¿Las encuestas de opinión pública reflejan realmente la opinión pública genuina?

Aunque los sondeos indican que las sociedades israelí y palestina están hoy más alejadas que nunca de imaginar la paz, Gershon Baskin sostiene que esos datos son apenas instantáneas moldeadas por el trauma y la coyuntura. Para el destacado activista por la paz, la clave no está en seguir a la opinión pública, sino en transformarla mediante gestos concretos, discursos responsables y liderazgo real. Lejos de negar la crisis, el investigador y negociador que ayudó a liberar a Gilad Shalit propone que la oportunidad para reactivar el camino hacia una solución de dos Estados es más sólida que lo que muestran los números.
Por Gershon Baskin

Con frecuencia me preguntan sobre la opinión pública en Israel y en Palestina, especialmente sobre lo que piensa la gente en Gaza. Mi respuesta desde el 7 de octubre de 2023 ha sido que las encuestas realizadas en tiempos de guerra no tienen verdadera relevancia respecto de una perspectiva más amplia sobre dónde podrían estar las percepciones públicas un año después del conflicto. Advierto que todas las encuestas son una instantánea de un momento en el tiempo. Las encuestas en tiempos de guerra reflejan niveles muy altos de emoción y, en nuestros casos, también de trauma. Suele producirse un fenómeno de “cerrar filas” y de aceptar casi sin pensar las narrativas dominantes promovidas por los líderes y los medios. Los encuestadores en tiempos de guerra -y tal vez los encuestadores en cualquier momento- suelen buscar titulares y picos llamativos en las posiciones de la opinión pública. El apoyo al esfuerzo bélico, la percepción de las tropas -especialmente los combatientes caídos- como héroes, y la limitación o marginación de las críticas hacia “el propio bando” son tendencias muy comunes en las encuestas durante la guerra, y fueron muy evidentes en las encuestas israelíes y palestinas de los últimos dos años. No considero que las encuestas de tiempos de guerra sean particularmente importantes para comprender los potenciales a largo plazo de los procesos políticos.

Como saben todos mis lectores, no he dejado de defender políticas que nos conduzcan hacia una paz genuina entre israelíes y palestinos. Hubo un periodo de algunos años previo al 7 de octubre en el que me pregunté si la solución de dos Estados seguía siendo viable, y en ese marco participé en varios intentos de pensar alternativas junto con otros palestinos e israelíes. Poco después del 7 de octubre volví a la conclusión de que no hay otra solución para nuestro conflicto que la de dos Estados (puede haber variaciones sobre este modelo), y que esa solución había regresado a la agenda con más relevancia que nunca.

Naturalmente, he sido cuestionado por casi todos en ambos lados, afirmando que la opinión pública israelí y palestina está más alejada que nunca de la idea de dos Estados o de cualquier solución. Las encuestas actuales de ambos lados reflejan de manera contundente esa percepción. No obstante, sigo creyendo que esta solución es más pertinente que nunca y que estamos más cerca que nunca de alcanzarla. Los encuestadores, en ambos lados, de hecho, contribuyen a congelar la narrativa de que los públicos israelí y palestino no están preparados ni siquiera para pensar en la paz, que los israelíes ciertamente no están listos para considerar el establecimiento de un Estado palestino junto a Israel, y que los palestinos tampoco están dispuestos ahora a aceptar la legitimidad del Estado de Israel como Estado judío y democrático.

Esa es una descripción correcta de la realidad tal como la moldean las encuestas de opinión y las personas que se autodenominan líderes, pero que en realidad son seguidores, no líderes. Estos supuestos líderes siguen lo que perciben como la opinión pública, sin comprender que el desafío del liderazgo consiste en moldear y generar opinión pública, no en seguirla.

Siempre me sorprende que los encuestadores formulen las preguntas para obtener las respuestas que desean sin considerar si una pregunta de seguimiento podría modificar los resultados. Por ejemplo, cuando los encuestadores palestinos preguntan a la población si apoyan la lucha armada o la resistencia armada contra Israel -especialmente en tiempos de guerra- los resultados rondan el 50%, a veces incluso más. Le pregunté a Khalil Shikaki, uno de los principales encuestadores palestinos, por qué no hacía la siguiente pregunta. Me dijo: “¿Cuál es la siguiente pregunta?”. Respondí: “¿Está usted dispuesto a tomar un arma y luchar contra los israelíes? ¿Está dispuesto a enviar a su hijo a tomar un arma para luchar contra los israelíes?”. Me respondió (a mi juicio, de manera insatisfactoria): “Poner en riesgo a nuestros sujetos humanos no es algo que estemos dispuestos a hacer”. Como las encuestas son completamente anónimas, no tengo idea de qué riesgo hablaba. Pero estoy casi seguro de que, si hiciera esa pregunta, los resultados caerían casi a cero.

