La derecha ¿logró convertir la realidad “anormal” israelí en ideología?

La persistencia de una “anormalidad” convertida en ideología atraviesa hoy a Israel y redefine su relación con el mundo. Desde la derecha nacional-religiosa hasta sectores laicos impactados por el 7/10, la excepcionalidad israelí se consolida como un marco mental que dificulta el horizonte de paz y normalización que alguna vez imaginó el sionismo fundacional.
Por Leonardo Senkman, desde Jerusalén

Nevo Spiegel (investigador del Instituto Molad) recientemente acusó a la derecha israelí de evitar que sus ciudadanos vuelvan a la “normalidad”. Sin recordarlo explícitamente, el joven intelectual ha lanzado un bienvenido golpe de atención contra uno de los mitos post fundacionales de Israel: la excepcionalidad espiritual y geopolítica del Estado judío.

“La derecha ha logrado convertir la realidad anormal de un conflicto permanente en una ideología. Y después de tanto tiempo, gran parte de la población israelí ya no busca la normalidad, sino que la teme” (Nevo Spiegel, “La derecha ha convertido el conflicto en una forma de vida, y los liberales también temen volver a la normalidad”, Haaretz, 29/10/25).

El temor de israelíes de ser un país “normal” y negarse a poner fin al conflicto bélico constituye una de las paradojas impensables cuando, 75 años atrás, históricos líderes sionistas fundaron el Estado judío. Una república hebrea destinada, precisamente, a solucionar la “cuestión judía” y restituir la normalidad a un pueblo anormal, extraterritorial y paria.

Pese a que sus fundadores fueron conscientes de la así llamada “singularidad del pueblo judío que retorna a su tierra”, el sionismo nunca perdió de vista la perentoriedad del retorno del pueblo judío a la historia, una más en el concierto con todas las naciones del mundo. Los líderes fundadores de Israel no pusieron en duda que la determinación colectiva y la voluntad nacional del proyecto sionista debiera estar garantizada -y legitimada- por el derecho internacional para acabar con la anormalidad de un pueblo permanentemente exiliado.

Pocos, muy pocos entre esos líderes israelíes fundadores, sostuvieron que la singularidad del pueblo judío que retorna debiera ser derogada (y sustituida) por el excepcionalismo de un Estado-nación independiente, que viva una vida “anormal” mediante múltiples “murallas de acero”, según el designio de Jabotinsky, en vez de negociar la paz como quiso Rabin.

La excepcionalidad es una creencia que da lugar a una auto-imagen arraigada en algunas naciones, tanto en sus élites políticas como en su opinión pública. No solo grandes potencias en la historia habían justificado el excepcionalismo para pensar que eran naciones cualitativamente diferente al resto del mundo, convirtiéndolas en una nación única. De este modo, diferencia y unicidad son elementos definitorios del excepcionalismo[i]. Pero el excepcionalismo implicaba superioridad y poder, no sólo material, sino fundamentalmente moral y valores religiosos mesiánicos[ii], transformando a sus gentes en selectos ciudadanos “anormales”. La idea de que EE. UU tiene una misión para liderar y promover la democracia en el mundo era -y sigue siendo- una extensión de esa noción de excepcionalidad, criticada por los anti-imperialistas por pretender justificar acciones expansionistas.

El actual excepcionalismo israelí

Hoy, en Israel, el sionismo religioso y el kahanismo fascista en la coalición populista de extrema derecha también sustentan un excepcionalismo subyacente en numerosas políticas internas y de seguridad anunciadas de manera abierta y sin ambages.

Resulta obvio recordar que el excepcionalismo desembozado de Trump galvaniza, desde su primera presidencia a la actual, el excepcionalismo israelí de larga data, especialmente después del 7/10.

El excepcionalismo de Trump se basa en la idea de que Estados Unidos es una nación única fundada en ideales republicanos, pero a la que le están conferidos una posición superior y un “destino” especial. Trump invoca esta idea a través del lema “Make America Great Again”, mediante la política proteccionista y la retórica del “Destino Manifiesto”: la expansión y el dominio de la influencia estadounidense en todas partes, también en Medio Oriente.

Tal ideología atraviesa todas las áreas: desde políticas arancelarias, para fortalecer la economía nacional frente a la competencia internacional, hasta objetivos extraplanetarios de conquista, como la colonización de Marte. El excepcionalismo de Trump no descarta el uso de la fuerza militar en una posible apropiación de Groenlandia y del canal de Panamá. Prometió incluso rebautizar el Golfo de México como “Golfo de América”, refiriéndose a Estados Unidos. También amenazó utilizar la “fuerza económica” para convertir a Canadá en el estado 51 como si fuera una cuestión de seguridad nacional de EE. UU.

