la diversidad de géneros de la música americana con los acordes melancólicos del klezmer, reforzando el tono emocional y cultural de la historia.