Los encuestadores israelíes y palestinos hacen todo tipo de preguntas sobre el apoyo a diversas soluciones del conflicto. Está claro que ambos públicos están muy lejos de considerar cualquier tipo de apoyo a cualquier tipo de solución. Las mayorías claras en ambos lados a favor de la solución de dos Estados desaparecieron en las últimas dos décadas de violencia y en la total ausencia de liderazgo dispuesto siquiera a intentar conducirnos hacia una solución pacífica al conflicto. Mi propia experiencia no científica, conversando con miles de israelíes y palestinos durante los últimos 20 años -desde la segunda intifada en el año 2000- ha sido escuchar una frase abrumadoramente repetida de ambos lados, con exactamente las mismas palabras: “Yo quiero la paz, pero ELLOS no”.

Esta afirmación expresa, en esencia, la realidad que ambos pueblos han vivido desde el fracaso del proceso de paz y la violencia de la segunda intifada. El mito creado tras el fracaso de Camp David en julio de 2000 -el mito del “no hay un socio”- quedó firmemente arraigado, ya que ambos lados demostraron al otro que no eran un socio para la paz. Ya sea el apoyo palestino a los atentados suicidas en Israel, o la elevada cantidad de muertes causadas por las FDI durante la segunda intifada y desde entonces. O la constante expansión de los asentamientos israelíes y la confiscación de tierras palestinas. O el apoyo del público palestino a las atrocidades de Hamás del 7 de octubre. Todos podemos encontrar abundantes expresiones de la inexistencia de un socio para la paz tanto en Israel como en Palestina.

Gershon Baskin.

En 2005 lideré una investigación de opinión pública del lado israelí en la que queríamos entender qué convencería a los israelíes de que los palestinos eran socios para la paz. Queríamos saberlo porque en investigaciones previas descubrimos que, si los israelíes creían que los palestinos estaban realmente preparados para vivir en paz, una mayoría de israelíes estaría dispuesta a aceptar las concesiones necesarias para hacer viable la solución de dos Estados. Hicimos encuestas tradicionales y también cinco grupos focales en profundidad. Los resultados fueron notables, porque obtuvimos exactamente las mismas respuestas en los cinco grupos (algunos homogéneos, entre ellos grupos religiosos, y otros heterogéneos). En ese momento (y creo que hoy las respuestas serían muy similares), los israelíes dijeron que si los palestinos enseñaran paz en las escuelas -si cambiaran sus programas y libros de texto- y si los imanes en las mezquitas de toda Palestina predicaran la paz, entonces creerían que los palestinos están genuinamente preparados para vivir en paz junto al Estado de Israel. Creo que la mayoría de los israelíes también pediría escuchar de parte de los palestinos el reconocimiento de que el pueblo judío tiene una conexión legítima, religiosa y nacional, con la Tierra de Israel.

No hicimos el mismo estudio en profundidad del lado palestino, pero si lo hiciéramos hoy, supongo que los palestinos indicarían que considerarían a los israelíes socios para la paz si vieran una política de congelamiento total de la construcción de asentamientos -y aún más si hubiera una decisión israelí de desmantelar muchos de los puestos avanzados construidos en los últimos dos años (unos 130)-; si escucharan de parte de los israelíes la aceptación, aunque sea en principio, del derecho a la autodeterminación del pueblo palestino y de la idea de un Estado palestino. El tema de los prisioneros es muy importante para cada ciudadano palestino, por lo que, si escucharan de los líderes israelíes que, en el marco de un acuerdo de paz genuino que pusiera fin a la ocupación, los prisioneros palestinos que aceptaran el acuerdo recibirían amnistía (como suele ocurrir en conflictos que se resuelven), eso sería determinante.

Israelíes y palestinos necesitamos ver expresiones reales de asociación entre personas comunes de ambos lados y también de quienes se autodenominan líderes. Nuestras sociedades entrarán pronto en temporada electoral. Es absolutamente crucial que quienes se llaman líderes comprendan que sus declaraciones públicas no solo son escuchadas por sus posibles votantes: la gente del otro lado del conflicto también escucha atentamente para saber qué esperar y para prepararse. Si hubiera una dinámica positiva de eco de mensajes de paz de un lado al otro, eso tendría sin duda un efecto positivo en el electorado del otro. La pregunta es si los posibles líderes israelíes y palestinos son conscientes de su capacidad de influir en los resultados electorales del otro lado.

¿Provocan los líderes israelíes que hablan de paz con los palestinos una pérdida de votos potenciales o más bien ganarían votos? Estoy seguro de que los estrategas políticos les dirán que no hablen de paz con los palestinos. Fui testigo directo y participante de esta dinámica en 2015, cuando inicié y facilité un canal de negociación informal entre Yitzhak Herzog, entonces líder del Partido Laborista, y el presidente Mahmud Abbas. Cada uno había designado a un representante para negociar en su nombre. En el proceso de convencer a Herzog de involucrarse, le dije que si llegaba a un acuerdo con Abbas, podría acudir al público y convocar elecciones basadas en el acuerdo que tendría en sus manos para traer la paz entre Israel y Palestina.

