A casa – Aheim

El 25 de agosto de 2022, desde Nueva Sion publicamos un fragmento de la novela del escritor en ídish Ber Kotlerman, “Del lado de los poetas”, con traducción de Nejama Barad*. Ese mismo año, Kotlerman realizó su año sabático en el Instituto judío de investigación (IWO) de Buenos Aires, y como resultado, el sello editorial de la Fundación IWO publicó en ídish su libro de relatos “El Samoyedo”. Un año más tarde, esa obra fue distinguida con el prestigioso Premio Rosenfeld de Literatura en ídish de Montreal**. Las novelas de Kotlerman han sido traducidas al inglés, neerlandés, francés, sueco, entre otros idiomas. Su ensayo, bajo el título “Antípodas”, fue publicado en la revista literaria en ídish “Di goldene pave” 3 (2025) de Ámsterdam. Hoy publicamos este cuento en su traducción al español, con un título diferente, que el autor considera más adecuado para el lector argentino. El cuento se basa en su visita a Moisés Ville.
Por Ber Kotlerman

A casa, oy a casa,

Hermanitos, a casa…

Con tal de no estar en el extranjero

A casa, oy hermanitos a casa.

“A casa, a casa” (“Aheim, aheim”, del repertorio del cantor Yosele Rosenblat)

Un pequeño minibús estacionó frente a nuestra residencia de cinco pisos y bajaron unos enérgicos muchachos con pantalones jeans.

Uno llevaba en su mano una rara linterna, el segundo sostenía un cable eléctrico negro, y otros dos una negra cámara compacta de cine con un trípode. Hablaban acerca de un desconocido en nuestro conocido idioma. Entraron al edificio y bajaron en el segundo piso aparentemente en las dos habitaciones de la modesta vivienda donde vivía el viejito Eli Blejerman. Yo estaba en la entrada junto con otros chicos y esperaba algo extravagante, pero nada raro pasó.

Los individuos simplemente salieron de la casa de Blejerman en alrededor de media hora. Volvieron el equipo al minibús y se fueron. Los mayorcitos estuvieron largamente susurrando entre ellos debido al suceso tan prosaico.

“¿Y de qué hay que maravillarse? ¡Eli habla castellano, él es de Moisés Ville!” dijo Zinka del primer departamento deletreando con su voz. “¿Dónde está eso, Mósesvil?” secretamente preguntó Fania del segundo departamento. Es en Argentina, explicó Zinka maestra de cuentos, son nuestras antípodas.” Antípodas…”, alguien repitió dudando, y esta palabra quedó atascada en mi cabeza por mucho tiempo, conjuntamente ligado al exótico repiqueteo de Moisés Ville.

Se supo que cuando los individuos llegaron entonces de España para preparar un documental televisivo acerca de los inmigrantes judíos argentinos, para ello querían hacer una entrevista en lo de Eli Blejerman. Pero cuando hablaron en español -Eli se perdió- quería contestar algo, pero no encontró las palabras y lloró como un niño. Ciertamente él nació en Moisès Ville y allí inició la escuela, pero en su casa principalmente se hablaba en ídish. Sus padres nacidos en Polonia, crecieron en Argentina -supuestamente sabían también castellano-.

En 1932 la familia decidió emigrar a Birobidzhan, así como aseguró un emisario soviético ubicado en el Salón Kadima. Los judíos planeaban construir su propia República judía.

El peso argentino cayó fuertemente. Políticamente, el país luego del golpe militar iba tras el dominante modelo italiano de Mussolini.

La cosecha se vendía casi por nada y la situación económica en Moisés Ville no era de la mejor. Fuera de eso, algunos granjeros judíos en los alrededores en los últimos años fueron asesinados por los competidores gauchos.

El padre que trabajaba en la cooperativa agraria estaba seguro que allí pronto prosperaría. Su madre acordó con la determinación pero desde otra perspectiva “Basta de vagar por campos extraños -ya es tiempo de volver a casa, aheim”- dijo.

Desde Moisés Ville se fueron en un viejo autobús con otras tantas familias a la ciudad de Rosario en la provincia de Santa Fe y a través de Buenos Aires hacia Montevideo, la capital de Uruguay. Allí un gran barco los llevó al largo viaje por el Atlántico a Leningrado. Desde Leningrado se arrastraron alrededor de tres semanas con el tren y por último se concretó su país soñado Birobidzhan, no el asentamiento mayor de la futura república, sino una pequeña comuna estatal ante la inmensa belleza del Río Amur.

Aproximadamente cinco años después a los padres de Eli los arrestaron como espías americanos y enseguida los mataron. A Eli lo llevaron a un orfanato para niños.

Si en aquel momento aún resonaban en su cabeza las palabras en castellano, el paso del tiempo implacable las borró por completo, al igual que la mayoría de las palabras en ídish.