La última expresión del excepcionalismo israelí culminó a nivel militar cuando Tzahal salió airoso en los siete frentes que lo acechaban durante la última guerra en Gaza, con epicentro en el ataque conjunto con EE. UU a Irán, la neutralización de Hezbollah en el Líbano y la invasión al sur de Siria a consecuencia de la destitución de Bashar al-Ásad.

No es casual que el excepcionalismo israelí en la escena mundial fuera rechazado como nunca antes, al desconocer normas y leyes internacionales, desde que sintió la humillante carnicería del 7/10. Indudablemente, una de las implicaciones de la alianza estratégica de Netanyahu con el excepcionalismo de Trump fue haber aprendido que las normas y obligaciones aplicadas a otras naciones no se aplican a los Estados Unidos, y tampoco a Israel. El excepcionalismo de ambos países aliados comparten un enfoque de política exterior y de seguridad para operar impunemente en Medio Oriente, según el propio interés nacional, sin sentirse limitado por acuerdos internacionales o el derecho humanitario.

Por su parte, el celebrado Plan de Paz de Trump es el primer umbral desde donde proclamó en la Casa Blanca su excepcionalismo geopolítico para Medio Oriente, que trasciende las fronteras de Israel y de Gaza. Y tras la reciente aprobación por el Consejo de Seguridad se legitima la Pax Americana desde la ONU como el horizonte imperial de expectativas sin consulta alguna a los pueblos enfrentados trágicamente. Extasiado, Trump felicita al mundo el logro excepcionalista de su política exterior: “Felicitaciones al mundo por la increíble votación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, hace apenas unos instantes, que reconoce y respalda la Junta de la Paz, la cual presidiré y que contará con los líderes más poderosos y respetados del mundo. Esta será una de las mayores aprobaciones en la historia de las Naciones Unidas, impulsará la paz en todo el mundo y es un momento de verdadera magnitud histórica. (las cursivas son nuestras)”

Ahora bien: resultan a todas luces innegables las tremendas diferencias históricas y culturales entre ambos excepcionalismos de países tan diferentes como EE. UU e Israel.

Se sabe que hubo dos líneas en el excepcionalismo norteamericano: una línea “redencionista” y también “misionera”[iii] -que ve a EE. UU como “nación redentora” para justificar una política intervencionista dirigida a difundir sus valores “democráticos”-; y otra línea “ejemplarista”, también llamada “aislacionista”[iv], que preanunciaba a EE. UU como faro de libertad para el resto del mundo, pero sin expansión territorial. La primera línea redencionista acuñó el lema “Destino Manifiesto” para intervenir en América Latina: Cuba (1898-1902; 1917-1923); México (1914); Haití (1915-1934); Panamá (1903-1914l); Nicaragua (1912-1936); Colombia, 1901-1903), etc.

Pero pese a que la misión histórica del excepcionalismo norteamericano de “destino manifiesto” en el mundo sustenta la idea de que EE.UU. es un pueblo elegido por la Providencia, para nada ese mito imperial es semejante al mito de “la misión del pueblo elegido judío” de ser un faro de luz espiritual para la humanidad desde la Tierra Prometida.

Por el contrario, el actual sionismo religioso mesiánico en el gobierno de derecha de Netanyahu es completamente etnocéntrico, y desprecia a la opinión internacional de los “goim”: mucho menos, aún, les interesa difundir a todas las naciones del mundo sus valores y sistema de creencias según la racista Ley Básica de Estado-Nación exclusivamente judío, sancionada por la Knesset en 2018 con rango constitucional.

La “anormalidad” israelí vista por dos intelectuales disimiles

Nevo Spiegel intenta explicar la creciente desconexión total con el mundo, también por parte de sionistas laicos, todos afectados por una viral concepción galútica metafísica del odio, a la cual el sionismo había combatido desde el comienzo mismo de la estatidad judía, pero que la masacre del 7/10 resucitó como odio patológico: “…un odio sin parangón en las relaciones entre naciones, que a lo largo de dos mil años condujo al Holocausto, una atrocidad tan colosal que es difícil comprenderla salvo en términos metafísicos. Según esta concepción, la esencia de la existencia judía es la persecución, y el judío es una víctima”.

Previsiblemente, una de las consecuencias de la concepción denunciada por Spiegel sería el fracaso de la promesa sionista de transformar a los judíos en seres “normales” en Israel. Y si entre los israelíes de derecha la resignación a vivir en un estado de guerra permanente aparece teñida de mesianismo religioso -al punto de reclamar una “victoria total” sobre los palestinos-, el ensayista sostiene además que, desde el 7/10, también en sectores laicos del centro político se ha extendido la aceptación de una vida cotidiana “anormal”: “Desde el 7 de octubre, el aislamiento político va acompañado de un aislamiento mental. En la opinión pública israelí se ha arraigado la sensación de que la “anormalidad” de la existencia aquí no es una falla, sino el descubrimiento de una verdad profunda, que solo nosotros comprendemos. De ahí proviene la condescendencia, la hipocresía y la arrogancia hacia los países occidentales por su reconocimiento al Estado palestino: estos israelíes creen que los europeos intentan resolver por medios políticos un fenómeno que carece de solución política”.