Tres semanas antes de las elecciones, cuando Herzog lideraba en las encuestas, lo llamé desde Ramala, desde la casa del representante palestino de Abbas, y le dije que Abbas estaba dispuesto a convocar una conferencia de prensa con Herzog para anunciar que habían llegado a un acuerdo. Siguiendo el consejo de sus estrategas, me dijo que le dijera al presidente Abbas “que se callara y no dijera nada”, y el resto es historia. Creo firmemente que, si Herzog hubiera hecho público que tenía un posible acuerdo de paz en sus manos, habría ganado esas elecciones, aunque eso, por supuesto, es solo una conjetura.

Estoy absolutamente seguro de que, si nuestros líderes -o quienes aspiran a serlo- no hablan de una paz genuina con la otra parte, no tendremos líderes que nos conduzcan a la paz. Pero deben ser conscientes de que el contexto internacional y regional actual para hablar de paz israelo-palestina nunca ha sido mejor. La existencia de un presidente de Estados Unidos que ha demostrado tener el poder y la voluntad de obligar a Israel a poner fin a la guerra y de mantener firmemente la referencia a un camino hacia la autodeterminación y el Estado palestino en la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU debería hacernos entender que, cuando las circunstancias sobre el terreno mejoren, Trump estará dispuesto a usar su poder para acercarnos mucho más a la solución de dos Estados.

El deseo de los países árabes de la región de ver emerger la solución de dos Estados y su disposición a ampliar los Acuerdos de Abraham estableciendo relaciones diplomáticas plenas con Israel debería ser una señal positiva para la opinión pública israelí de que la paz es realmente posible, si Israel está dispuesto a aceptar la solución de dos Estados. Además, existe una comprensión general de que la paz israelí-palestina ya no es un proceso bilateral, sino un proceso regional multilateral que garantiza una arquitectura regional de seguridad y desarrollo económico. La paz israelí-palestina basada en la solución de dos Estados mejorará la seguridad y la economía de toda la región, y eso también debería dar confianza a los israelíes de que ahora es el momento de la paz.

El pueblo palestino debe entender que, especialmente después de Gaza, no existe una lucha armada viable para liberar Palestina. Los palestinos no lograrán la condición de Estado matando israelíes. Los palestinos no alcanzarán la condición de Estado rechazando la conexión legítima del pueblo judío con la Tierra de Israel. Los líderes palestinos -o quienes aspiran a serlo- también necesitan comprender que el pueblo israelí los escucha cuando hablan, no solo el público palestino. Los líderes palestinos también deben ser lo suficientemente valientes e inteligentes para reconocer que cumplir la promesa de libertad para los palestinos pasa por Jerusalén, Tel Aviv y todo Israel, y no solo por las capitales de Europa, Asia, África, Sudamérica y Norteamérica.

Israelíes y palestinos debemos empezar a entender que ahora debemos dirigirnos a los corazones y las mentes de quienes están del otro lado del conflicto. Mi consejo para quienes me preguntan “¿Qué puedo hacer para ayudar?” es encontrar a alguien del otro lado del conflicto y decirle: “Háblame de ti, ¿quién eres? ¿Por qué crees en lo que crees? ¿Cuál es tu historia?”. Digo esto: no discutas, escucha. Tendrás tiempo para contar tu historia también. Pero intenta comprender a la persona con la que hablas. No se trata de un concurso para determinar quién está equivocado y quién tiene razón. Es un intento de comprender a la persona del otro lado del conflicto. Admito que no es fácil y que el deseo de responder y “anotar puntos” es intenso. Pero intenta hacerlo sin responder a cada punto con el que no estés de acuerdo. No hay garantías de un resultado positivo, pero existe la posibilidad de que lo haya. Cuanto más podamos demostrar una verdadera voluntad de asociación para la paz, incluso a nivel personal, mayores serán las posibilidades de éxito en la construcción de la paz.

Por último, comienza a aprender y hablar la lengua del otro lado. Es el mejor camino para abrir el corazón y, cuando aprendas la lengua y la cultura del otro desde un deseo genuino de comprender su mundo, iniciarás un camino de nuevos descubrimientos que abrirán tus ojos y te permitirán imaginar una nueva realidad.

Fuente: https://blogs.timesofisrael.com/polls-peace-and-partnership/?_gl=1*1g70bmq*_ga*OTI5NDUwNjE2LjE3NTQzMjQ2NTA.*_ga_RJR2XWQR34*czE3NjM1NjcxNTUkbzM4JGcwJHQxNzYzNTY3MTU3JGo2MCRsMCRoMA