Pasaron muchos años y muchas aguas desembocaron en el río Amur, y en otros ríos y acá estoy yo en Argentina -voy a Moisès Ville, a Kiriat Moshé, a Moisesviye, como dicen los lugareños-, para contarles acerca de sus antípodas.

Me llevó casi todo un día viajar con un auto alquilado desde Buenos Aires con una corta parada en Rosario en la provincia de Santa Fe. Luego de Rosario, a continuación, a ambos lados de la carretera se extendían interminables campos, hasta donde termina el asfalto, y los últimos 40 km me abrí paso con dificultad por el estrecho sendero poceado entre los polvorientos arbustos.

Viajamos ya en la oscuridad, pensé en las antípodas y mi corazón de repente palpitaba fuerte y más fuerte…

De noche llegué finalmente hasta la esquina de la calle Hertzl señalando en el cartel Estado de Israel, donde me esperaba la amable señora que organizó mi recorrido.

A la derecha y a la izquierda se veían bajas casas mejoradas con jardincitos al estilo kibutz. En una de esas casas vivió la mayor parte de su vida. Ella me llevó a un pequeño hotel -el único en Moisés Ville que no tenía huéspedes, solo yo- ni una sola alma viviente había en ese hotel. Pero todos los cuartos permanecían abiertos y ordenados. Yo elegí una habitación acogedora con una gran ventana y enseguida me dormí.

En la mañana temprano me despertó un ruidoso tractor debajo de la ventana. En principio no entendí dónde me encontraba. El tractor como traído del otro extremo del mundo: pero echo un vistazo por la ventana y veo el conocido álamo desde donde se desprende la blanca pelusa. Pero luego de un momento ya sabía, dónde estoy, me vuelvo a acostar con los ojos cerrados sosteniendo mis agridulces recuerdos. En el segundo medio día me esperaban los moisevillenses, que aún estaban con capacidad para aprender una palabra en ídish. Las horas de la mañana eran mías.

Esa mañana estaba listo para encontrarme con algo indefinido que despierta el sentimiento efímero de la infancia. Y otro objetivo tuve esa mañana, encontrar entre los fundadores de Mosesvil un nombre familiar, porque fuera de nuestra mitológica familia en el mismo final de los años 80 del siglo IXX alguien de los más cercanos allegados junto con cientos de otros judíos de Kamenetz-Podolsk y alrededores recorrió Europa y más allá, desde la capital, Bremen sobre el barco a vapor alemán “Weser” al otro lado del Atlántico para buscar felicidad en el plateado país de Argentina.

Medio siglo más tarde otro buscador de felicidad de Kamenetz-Podolsk de nuestra tribu moviéndose en una dirección completamente opuesta y, por lo tanto, determinando ya mi propio destino. ¡Así era la gente en aquella época en la santa comunidad de Kamenetz-Podolsk!

Mientras, paso por el edificio del antiguo Banco Comercial Israelita con el enorme maguen David sobre la blanca fachada, el muro con festivos souvenirs en tres idiomas de las vecinas colonias agrarias, de los americanos y comunidades israelitas judías, del hospital a nombre del Baròn Hirsch, de diversas cooperativas e instituciones judías.

Llego al Museo de la colonización judía Rabino Aaròn Goldman frente a la Plaza San Martín en el mismo centro de la ciudad.

Una empleada muy amable (¿Hilde? ¿Gertrude?) me llevó enseguida hasta la lista original del “Mayflower judío”, un renovado folleto manuscrito de alrededor de 800 nombres de los pioneros de Kamenetz-Podolsk que desenbarcaron en 1889 en la estación de tren más cercana a la futura estación de Moisés Ville.

Debían esperarlos para mostrarles las parcelas de tierra compradas especialmente para su asentamiento, pero luego de esperar varios días los alcanzó una sensación de horror, que ya nadie vendría, que sencillamente fueron engañados. Sin idioma y sin dinero, sin otra alternativa se asentaron en el campo abierto cerca de aquella estación y allí transcurrieron largos meses hasta que los ayudó el famoso Barón Mauricio (Moshé, Moisés) de Hirsch. Allá, en aquella estación irrumpió una epidemia de tifus que se llevó la vida de decenas de niños. Un precio así tuvieron que pagar mis nativos antepasados de Kamenetz-Podolsk por su sueño de fundar con esfuerzo y amor un hogar libre en suelo argentino, como está escrito en el monumento conmemorativo en el cementerio de Moisés Ville.

Con excitación revisé la lista de los primeros inmigrantes, a tiempo que de las paredes de alrededor me miraban mudamente fotos en blanco y negro de familias judías, padres con barba y solideo, madres con pañuelos y sin pañuelos, niños con ropa ajustada, amarillentos números del periódico “Mózesviler lébn” (“Vida Moisevillense”), afiches del local Teatro Kadima donde presentaban a Sholem Aleijem juntamente con Chejov y además todo tipo de artistas.