Mientras la solución para Spiegel es un proyecto de normalización que requiere comprender el conflicto entre dos pueblos, otros intelectuales, por el contrario, niegan que se viva una vida anormal al limitarse a denunciar solamente la soberbia de la autoctonía de israelíes y palestinos. Además, se resisten a reconocer la verdadera naturaleza del conflicto nacional entre Israel y Palestina, algo capaz de ayudar a lograr una normalidad no solo en la vida de los israelíes sino también de los palestinos. Por ejemplo, el famoso historiador Yuval Noah Harari pretende ignorar la naturaleza política y nacional del conflicto al criticar, básicamente, la mentalidad y narrativas soberbias de ambos contendientes, que se consideran pueblos originarios del territorio palestino entre el mar y el Jordán: “Lo que aviva el conflicto israelí-palestino no es una escasez objetiva de tierra y recursos, sino narrativas históricas absurdas que generan ceguera moral. Demasiados israelíes y palestinos están convencidos de que tienen toda la razón y de que la otra parte está totalmente equivocada y, por lo tanto, no tiene derecho a existir (…) ambas partes son conscientes de la ceguera moral de la otra, y ambas partes están aterrorizadas por ello. Los judíos están aterrorizados por el hecho de que los palestinos quieran eliminarlos. Los palestinos están aterrorizados por el hecho de que los judíos quieran eliminarlos y ambas partes están aterrorizadas con razón” (Yuval Noah Harari, “Dos historias absurdas avivan el conflicto por esta tierra. No hay ninguna razón real”, Haaretz, 13/11/25).

Finalmente, Harari apela a la buena voluntad y generosidad de israelíes y palestinos para llegar a un acuerdo como si fueran apenas fanáticos vecinos enemistados carentes de buena voluntad: “Ambas partes deben mostrar generosidad, porque es la única manera de lograr la paz antes de que sea demasiado tarde. A los fanáticos siempre les gusta hablar de la eternidad y piensan que tienen todo el tiempo del mundo. Pero la eternidad es una ilusión y el tiempo se nos acaba a todos. (Ibidem).

Posdata

Los sionistas socialistas latinoamericanos que hicimos aliá soñábamos vivir como “hombres y mujeres nuevos” en Israel.  

Ni ciudadanos “normales” idénticos a todos los ciudadanos de otros países, ni miembros electos del “pueblo elegido” en la Tierra Prometida.

Ser hombres y mujeres hebreos nuevos era, en los años 60 y 70 -y sigue siendo hoy- un anhelo utópico legítimo y un derecho inalienable de todo judío que eligiera ser libre emigrando al Estado de Israel. Sin embargo, se trataba de un Estado-nación que no había nacido para realizar el excepcionalismo mesiánico del judío diaspórico. Aquellos hombres y mujeres no aspiraban a convertirse en ciudadanos israelíes privados de libertad en un país que, a su vez, oprime a otro pueblo

Tampoco el hombre y la mujer nuevos inmigraron para que les “normalicen” su ser diferente de judío latinoamericano, sino para cultivar esa diferencia etno-cultural en la tierra de promesas, porque una de esas promesas es luchar para el Tikun Olam y merecer vivir en paz con nuestros enemigos palestinos que viven oprimidos en el mismo solar al que millones de judíos han retornado. Y porque la otra promesa de vivir como mujeres y hombres hebreos nuevos es retornar a la historia y ser parte integral del concierto internacional de las naciones libres.


[i] Ceaser, James W. 2013. “The Origins and Character of American Exceptionalism” en Dunn, Charles W. (ed.): American Exceptionalism: the origins, history, and future of the nation’s greatest strength, Lanham: Rowman & Littlefield Publishers, pp. 11-26.

[ii] Mc Crisken, Trevor B. 2003. American Exceptionalism and the Legacy of Vietnam: US Foreign Policy since 1974, New York: Palgrave MacMillan.

[iii] Heclo, Hugh. 2013. “Varieties of American Exceptionalism” en Dunn, Charles W. (ed.): American Exceptionalism: the origins, history, and future of the nation’s greatest strength, Lanham: Rowman & Littlefield Publishers, pp. 27-40.

[iv] Kissinger, Henry. 2010. [1994]: Diplomacia, Utrilla, Barcelona: Ediciones B.