Todo me fue mostrado, familiar hasta el dolor. Sobre la pared también vi un recorte de un periódico con una canción en ídish de un poeta desconocido con el nombre Artshik. La canción como economizando toda la exposición del museo con las siguientes palabras:

Dos vos do vert dertzéilt

Iz nit fun kop oisgeklert,

Dos iz émes alts geven,

Ij hob es alein geért un gezén[1].

No encontré ningún nombre de familiar cercano entre los pioneros moisevillenses. Es muy posible que ellos portaban otros nombres, o bien se fueron en otra ola inmigratoria, si en absoluto no llegaron hasta Moisés Ville, y ninguno de sus hijos fallecieron de tifus en la estación. Ojalá que alguno de los niños de sus hijos, vivan hoy en algún lugar de Córdoba, Buenos Aires o La Plata y quizás volaron por todo el mundo, sin saber qué tipo de tragedia evitaron.

No hay muchos judíos hoy en Moisés Ville, quizás un décimo de la población total, sin contabilizar los inmigrantes de la vecina Bolivia.

Pero estoy convencido de que, incluso sin judíos, Mosesvil vivirá su vida de hechicería rodeada de recuerdos judíos.

En el mismo centro del pueblo de pie montan guardia allí, las escuelas públicas, custodian y alimentan la memoria que llevan el nombre del Barón Hirsch y Brener, como así también la sinagoga de los artesanos donde me llevó el nieto de su fundador. Viven como en un sueño, junto a la Biblioteca Popular Barón Hirsch, la primera biblioteca judía de Argentina, donde se empolvan cientos de libros judíos.

El edificio de la conocida escuela secundaria Iahaduth. El conocido Banco judío y algunos otros históricos edificios que dan forma a la esencia del pueblo hasta hoy en día.

Los habitantes judíos pasean aquí orgullosos entre los carteles de Hertzl, Barón Hirsch, y Estado de Israel, y están orgullosos de su historia y herencia y los vecinos no judíos aprecian esto muy bien. Uno de ellos apareció con bigotes, como los judíos solían aquí cantar: “Durj di bigotites faift er a shpánish lid” (“entre los bigotitos chifla una canción en español”) con el sombrero gaucho de cuero, se detuvo a saludar a la visita y con preocupación preguntó: ¿cómo les va a los judíos ahora durante la guerra con Ucrania?

Eleie hubiera esperado a la nueva ola de inmigrantes.

También está el antiguo teatro judío, “Kadima” el edificio más bello en Moisés Ville. Hoy es un cine-teatro, pero la kehilá utiliza al Kadima como lugar de encuentro, o como lugar de auditorio de exposiciones, y de vez en cuando nuevamente para presentaciones musicales o teatrales, cuando llega una troupe al pueblo.

Justamente en Kadima, me pidieron que cuente acerca de otra colonización agrícola, acerca de sus logros y decepciones, acerca de sus alegrías y tragedias. Lamentablemente hubieron más decepciones que logros, y más tragedias que alegrías…

Yo hablé y frente a mis ojos se presentaron el viejito Eli Blejerman, que alguna vez lloró como un niño por los periodistas españoles. Muchas razones para llorar él tenía, el viejito Eli Blejerman.

Una decena de moisevillenses, principalmente mujeres, no me interrumpieron ni una sola vez. Escucharon mis palabras con mucha atención y un poco tensos. Al final esperaba por preguntas, pero ninguna pregunta llegó. Yo no estaba seguro si me entendieron. Mi amable acompañante me tranquilizó: acá la gente por supuesto que entienden ídish, pero la cuestión es que la mayoría de ellos son hijos de los descendientes de los inmigrantes judíos de Alemania, que llegaron ya en los años 1930, cuando los pioneros hablantes de ídish comenzaron a abandonar el interior de la provincia hacia Córdoba, Buenos aires, La Plata, Montevideo y más allá, a través de los mares, como la familia de mi anterior vecino. Y un secreto más ella me reveló en su lindo ídish denotando acento castellano: esta vez… en un par de semanas se va para siempre de Moisés Ville a Eretz Israel. “Es difícil después de tantos años… yo empecé, pero ella corrigió mi tono compasivo: precisamente por todos estos años, ya es hora de volver a casa, aheim”.

Al despedirme, alguien me hizo una pregunta, la misma que el gaucho en la calle: ¿cómo les va a los judíos ahora durante la guerra en Ucrania?

Desde el barroco balcón, yo cuento Hertzl, me despido de mis oyentes con la estatua verde del Barón Hirsch, de las cuatro esquinas de la plaza San Martín y de todo el pueblo antípodas, por la avenida de los inmigrantes dejé Mosesvill, ya es tiempo de volver a casa, aheim.

Moisés Ville – Nevé Tzuf

Traducción del ídish: Batia Litvak-Jacobsohn

* https://nuevasion.org/archivos/33054

** https://www.iwo.org.ar/noticias-premiacion-ber.html


[1] Todo lo que acá se cuenta, / No está pensado en la cabeza. / Esto fue todo cierto, / yo mismo lo escuché y lo vi.